Europa no recibe

¡Qué extraña y triste mueca la de esa Europa sin memoria, la de ese común conglomerado de poses y apetitos, hoy empeñada en desandar su historia, en negarse hasta la náusea en aquella virtud en la que, si aún fuera generosa, debería asentar su razón y su respeto, cuando los horizontes se echaban a la espalda y la punta de la bota era el camino!

¡Que amargo y vano olvido el de esa Europa que, así fuera el hambre que empujara la mano o la ambición que sostuviera el puño, rompió amarras un día y puso rumbo al sur, siguió el curso del sol hasta encontrarse de nuevo con la noche mientras fundaba el este y el oeste, y ya hastiada de andar, señora a veces, casi siempre golfa, ha terminado anclando espantos y miserias en el mismo corazón de su virtud!

¡Qué sórdida palabra que no dice, que abrazo que no une, que beso que no besa!

Bien temprano hubo ingleses surcando las aguas del Caribe, en un trasiego armado de alborotos, acarreando esclavos y devengando haciendas, honrando piratas como corsarios devenidos en sires, desde el lago Ontario hasta la Patagonia, a lomos de elefantes en la India, de la mano del opio en el mar de la China, en las antiguas Egipto y Palestina, en los llanos de Australia, en el Africa austral, en la vecina Irlanda.

Eran franceses los que entraron en Quebec, pisaron Martinica, durmieron en Haití y despertaron en Guyana, los que hablaron francés en Mauritania y fumaron hachís en Marrakech, los mismos que llegaron a Argelia y acamparon en Chad, Costa de Marfil, Túnez, Senegal, Madagascar… y volvieron a amar en Indochina y a quienes todavía maldicen en Vietnam. Ni siquiera para defenderse les bastó la Polinesia, y aún se empeñan en seguir viendo franceses cuando miran a un corso, a un vasco o a un bretón.

Y fueron españoles los que hicieron Primada a La Española, ascendieron al Cuzco, cuando América valía un Potosí, bajaron a Santiago, nominaron Caracas, La Habana, Buenos Aires, recorrieron Centroamérica y Colombia, a vueltas por las dunas del Sahara, de Nápoles a Flandes, hasta las Filipinas, en un imperio en el que no se ponía el sol, e insisten en contar como españoles a gallegos, catalanes y vascos.

Y también portugueses deambulando el negro meridiano,  de gira por Angola, de Madagascar a Mozambique, de Mindanao a Singapur, de Sao Paulo al Amazonas. Y holandeses a bordo de reales empresas surcando ajenos mares desde las Antillas hasta Sudáfrica, pasando por Formosa, Malasia o Indonesia. Y belgas que hicieron belga al Congo. Alemanes en Ruanda, Namibia, Tanzania, Camerún, Burundi, Togo…Italianos en Libia, Somalia, Eritrea… Y rusos, suecos, europeos…

Hasta que no quedó una sola costura en el mundo que no padeciera el despojo europeo, nada en ese bautizado “tercer mundo” que conservara su propia identidad; hasta que, como escribiera Neruda, “los garrotazos fueron argumentos tan poderosos que los indios vivos se convirtieron en cristianos muertos”. Porque Europa tenía que trazar nuevas rutas comerciales para sus productos y expandir sus mercados y multiplicar sus beneficios; porque Europa tenía que “hacer las Américas” e imponer sus lenguas y culturas, y convertir sus expolios en moneda de cambio, y trazar nuevas fronteras y saquear viejos recursos, no importa el exterminio, la segregación, la esclavitud, la miseria que todavía perdura y reclama justicia.

Pero esa Europa que nunca supo de puntos y de comas, que ha marcado su acento en todos los idiomas, la pertinaz viajera, la que avistó los polos y coronó todas las cumbres, la misma que anda a vueltas, también, por el espacio…esa Europa, hoy no recibe, hoy no quiere que nadie la perturbe y reitera la vieja cantaleta: más muros, más candados, más rejas. Hoy Europa no quiere emigrantes.

