Afirman los espárragos que la reforma del tomate no entrará en vigor hasta que las aceitunas lo aprueben, al margen de lo que afirme la lechuga sobre las recetas aplicadas a la crisis, dado que para el aceite ya ha pasado lo peor y la ensalada es un mejor lugar sin cebolletas. El riesgo, en cualquier caso, es que la tasa de paro de los pimientos siga aumentando o que la Bolsa se dispare por la fusión del huevo con la mayonesa, antes de que para marzo se anuncie una nueva emisión de guisantes y se desplome el precio de la sal.
Por otra parte, la Audiencia ha archivado la denuncia del vinagre mientras se cifra en 25 el número de pepinillos afectados y persiste la protesta de las zanahorias por no haber sido consensuada su presencia en la cocina. Los taponamientos de salchichas por toda la mesa se han visto agravados por los torrenciales aguacates caídos sobre los platos que han desbordado el ajo y provocado inundaciones de vino por el mantel.
Los garbanzos han hecho públicas sus aspiraciones a la presidencia del menú por más que las lentejas, ya en precampaña, sigan movilizando a las patatas y acusen a la pimienta de haber ido a la ensalada en misión humanitaria y mantener vínculos con la mortadela.
Tras la jarra de agua han proseguido los bombardeos de berenjenas provocando graves daños colaterales en las calabazas, al tiempo que han sido sorprendidos tres puerros traficando especias en un cocido clandestino. Un pan suicida ha estallado sobre la servilleta provocando tres dedos y una uña, mientras miles de hormigas han llegado a la mesa y se persignan en torno al holocausto de la ensalada muerta. Más tarde se darán a conocer las previsiones sobre el futuro reparto de migas.
Yo me levanto de la mesa con la urgencia de quien aún no ha pasado por el baño, deposito entre espasmos la cólera que nunca he digerido y me voy a la calle con la vergüenza de estar todavía vivo, vivo entre tanta desvergüenza.
Nunca más volveré a leer el periódico mientras como.
Mes: enero 2011
Canto a Evangelina Rodríguez
(En homenaje a quien fuera abanderada de la causa feminista en la República Dominicana y primera mujer en doctorarse en medicina, así como al doctor Zaglul, autor de la única biografía que existe sobre Evangelina.)
I
De la cuna a la calle, de la calle al camino, Evangelina negra, mujer, mujer y negra, a medias entre el sueño y el olvido.
Evangelina juega a los secretos, arma y desarma indicios, hilvana interrogantes y argumentos, sobresalta disfraces y apariencias ajena a los rumores de los sables que se disponen a agitar la guerra.
Tiene la risa breve la nacida de un testigo sin cargos y una sirvienta negra.
Desde Higüey a San Pedro, Evangelina carga su equipaje, su menudo inventario de permisos, sus seis primeras quejas, sus ojos indiscretos, averiguando estribos y alborotando miedos…
Evangelina negra, mujer, mujer y negra. Negra en su desnudez sin armisticio y es blanca la moral y blanco el juicio; mujer sin timidez y sin perjuicios y es masculino el tiempo y el camino.
La pequeña Lilina aún no lo sabe pero busca en la mano de su abuela la sombra de la madre que ha perdido.
Desde Higüey a San Pedro la carreta prosigue rechinando su viaje sin nada en el camino que desaire el trote de las huellas.
Era San Pedro de Macorís una quimera, una fábula dulce y desabrida, tendida al sol la mueca y la sonrisa. Fértil para hortelanos y lavanderos chinos; buena para avezados orfebres italianos dedicados al cobre y a la bisutería;
grata para ceñudos españoles en cueros y en tejidos, o diestros alemanes expertos en telares y embutidos, o turcos usureros dedicados al trueque y al retrueque. Tierra de promisión para cualquiera que no arrastre cadenas o grilletes.
Macorís inauguraba ingenios y al corte de la caña y la molienda llegaban los haitianos impuestos a las fustas y a las riendas. Macorís, mezquina y opulenta, multiplicaba fincas y burdeles, cafetines de lujo y lazaretos, distinguidos ilustres y tumultos de infelices sin paz ni providencia.
