¿Cómo saber lo que se proponía la criatura? Tenía cinco años y, hasta el momento, no había indicios de que pudiera estar incubando un repentino brote psicótico o un acceso furibundo de cólera en respuesta a alguna frustración o como consecuencia de algún extraño virus. Estaba sentada en el suelo, en medio de la sala, jugando con una muñeca de trapo, la más querida. Yo la observaba desde la cocina.
La verdad es que no tenía razones para alarmarme. Su expediente casi era aceptable. Algún que otro desmán, una bronca, un desacato de vez en cuando pero, nada reseñable.
No se le conocían fobias, tampoco manías, todo parecía ir bien.
Tal vez por ello, cuando vi que agarraba a la muñeca por los pelos mientras le secreteaba quien sabe qué amenazas y la conminaba a rendir quién sabe qué cuentas, empecé a preocuparme.
Fue entonces que comprendí lo que estaba pasando y, en la duda de si se limitaría a romperle las piernas o llegaría más lejos, corrí por el pasillo, de la cocina a la sala, decidido a evitarlo.
Demasiado tarde. La muñeca salió despedida, atravesó la sala por encima de mi asombro y se perdió en el pasillo, a mis espaldas.
La criatura no dejaba de reír y celebrarlo: ¡He enseñado a volar a la muñeca! ¡He enseñado a volar a la muñeca!
Tenía coartada la condenada, sí… pero algún día la pillaré.
(Preso politikoak aske)