 

La reina, Blancanieves y el espejito mágico

 

                                             Irene Campos Fernández

 

((Tomado del libro en gestación “Cuentos que no nos contaron”, a medias entre Koldo Campos Sagaseta e Irene Campos Fernández)

 

A toda velocidad, la reina condujo su carruaje tirado por cuatro caballos sorteando obstáculos hasta que, visiblemente enojada por no hallar su valet-parking,  lo aparcó en doble fila frente a la puerta principal de su castillo y, aún más rauda, subió de tres en tres la escalinata que conducía a su alcoba.

Detrás de ella, buscando inútilmente que le prestara atención, su asistente personal enarbolaba una roja manzana al tiempo que le advertía no haber encontrado a Blancanieves, la destinataria de la fruta.

-Ahora no tengo tiempo para oírte…Esta estúpida debe estar en el bosque ¡Sigue buscándola! –refunfuñó la reina antes de cerrar de un portazo.

Cuando todavía su atribulada asistente no se había recuperado del regio exabrupto, la reina abrió la puerta, asomó su corona y gritó:

-¡Y no estoy para nadie…así que nadie me joda!

Después,  a solas en su alcoba, tras desnudarse, se sentó frente a su tocador, peinó su larga melena con un revolucionario cepillo de cerdas de jabalí de La Boutique del Peluquero que marcaba perfectamente las ondas y daba volumen a la raíz y a las puntas, se empolvó la nariz con esencia de magnolia, dio tersura a sus labios con extracto de aguacate y, finalmente, se puso un vestido de gala de la casa Virginia, long dress, con aplicaciones de piel que, sobre el negro estampado, jugaba con una gama de rojos invernales combinados con toques de azul turquesa.

Sólo cuando, ya relajada, confirmó su satisfacción frente al espejo, invocó a su asesor de imagen.

-¡Espejito, espejito, respóndeme de una vez, si en este reino hay mujer más bella que la que ves!

Al mágico conjuro de la reina, su imagen fue diluyéndose en el espejo hasta desaparecer. Del vaho que se formó en su luna, una andrógina voz requirió la confirmación de la pregunta.

-¿De verdad quieres que te responda?

-¡Sí Sasha, sí, claro que quiero que me respondas! –insistió la reina.

-Bueno, pero luego no me vengas con tus vainas, que te conozco –le respondió el espejo- ¡Mira, mi amor, tras el último sondeo Blancanieves sigue siendo más bella que tú, pero esa no es la única mala noticia que te tengo porque también tienes por delante a La Cenicienta, a Ricitos de Oro, a Caperucita,  a La Sirenita, a Cruella de Vil, a La bella Durmiente, a Alicia Maravillas, a Gretel,  a Wendy, a Belén Estevan… ¡Has bajado en el ranking al puesto 88 y casi estás a la par con el Jorobado de Notre Dame. ¡Debiera darte vergüenza… y perdóname que te lo diga!

Desolada, la reina encajó en silencio la  mala nueva.

-Y la culpa es tuya –remachó el espejo- porque no haces caso de lo que te digo y ya me tienes harta. Te sugerí que llevaras una dieta más sana, que esas tartas de manzana que te zampas son las que te tienen así, pero no me haces caso, querida, y cuando no es el chocolate te bajas unas patas de puerco con patatas fritas y luego pretendes que con una faja anticelulítica  vas a disimular los michelines, pero no, mi amor, no es así, el espejo lo ve todo ¿me oyes? ¡Todo!

-¿Y entonces…qué puedo hacer? -preguntó la reina entre sollozos.

-Pero cálmate niña, cálmate que no es para tanto –la consoló el espejo- Seguro que has oído decir que hay que sufrir un poco para estar bella, y nadie dijo que sería fácil amorcito, así que no te me desesperes ahora, que estamos cerca. Es más, ya las recomendaciones que me quedan por darte son poquitas…. Niña, no te desanimes que vamos muy bien…

-Sí… ¿pero qué hago?