Crecía Macorís al compás del machete en los ingenios Angelita y Porvenir, reproduciendo bancos y bateyes donde sumar haciendas y favores y emparejar los hombres con los bueyes… mientras Evangelina desgranaba
su diaria mazorca de imprevistos.
«!Gofio, traigo gofio, rico dulce de maíz. Lo vendo tierno para endulzar olvidos y azucarar recelos»
Evangelina negra, mujer, mujer y negra… quería ser médica.
«¿Evangelina, aquella desgarbada fantasía escasa hasta de sombra, aquella niña tosca?»
Sí, aquella negra fea que, mientras murmuraban sus remilgos los maldicientes de chalina y toga, urdía sus auroras y utopías sin importarle bufas ni respingos… la pequeña Lilina, la dulcera, hecha ya una mujer y un desafío.
«¿Y es que no le bastaba con la escuela? ¿Qué afán el de estudiar? ¡Mejor fuera si se buscara un hombre!
¿Y qué se habrá creído la dulcera? ¡Me da que esa mujer no tiene juicio! ¡Ni juicio ni vergüenza! ¡Tiene la boca grande la sirvienta!»
No sólo fueron puertas clausuradas o saludos frugales y miradas esquivas… también en su calvario Evangelina
pudo encontrar quien le enjugara el rostro y secundara sueños y palabras.
Rafael Deligne conoce a Evangelina y acaso por poeta o alquimista, bruñe de temple el oro, perfila sus aristas,
hace acopio de nubes y raíces, alecciona nudillos y mejillas, y Evangelina rueda de sus manos… ya nunca estará sola.
II
Hay música en la calle. La costumbre festeja alborozada la quimera que augura el calendario pero, el siglo que nace, terminadas las rondas y las chanzas, no llega al otro día, no tiene quien lo emplace, quien aliviane a tiempo su resaca, quien pueda consagrarse a su rescate… y una vez la novedad consume el esplendor que escancia, rueda por la arrogancia de las copas la tediosa escasez de la costumbre. Nada ha cambiado el tiempo.
El siglo que comienza es el mismo decrépito episodio que antes de coronarse con la aurora ya bosteza cansino sus salmodios, sin nada en las alforjas.
Ajena a los alardes del siglo que despunta también Evangelina llega tarde al avieso reparto de fortunas.
No perdonan su origen campesino, su temple levantisco, su osadía, su curtida memoria importunando
la amnesia colectiva, su trajinar repulsas a los necios expertos en florainas y en engaños, su impaciencia, su estima, sus redaños, su negativa a resignar el vuelo, su derecho a elegir, su voz, su vida.
«¿Será posible tanta desvergüenza? ¿Es que no hay nadie que componga a la negra? ¡Y aún se atreve a salir sola a la calle! ¡A Higüey que se devuelva y mejor pronto que tarde! ¡Esa negra está loca, hay que encerrarla!
¡Quiere hacer medicina, magisterio… por Dios que es insolente la sirvienta!»
Poco tardan las descocadas lenguas en volver a escupir su retahíla. Los que ayer la acusaran de buscona
no dudan en tildarla al otro día, mudando la calumnia, de ser una machorra, una mujer tardía que equivoca
el sesgo natural de la liturgia.
«¡Se ha buscado un amante la ramera! ¡Y ahí viene por la calle! ¡Vuelve la vista, niño, no la veas!
¡Algo se habrá de hacer con esa negra!
III
Grano a grano Lilina elabora su polen, un primer arrebato en el que imprime la voz de su universo y camina resuelta el entresijo del mundo que aún ignora y que ya arenga, Evangelina negra, mujer, mujer y negra, a medias entre el sueño y el olvido.
Crece el siglo dormido en su rutina, sin nadie que recuerde sus venturas ni olvide sus agravios y vuelve la indigencia a la retina y el desaliento al labio.
Desde el Norte, la ramería sacude sus disculpas y acomete canalla nuestra bisoña cuna de esperanzas. En nombre de la paz vierten la sangre, acollonando agallas y repulsas. Han venido brutales y certeros, como enjambre que zumba, siempre dispuestos al fuego y la metralla, siempre abocados al robo y al saqueo.