-Yo que tú me haría la lipo –recomendó el espejo-  porque, seamos honestas, ya no tienes 20 años y necesitas resultados más rápidos. No importa los trapitos que te pongas encima, la grasa siempre te va a acabar desnudando, así que llévate de mi y encomienda tu cuerpo a la cirugía. Te recomiendo un lifting frontal y un lifting facial y cervical. Y ya que estamos en eso, también una rinoplastia, aunque tampoco te vendría mal un aumento mamario subfascial y submuscular. En California, me dicen, hacen ahora unas liposucciones postmenopáusicas divinas, y algo que, actualmente, está haciendo furor es la mesoplastia. Un lujo mi niña, y sin cirugía. Sólo te inyectan vitaminas antioxidantes, ácido hialurónico, oligoelementos y toxinas botulínicas y, si sobrevives, tu piel rejuvenece y vuelves a los quince. Y la mesoplastia también efectúa filling de los labios y de la cola de las cejas. Un palo, mi amor.  Hazme caso y pórtate bien.

Acabada la consulta, la reina abandonó su alcoba, siempre con su asistente, manzana en ristre, reclamando su atención.

-¡Ahora no puedo atenderte! –recriminó la reina su insistencia- ¡Blancanieves debe estar escondida en casa de los enanos, así que llévale la manzana y asegúrate de que se la coma!

Dos meses más tarde y luego de haber visitado las más prestigiosas clínicas de cirugía estética, cuando ya no le quedaba a la reina un centímetro de piel que no hubiera sido sometido a algún lifting o liposucción,  regresó a su palacio.

Como era costumbre, su asistente, todavía con la manzana en la mano, le salió al encuentro.

-¡Sí, ya sé… -la interrumpió la reina- todavía no has dado con Blancanieves, pero más te vale que le entregues la manzana si no quieres empezar a buscar otro trabajo! ¡Inepta, que eres una inepta!

A solas y desnuda en su alcoba, se aplicó tres manos de baba de caracol en el cutis, disimulando las ojeras y la palidez de sus mejillas con crema de zanahoria. Cuando dio por bueno el maquillaje, luego de desechar un vestido de gala de Stefano Galbana y otro de noche de Ives Saint-Laurent, se decantó por un nuevo modelo de Oscar de la Renta cuya propuesta en base a telas vaporosas en la que no faltaban las gasas con bordados florales y cristales de Swarouski, a juego con los pendientes, realzaba su figura. Además, la novedosa utilización de plisados, texturas y drapeados, tanto en el velo como en el tocado, le daba un cierto aire de sofisticación que la reina consideró infalible.

Una vez se ajustó el cierre del vestido, la reina se sentó frente al mágico espejo e invocó a su genio.

-¡Espejito, espejito, respóndeme de una vez, si en este reino hay mujer más bella que la que ves!

A la invocación de la reina acudió Sasha, al parecer, no muy feliz de lo que veía.

-¿Pero tú te estás volviendo loca? ¿Y qué haces con esos trapos encima? Pero mi amor… ¿Tú te crees que estamos en carnaval?

La reina, conturbada, balbuceó una respuesta.

-Es de… Oscar de la Renta…

-¡Ajá! ¿Y…?  Mira, hazme el favor y quítate esa ridícula vaina antes de que te vea alguien. ¿Es lástima que quieres dar?

-Quiero que sepas Sasha… -replicó la reina mientras se arrancaba el tocado, corona incluida, de la cabeza- que no he parado en todo este tiempo…No hay cirujano que no me haya tratado ni clínica estética que no sepa de mi cuerpo…

-Sí, lo sé –le interrumpió Sasha- y sé que también te has aprendido las 50 reglas de Nutrintelligent para lograr los 60 centímetros de cintura comiendo lo que te gusta y sin sufrir con dietas aburridas; sé que has estado consultando con sus nutricionistas on-line las 24 horas y que Nutrintelligent es el primer quemador intensivo de grasas que, además, elimina completamente el apetito; sé que cuentas con la aprobación de 10 reconocidos nutricionistas, y que su plan Ultimate Reductor, fat burner- apetite away es infalible… pero  esto lleva tiempo, amorcito, esto no es de la noche a la mañana que se consigue y en tu caso necesitamos algo más rápido, más booom, algo divine, más voila.

-También –agregó la reina- estoy siguiendo la dieta Atkins y tomando té chino antes de acostarme. He comprado un lote completo de cremas adelgazantes y anticelulitis, además de cremas antiarrugas, exfoliantes y tonificantes. Todos los sábados voy al SPA y me someto a masajes reductores, baños de lodo y mascarillas de sábila, más un poco de botox y extensiones de cabello…

-Eso está bien… pero sigue siendo insuficiente.

-¿Y en el ranking… -preguntó la reina- cómo estoy?

-Olvídate de eso…al menos de momento. Has bajado dos puestos más, hasta el 90, y  Blancanieves, querida, y mira que está gorda, te sigue llevando mucha ventaja.

-¿Y entonces…qué puedo hacer?

-Te voy a poner a hacer ejercicio –contestó el espejo.

-Es que no tengo tiempo Sasha… no tengo tiempo.

-Pues usa Power Plate. Su modelo My3&trade es el más estilizado del mercado y la manera más económica de realizar los ejercicios de acceleration training en cualquier espacio Y aún puedes obtener resultados más rápidos con el Power Plate Pack de Accesorios o usar el Power Shield para reducir las vibraciones. Si a eso le añades una bicicleta Spinning y aplicas un programa Gym Planner con equipamiento de Fitness,  en un par de semanas estás para la pasarela Cibeles. ¡Ponte las pilas, mi amor, ponte las pilas que vamos a arrasar!

Hasta los impuestos se vio obligada a aumentar la reina a sus súbditos para obtener los recursos que le permitieran importar toda clase de artefactos y ungüentos con los que mejorar su posición en el ranking y superar por fin a Blancanieves.

No conforme con ello aún fue más lejos y, después de cenar su habitual combinado proteínico y hacer sus ejercicios estáticos, la reina también se dedicó a correr alrededor de su castillo y a saltar, incluso, de almena en almena, sus cuatro torreones hasta caer desfallecida.

Ni siquiera dormía porque, antes de que saliera el sol, se zambullía en las heladas aguas del foso de su castillo completando tres vueltas más, sin que nunca la hicieran desistir el frío o los cocodrilos. 

Cuando pasado un tiempo prudencial consideró el momento de volver a encarar a su asesor de imagen, entró en su alcoba y, como acostumbraba, se desnudó.

Reparó entonces en que, a sus espaldas, siempre con la manzana en la mano, se encontraba su asistente.

-¿Y bien? –inquirió la reina- No le has dado la manzana a Blancanieves… ¿verdad?

-Estuve con ella, su majestad…y por cierto está gordísima… pero cuando me disponía a entregarle la manzana tuve que atender una llamada por el móvil de vuestra excelencia, que quería saber si le había entregado la manzana y, para cuando me di cuenta…Blancanieves subió a una carroza y desapareció… ¡pero ya sé donde vive!

La reina, muy seria, como si ya no le importara el último fracaso de su asistente, volvió a darle la espalda sentándose en el tocador y agregó sin mirarla:

-¿Cómo es que te llamas?

-¿Por qué me lo pregunta, su majestad? –contestó su asesora.

-Porque me gusta saber a quien despido…pero ya es igual. ¡Fuera! ¡Estás despedida!

Compungida, la asesora real dejó la manzana sobre el tocador y entre hipidos y sollozos salió de la habitación.

La reina observó sus ojeras en el espejo, cada vez más marcadas, y trató de disimularlas  con néctar de butifarra. Después chupó un limón agrio hasta exprimir la última gota, retocó su peinado, se vistió con un traje de gala de Domenico  Dolce y, ya lista para el encuentro, invocó a su duende mientras se calzaba sus nuevos tacones Lamborghini a juego con el vestido.

-¡Espejito, espejito, respóndeme de una vez, si en este reino hay mujer más bella que la que ves!

-Pero… ¿qué es esto mujer? ¿Qué te has hecho? ¡Mírate por Dios, pareces una muerta viviente! ¿Y esas ojeras? ¡Mon Dieu! ¿Dónde está ese culo voluptuoso que tenías? ¡Estás en los huesos!  ¿Cómo puedes mear sin deshidratarte? ¡Hasta van a decir las malas lenguas que estás anoréxica, que estás bulímica, que te has vuelto un espantajo!

La reina, lejos de desmoronarse ante el vendaval de críticas de su asesor de imagen, buscó justificarse en un puntual e inevitable desahogo.