Han venido y se quedan sin procurar siquiera un mal pretexto que haga menos infame el desafuero, como siempre se quedan, por la fuerza, por no tener quien pueda partirles el respeto.
Cuentan para su infamia con cipayos dispuestos a quitarse los sombreros y saludar el paso del desdoro, pijoteros de escorzos y arrumacos a bien con Dios y a bien con el Diablo, orondos ordenanzas del mercado
atentos a la oferta y la demanda, diestros volatineros de la farsa a un tiempo soberanos y comparsas, eruditos del fasto y la falacia malbaratando labia en disimulos, pero no es todo el país el que declina ni arrastra la cerviz ante el intruso. Evangelina encumba su derecho, su bien nacido orgullo y convierte su verbo y su repulsa en tribuna de escarnio ante el verdugo. Se va cerrando el cerco en torno a Evangelina y hastiada del acoso de tantos embozados virtuosos en las artes del plomo y de la filfa, abandona San Pedro y encamina hacia San Francisco sus enconos.
En el Cibao encuentra Evangelina alivio a la obstinada comunión de afrentas y renueva propósitos y espaldas
mientras tenaz alienta su aventura y da vuelo a sus alas soñando con París.
IV
De Samaná a La Vega, de La Vega a Santiago, Evangelina ronda y desempiedra de casa en casa el valle.
A pesar del recelo que su color infunde, del miedo a la mujer, de la ignorancia, del secular temor al intelecto
cuando no se disfraza de varón, Evangelina se gana la confianza de quienes sólo tienen el respeto con que saldar el cargo y la atención. Con la ayuda de amigos que compensan su natural torpeza en el provecho Evangelina empaca sus certezas y regresa a San Pedro en procura del barco que haga posible el sueño.
El mar tiene otra orilla y en la Sorbona espera Evangelina hacer su doctorado.
Tres años han pasado desde que se firmara el armisticio que abrió París de nuevo a la concordia. Tres años que se han ido en algarazas, en cantos de victoria, para que volviera París a ser la misma, perdida la mordaza y la custodia, capital de la luz y luminaria del mundo y de la historia.
Era aquella ciudad norte y enseña de todo el que indagaba las distancias en el quehacer del arte y de las ciencias
y ningún otro centro superaba la Escuela de París de Medicina. En ella matricula sus urgencias y en cinco años no sale de París.
No es que la aturda la inercia alborotada que en las calles dispendia esperanzas y agallas. Tampoco le interesan los flamantes asombros de tertulias. Evangelina escarba en la ciudad que muestra sus vergüenzas, su indubitable alma de partera y se adentra de lleno en la París que crece y que deslumbra sin aturdir el sueño o la conciencia. Aprende el nuevo idioma y de su mano emboca el entresijo de una cultura ajena que hace propia
y absorbe como esponja el pensamiento de aquel conglomerado de apetitos.
La que trama el regreso, sin embargo, no es la misma mujer. A la orilla del Sena se ha dejado algunos inquilinos, arrepentidos fardos en que cargó evangelios, yerros y desatinos contra un pueblo a quien le censurara sus holganzas sin advertir sus deudos, resabios de una fe culpable de adulterio, excesos de templanza,
desarreglos cubiertos de plegarias.
La Evangelina que regresa a San Pedro no es la misma mujer que se marchara. De aquel sonrojo antiguo,
sensible a la biliosa mediocridad del medio, ha crecido pujante y desenvuelto un corazón delante de un respeto.
Poco le importa que sigan las aceras llenándose de enojos y reproches o que acosen su nombre plañideras
las sombras de la noche, o que al pasar murmuren sus monsergas chismeros y fantoches… La Evangelina que regresa a San Pedro ya no va a darles tregua.
«¡Ha vuelto la doctora! ¿Y qué viene a hacer aquí? ¡Debiera haber seguido por Europa! ¡Tampoco la querían en París! ¡Esa mujer es loca!»