-Óyeme Sasha… ya ni sé los años que llevo untándome toda clase de potingues, subiéndome a toda clase de artefactos, aplicándome todo tipo de cremas, siguiendo toda suerte de dietas…todas seguras, recomendadas, infalibles. Paso mi vida contando las calorías, los carbohidratos, los azúcares de cada alimento, asistiendo a sesiones de masajes reductores y tomando té laxantes tres veces al día. Me he comprado todas las fajas del mercado, he apelado a todas las cirugías, he llenado mis armarios con modelos y accesorios de todos los grandes modistos de este reino y de los vecinos…y te sigo, todavía, escuchando que Blancanieves  me saca ventaja a pesar de que, me dicen, esa condenada está más gorda que una chancha preñada.

-De eso se trata precisamente –le interrumpió el espejo- Blancanieves no está gorda sino embarazada. Por lo que sé, ha conocido a un príncipe muy apuesto y muy rico, y se van a casar.

La reina ahogó en su interior un grito de rabia, incluso dos, hasta tres y, finalmente dijo:

-¡Nooooooooooooooo!

-Pues sí, y feliz que está –confirmó Sasha los peores augurios.

-Pero… -trató la reina de recuperar el color perdido con los ojos aguados.

-¡Pero nada! ¿Cómo no te has dado cuenta? ¿Cómo has llevado esto tan lejos? ¡Si hasta la corona te queda grande ya! ¡Qué horror… vas a acabar con tu vida y, lo que es peor, con mi reputación!… ¡Hasta van a decir que consumes drogas!

La reina  no quiso escuchar más. Súbitamente, en un sorprendente gesto de física destreza, levantó sus escuálidas piernas a la altura del mágico espejo y, de un solo golpe, descargó sus dos furiosos lamborghinis sobre la luna.

Un estrépito de menudos fragmentos de cristal ahogó para siempre la voz de Sasha. Como una muñeca rota, inservible, la reina quedó en la silla, frente a su tocador, sollozando en silencio su desgracia. También su vida había acabado. Ya nunca sería la más bella. Y para colmo de desdicha, Blancanieves era feliz.

Tomó la roja manzana del tocador y volvió a sonreír al escuchar su crujido al morderla, ese agridulce sabor que la estremecía de placer, esa jugosa textura que tanto habían evitado sus labios. Al carajo, pensó. Ya, qué importaban unas cuantas calorías más.

La Confesión

No creo en la otra vida, pero si algún día me desdigo y termino aceptando la certeza de una eternidad para la que hoy no me basta la fe, será porque piense que vidas tan generosamente entregadas a las mejores causas de los seres humanos, como la del padre jesuita y dominicano Regino Martínez, detenido ayer en Estados Unidos, no tendrían sentido sin esa prolongación de la existencia donde se vean cumplidos los mejores sueños y anhelos de todos, porque algo así debe ser la otra vida.

 No creo en la Iglesia, pero si algún día me arrepiento de tanta agnóstica ignorancia, y acabo  agradeciendo esa divina referencia en la que todos los seres humanos sean por fin iguales, será porque termine, finalmente, apreciando que ejemplos como el que brinda el padre Regino, preso por “razones de Estado”, supieron transformar el más empobrecido infierno de este mundo en la más hermosa y humana fiesta de la solidaridad, porque algo así debe ser la Iglesia.

 No creo en Dios, pero si algún día reconduzco la incredulidad que hoy manifiesto y termino convirtiéndome en otra oveja más de su rebaño, será porque me confirmen su existencia vidas tan generosas y honestas como las del padre Regino, el padre Rogelio,  Patxi Larrainzar, Jesús Lezaun,  Arnulfo Romero, Gaspar García Laviana, Ellacuría, Casaldáliga, Helder Cámara, L.Boff, Ernesto Cardenal y tantos sanadores de almas que han predicado el amor allá donde más se hace preciso su arraigo, que han sacrificado cualquier aspiración personal y mundana en el fraterno abrazo solidario con aquellos más desprotegidos y necesitados, porque algo así debe ser Dios.

 Ayer era detenido en el aeropuerto de Miami el padre Regino Martínez quien, con su documentación en regla y su correspondiente visado, se disponía a viajar a Nueva York donde participaría en una conferencia de su orden religiosa.

Para quien no lo conozca, el padre Regino Martínez tiene una larga vida, parte de la cual ha pasado en Dajabón, en la frontera haitiano-dominicana, dedicada a defender los derechos humanos, la verdad y la justicia. Y es, también, uno de esos dominicanos cuya existencia nos ayuda a los demás a preservar la fe en el futuro del país. Un ser humano íntegro y honesto, excepcional.

Desde aquí mi abrazo, el de Urrategi, mi esposa, y el de todos los seres humanos a los que su ejemplo nos ayuda a vivir.

Incitar a la violencia

Si incitar a la violencia es un delito, a Díaz Ferrán debieran meterlo preso.  

Lo digo porque, hablando en su favor, se le puede perdonar que haya quebrado todas sus empresas, que ser un inepto no es un delito; se le puede pasar por alto que haya dejado en la calle a cientos de trabajadores a los que ni siquiera paga sus salarios, que como bien argumentara su abogado, Díaz Ferrán sólo había asumido con ellos una obligación moral, y carecer de moral tampoco infringe la ley; el que vendiera pasajes aéreos a emigrantes latinoamericanos apenas horas antes de que su compañía quebrara también es disculpable, que la casual fatalidad no admite cargos ni condenas. Lo que no tiene dispensa ni perdón, porque incita a la violencia, es que el presidente de los patronos españoles dado que nadie mejor que él encarna sus valores y principios,  encima se burle, se ría de la gente, con ese descaro de quien se sabe impune y que se cree intocable.

Y si, como temo, no hay juez que considere que mofarse de sus víctimas,  cuando el que se pitorrea es un pedestre chorizo de eminente pedigrí, tampoco es delito, al menos debieran encerrarlo por su propia seguridad, porque incita a la violencia que el mismo sinvergüenza que se mofara de aquellos a quienes había estafado confirmando que ni siquiera él habría elegido su compañía para volar a ninguna parte, venga ahora a insistir en su vil recochineo declarando que lo que se necesita para salir de la crisis que gentuza como este canalla ha provocado y, lo que es peor, todavía administra,  es “trabajar más y cobrar menos”.

A la espera de que el Estado lo nombre embajador en la Polinesia para que disfrute de su botín, si yo fuera él no saldría a la calle.

El soldadito de plomo y la bailarina de la lentejuela

(Tomado del libro en gestación “Cuentos que no nos contaron”, a medias entre Koldo Campos Sagaseta e Irene Campos Fernández)

A un modesto juzgado de un pequeño pueblo llegó un día un anciano. Vestía una deshilachada guerrera que alguna vez fue roja y un descolorido pantalón azul al que no le cabían más remiendos. La falta de una pierna la compensaba con dos viejas muletas de madera en las que se apoyaba.

Al verle entrar, el funcionario que atendía el mostrador apartó los ojos del periódico y sonrió.

 -¡Vaya por Dios! ¡Si ha vuelto el soldadito de plomo! ¿Y qué te trae ahora por aquí? ¿No me digas que otra demanda?

 -Así es –contestó el anciano- Quiero poner una querella contra Hans Christian Andersen.

 -¡Ya…! -siguió sonriendo el funcionario- Otra querella más. Mira soldadito, en los últimos veinte años has demandado al empresario que te fabricó sin pierna; al comerciante que te vendió cojo; al Estado por inhibirse ante la solicitud que hicieras de una prótesis; al ejército por no pagarte la pensión de invalidez y los salarios atrasados; al ayuntamiento de la ciudad por no tapar los desagües públicos; al duende que te puso en la ventana; a la ráfaga de viento que te lanzó a la calle; al niño que te arrojó a la chimenea;  a la rata que te exigió el pasaporte, al pez que te tragó… y ahora también quieres demandar al autor del cuento. ¡Vamos soldadito… no me hagas perder el tiempo! ¿Tú sabes la cantidad de crucigramas que tengo por resolver?

 -Siento molestarlo pero, quizás, cuando ya no le quede trabajo pendiente, pueda encontrar tiempo para ocuparse de mi querella… -contestó el anciano- …así se distrae un rato de sus ocupaciones.