Sus antes denostadas prostitutas son el primer motivo de su esmero. Las censa, las atiende, las educa, se gana su confianza y la censura de un medio que no entiende sus arrestos, mas no ceja en su empeño Evangelina
y con sus solas manos y el amparo del doctor Defilló y otros amigos inaugura en San Pedro un lazareto donde asiste a leprosos sin recursos y un centro gratuito destinado a atender tuberculosos.
A la mezquina insidia de la calle responde Evangelina con más bríos, con más razón y arrojo, con más amor si cabe, y funda bibliotecas ambulantes, reparte leche gratis entre los más pequeños, organiza colonias para los mendicantes, crea cooperativas de labriegos y en Tata y Petronila, precursoras de la causa feminista, encuentra Evangelina quien aliente y respalde su osadía.
Le nace Selisette, hija adoptiva de una hermana de sueños en la que vierte todo el amor que le negó la vida
y a la que hará su más dulce compañía.
También la patria engendra sus desechos y pone la vergüenza de rodillas. Trujillo es desde entonces propietario
de todo lo que alcance su codicia y no hay razón ni espanto que detenga su voraz vesania y sus estragos.
Nada escapa a su ira o a su gracia, ni mujer ni varón, nada que se desaire o se respete, nada que se resista o se someta, nada que no se oculte o no se muestre, nada que no se compre o no se venda…
Después de Dios, y sólo por guardar el disimulo, Trujillo es el sumario de la patria.
A fuerza de intentarlo, los excretas que confinaran su vuelo, rompen también sus alas y Evangelina quiebra sus agallas sobre la faramalla del señuelo.
Se rasga la osadía que propiciara el reto y abatida la fe, pierde su sesgo y la razón olvida.
Evangelina calla, ya todo lo ha perdido, su voz, su ser, su hija. Apenas sí conserva la memoria embriagada en la insania del camino. De nuevo sola, condenada al constante recuento de sus pasos, Evangelina tira de su sombra
sobrellevando un yaguasil de flores mientras recita los clásicos franceses por los alrededores de la escoria.
«¡Ahí viene Evangelina! ¿Oyen la jerigonza? ¡Yo ya lo dije siempre…esa mujer es loca…esa mujer es loca…esa mujer es loca!»
Evangelina ha amanecido muerta, derribada a la vera del camino, envuelta en el sudario de un delirio
que equivocara el tiempo y el lugar. Muerta de sensatez, muerta de inanición, muerta de no saber sus enemigos. Evangelina negra, mujer, mujer y negra, a medias entre el sueño y el olvido.
Gepeto y Pinocho
Gepeto, enamorado de su obra, dice el cuento, vendió su abrigo para que Pinocho pudiera ir a la escuela.
Pinocho, enamorado de su autor, sigue diciendo el cuento, fue al colegio dispuesto a estudiar mucho para tener un buen trabajo, ganar dinero y comprarle un abrigo a Gepeto.
Gepeto, agrego yo, gracias al Hada Azul, recuperó su abrigo y volvió a venderlo para que Pinocho pudiera ir al instituto.
Pinocho fue al instituto decidido a estudiar mucho para tener un buen trabajo, ganar dinero y comprarle un abrigo a Gepeto.
Gepeto, con el auxilio del Hada Azul, recobró su abrigo y lo vendió de nuevo para que Pinocho pudiera ir a la universidad.
Pinocho fue a la universidad resuelto a estudiar mucho para tener un buen trabajo, ganar dinero y comprarle un abrigo a Gepeto.
Gepeto, nuevamente apeló al Hada Azul y revendió su abrigo para que Pinocho, terminada la carrera, se presentara a las oposiciones y consiguiera plaza.
Pinocho se presentó a las oposiciones dispuesto a aprobarlas para tener un buen trabajo, ganar dinero y comprarle un abrigo a Gepeto.
Gepeto está desesperado y aún tiene a Pinocho en casa. Con la pensión recortada y la hipoteca vencida, al borde del desahucio, ya ni el Hada Azul, trasladada a otro cuento, le hace maldito caso. Después del abrigo también vendió el sombrero, la camisa, los pantalones, los zapatos… para ayudar a Pinocho mientras no encuentre trabajo.