 -¡Ya…! Muy amable por tu parte. El problema es que no has ganado ninguno de tus pleitos. ¿Puede saberse por qué ahora demandas al autor del cuento?

 -Porque Andersen es el responsable de todas las calamidades que he pasado. Y que conste que se las disculpo. Le perdono que me concibiera con una sola pierna y que el negro duende que vivía en la caja de rapé me hiciera la vida imposible hasta el punto de provocar mi caída a la calle. Tampoco le tengo en cuenta que, además del golpe, ni el niño ni la sirvienta me encontraran cuando acudieron en mi auxilio, como le paso por alto el aguacero que desató a continuación. Le dispenso que no se le ocurriera mejor entretenimiento para los dos niños que me hallaron, que montarme en un barco de papel y ponerme a navegar por el canal de la calle hasta perderme por un desagüe abierto. Le perdono que una maldita rata me acosara en procura de un pasaporte y que, a punto de ahogarme, me tragara un pez. Le  disculpo, incluso, su pirómano intento de acabar con mi vida en la chimenea.

– Muy generoso por tu parte exonerarlo de todos los cargos –lo interrumpió sorprendido el funcionario.

-Hasta le perdono –continuó el anciano su inventario de disculpas- que no me dejara expresar mis emociones en atención a que yo “vestía uniforme militar”  por lo  que no pude gritar pidiendo auxilio cuando caí a la calle, porque  hasta en esas circunstancias debía “mantenerme firme y sin mover un músculo, mirando hacia delante, siempre con el fusil al hombro”. Tenía prohibido llorar, así fuesen “lágrimas de plomo, que no habría estado bien que un soldado llorase”. Ni siquiera me permitió el autor del cuento un simple y común pestañeo. Hasta dos veces me los negó. Sólo debía mantenerme firme y recordar aquella vieja canción: “¡Adelante guerrero valiente! ¡Adelante te aguarda la muerte!” que tanto detestaba, porque es verdad que era un soldado pero no es cierto que quisiera morir.

– ¿Y entonces… de qué acusas a Andersen?

Lo único que no le perdono es que no me permitiera haber amado a aquella damisela parada a las puertas del castillo de papel, que vestía “un traje de clara y vaporosa muselina, con una estrecha cinta azul anudada sobre el hombro, a manera de banda, en la que lucía una brillante lentejuela tan grande como su cara”. Tenía los dos brazos en alto, pues era bailarina y había alzado tanto una de sus piernas que hasta pensé que sólo tenía una”. La amé desde que la vi. Si al menos Andersen hubiera previsto, como compensación a todas las desgracias que urdió para mi vida, el feliz encuentro con mi amada bailarina al final de su cuento, hoy no estaría aquí, en este juzgado, pero no fue así. Eso es lo que no le perdono y por ello mi querella.

-¡Ya…! –bostezó el funcionario- Por cierto… ¿y tu fusil?

-El fusil lo perdí en la chimenea, cuando rodé sobre las brasas para escapar del fuego y esconderme  a salvo de Andersen. Al día siguiente, la sirvienta de la casa lo encontró calcinado y pensó que era mi corazón aquel pedazo de plomo derretido. Naturalmente, yo no quise desmentir el equívoco y una noche más tarde abandoné la casa.

-¡Ya…! Mira, pasa a esa sala de espera que ahora estoy tramitando otra demanda, precisamente, contra Andersen, y aguarda a que te llame para hacer el papeleo.

 El anciano, tras dar las gracias, pasó a la sala que le indicara el funcionario y, abatido, tomó asiento junto a una mujer, también curtida en años y desgracias, a juzgar por su atuendo: un raído y viejo traje que amarraba a la cintura con una desteñida cinta que pudo ser azul.

-Así que tú eres el soldadito de plomo… –sonrió la mujer mientras observaba con atención al anciano- No he podido evitar oír tu conversación con el funcionario. Yo también estoy aquí para demandar a Andersen.

Cuando el anciano levantó su mirada del suelo y se encontró de frente con los ojos de la mujer, un destelló de luz iluminó su rostro y su memoria y, balbuceando, como si las palabras, de improviso, huyeran de su boca, finalmente, se atrevió a preguntar.

-¿Nos conocemos? Tu voz… no sé… me resulta familiar.

La mujer, con los ojos aguados por la emoción, tomó entre las suyas una mano del anciano y le contestó.

-No soldadito de plomo, mi voz no puede resultarte familiar porque en todo el cuento no pronuncié una sola palabra. Ni siquiera un respingo aceptó Andersen poner en mi boca. Cuando tú llegaste a aquella casa dentro de una cajita repleta de soldaditos de plomo, yo ya estaba en el cuento, suspendida sobre una sola pierna, en clásica pose de danza, pero sin bailar, a las puertas de un castillo de papel. Y en esa posición y silencio, siempre inmóvil, llegué a la última página para que ni siquiera fuera yo, sino el viento,  quien me acabara empujando a la chimenea.

-¿Entonces… –la interrumpió turbado el anciano- …eres tú…?

-Sí, mi soldadito, soy yo, la que no tuvo nombre, la que no tuvo palabra, la que no tuvo movimiento… Si acaso, aquella brillante lentejuela a la que el fuego dejó “negra como el carbón”, único vestigio que Andersen permitió de mi existencia.

-¿Y cómo escapaste del fuego?

-La misma ráfaga de viento que me llevó a las brasas me salvó de ellas. Con el golpe perdí la lentejuela en la chimenea y yo acabé tirada entre los troncos que la sirvienta almacenaba a un lado. Nadie notó mi ausencia al otro día porque el único al que en verdad le importaba había corrido la misma suerte que yo, al menos, eso fue lo que creí hasta hace un rato, cuando te oí hablar con el funcionario y supe que tú también te habías librado de la hoguera y de Andersen.

 Un entrañable y largo abrazo que no era de plomo, tampoco de papel, selló el feliz encuentro de los dos ancianos. Cuando se separaron, todavía sentados, ella preguntó.

-¿Y qué hacemos ahora?

-¿Seguimos adelante con nuestras demandas? –quiso saber el soldadito.

 – Creo que tengo una mejor idea. ¿Por qué no nos vamos por ahí y aprovechamos este feliz reencuentro para escribir un cuento nuevo, el que pudo ser entonces y para el que aún estamos a tiempo?

– ¡Sí…! –respondió conmovido el soldadito- Un cuento que tenga en nuestras manos a sus únicos intérpretes.

-Sin nadie que marque nuestros pasos –confirmó la bailarina.

-¿Y a qué estamos esperando? –se preguntaron los dos al mismo tiempo antes de romper a reír y, abrazados, levantarse y salir de la sala.

-¿Y qué pasa ahora? –se lamentó el funcionario mientras desatendía sus labores- ¿Es que no me van a dejar terminar el crucigrama?

-¿Qué es lo que te falta? –preguntó la bailarina- ¿Podemos ayudar?

Tal vez porque ya el funcionario se había dado por vencido aceptó compartir con los dos ancianos el último enigma por resolver.

-Cuatro horizontal…Que odia o siente rechazo hacia las mujeres…Tiene ocho letras.

-Misógino –respondió de inmediato el soldadito.

-Andersen –aportó la bailarina.

Y sin esperar la respuesta del funcionario, entretenido en confirmar las posibilidades de dos respuestas que venían a ser la misma, el soldadito y la bailarina, de la mano y entre risas, se dirigieron hacia la puerta del juzgado.

-Desde que lleguemos a casa voy a quitarme esta vieja casaca militar de encima –confesó el anciano.

-Y al mismo basurero que vaya tu casaca va a ir a parar este absurdo traje que lejos de ayudarme a volar me sirvió de mortaja.

-¡Eh…! –alcanzó a gritar el funcionario cuando ya los dos ancianos estaban a punto de salir- ¿Y las demandas? ¿Qué hago con ellas?

-Archívalas… respondió el soldadito volviéndose desde la puerta- …donde mejor te quepan.

-¿Qué las archive…dónde?

La bailarina también quiso contribuir al crucigrama y, antes de desaparecer detrás del soldadito, giró sobre sus pasos.

-Tiene cuatro letras y sirve para sentarse… y para archivar querellas.