Pinocho suspendió las oposiciones. Casado y con un hijo sigue viviendo, junto a su mujer, también desempleada, en casa de Gepeto. Ayer se disponía a vender su abrigo para que su hijo pudiera ir a la escuela cuando, desolado, advirtió que él no tiene abrigo.
La torpeza del Estado español
Decía el poeta español Antonio Machado que “nueve de cada diez españoles usan la cabeza para embestir”. Al margen de que el poeta exagerase la nota y en vez de nueve fueran ocho, ya que el noveno, a falta de cabeza, embiste con la corona, el tiempo transcurrido desde entonces no parece que haya reducido tan arraigada costumbre. El Estado español no sólo necesita cordura sino que la precisa con urgencia y, especialmente, en relación al País Vasco.
Persistir en el empeño de la violencia, se embista desde los tribunales o desde las urnas, cuando aquellos no se ocupan de la justicia y éstas sólo acreditan el fraude, puede llenar las cárceles de presos y convertir a un fullero en lehendakari, pero ni sirve a la causa de la ley ni valida el estado democrático. Tampoco hace posible la paz.
Pueden seguir, en eso están, creando nuevas imputaciones a los presos y convirtiendo en perpetuas sus condenas; pueden seguir acomodando las sentencias a la orden del día y disponiéndolas a su conveniencia; pueden seguir estirando los entornos de sus imputaciones hasta que nadie quede al margen del umbral; pueden seguir apelando a la impune tortura, a la dispersión, a la incomunicación, a la represión; pueden seguir modificando, cuantas veces quieran, sus propias leyes electorales y despojar a cientos de miles de vascos y vascas de su derecho universal al voto; pueden seguir desconociendo la voluntad del pueblo vasco; pueden hacer lo que les venga en gana que, cuando exhausto el animal se canse de embestir, doble la testuz y, sin pasodoble, finalmente, termine la fiesta nacional, sólo dos cornadas tendrán que lamentar: la de una obscena justicia y una infame democracia, heridas de bochorno y desvergüenza que, a falta de cortar las dos orejas deberán irse sin palmas y sin vuelta, derrotadas, con el rabo entre las piernas.
Acato la sentencia
La Audiencia Nacional ha absuelto a todos los ciudadanos vascos juzgados por Udalbiltza ya que, “en un estado democrático quedan fuera del ámbito penal la acción política y las manifestaciones ideológicas, gusten éstas o no, sean mayoritarias o minoritarias, sean compartidas o no. Y lo hace, incluso, cuando éstas repugnen a la inmensa mayoría, como ocurre con el silencio o la falta de condena de los atentados terroristas.”
O lo que es lo mismo, que por más que nos repugnen las manifestaciones ideológicas del ministro del Interior o de su sucedáneo en el País Vasco, o que ni Rubalcaba ni Ares condenen el atentado de la incomunicación, la dispersión y la tortura… quedan fuera del ámbito penal sus opiniones y sus silencios.
Y que no obstante nos resulten inmundas las manifestaciones ideológicas de los empresarios, o que no condenen el atentado del paro, del despido libre, del aumento de la edad de jubilación, de la explotación… quedan fuera del ámbito penal sus criterios y sus omisiones.
Y que a pesar de que nos parezcan nauseabundas las manifestaciones ideológicas de los banqueros, o que no condenen el atentado del desahucio, del embargo, de la impunidad, de las comisiones… quedan fuera del ámbito penal sus secretos y sus depósitos.
Y que así nos resulten asquerosas las manifestaciones ideológicas de los grandes medios de comunicación, o que no condenen el atentado de la calumnia, del engaño, de la patraña… quedan fuera del ámbito penal sus anuncios y sus fábulas.
Y que así nos parezcan repulsivas, además de hipócritas, las manifestaciones ideológicas de Zapatero o Rajoy, o que el Estado español no condene el atentado de las guerras e, incluso, contribuya a las mismas como el sexto exportador de armas en el mundo, especialmente a África, además de tropas… quedan fuera del ámbito penal sus desmentidos y sus negocios.
En definitiva, que no comparto la sentencia, pero la acato.
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