¡Barkatuuuuuuuuuu!

La EITB, por aquello de promover su programa “Todos los apellidos vascos” nos recuerda constantemente, todos los días, la hora y fecha en que deberemos conocer los apellidos vascos de la aristócrata y política española… Doña Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, condesa consorte de Bornos y condesa consorte de Murillo, presidenta al uso del Partido Popular en la Comunidad de Madrid.

Tengo la impresión de que debe haber otros muchos “aguirres” en Euskalherria como para que, con tantos aspirantes,  no se nos ocurra una mejor elección que esa intrigante de opereta que en febrero de este año deberá comparecer ante la Comisión de Investigación sobre la corrupción en Madrid, entre otras razones porque, en esa Comunidad, no hay chorizo juzgado o por juzgar, imputado o condenado,  que no haya ido de su mano.

No sé si EITB promueve este programa como una forma de ahondar en las raíces e identidad del pueblo vasco para celebrarlo o para insultarlo, pero por si acaso EITB se propone seguir con personajes de la misma ralea y pedigrí y ya está considerando la familia de Pinochet Ugarte y su señora esposa Lucía Hiriart como una buena opción para una nueva entrega, así lo haga, solo quiere pedirle mesura en la publicidad, que no nos machaque tanto con el anuncio del programa a quienes no lo vemos pero seguimos confiando en que EITB también se parezca un poco a nosotros, no nos asfixie con tantas y repetidas advertencias de que uno de estos días consumarán su amenaza.

Ya no soporto más ver y oír a esa golfa verdulera, que no da ni para delincuente… aunque lo sea, seguir significando  que por sus venas “corre más sangre vasca que de cualquier otra parte”… porque esa sangre no corre… ¡Huye!

Como yo de EITB si vuelvo a tropezarme con el esperpento.

(Euskal presoak-Euskal herrira)

¡Qué tiempos aquellos!

Sí, qué tiempos que hoy recuerdo y extraño, aquellos viejos años comedidos y pulcros, cuando en el consagrado hemiciclo del Congreso en cortés armonía debatían sus siempre ilustres señorías.

Sí, es verdad, también es cierto que hubo ausencias, reiteradas ausencias, que algunos ni llegaron a asistir excepto para el cobro de sus homologados emolumentos, que no siempre hubo quórum. De hecho, era público que algunas señorías bebían más votos en las urnas de la cafetería que en sus escaños y que, también, los hubo, capaces de dormir y roncar toda una legislatura e, incluso, hacer posible, desde su vicepresidencia, el mejor registro de la marca “Candy Crush”. Y es que, aquél había sido un buen día para la señora Villalobos. Nada que ver con los vicepresidentes exabruptos que le provocaban ciertas señorías y choferes… ”¡Vamos tira palante…! ¡Manolo…venga coño! ¡No es más tonto porque no se entrena! ¡Manolo… joder!”

Tampoco esa sería la última vez que alguna señoría nos conminara a jodernos. “¡Que se jodan!” resumió su celebrada ponencia la diputada Fabra durante una solemne sesión. Y no deja de ser cierto que por detrás de las columnas del Congreso los cuestionados por el código penal trajinan sus amarres, orondos, risueños y, por supuesto, bien aforados, que a la impunidad siempre la ha vestido con elegancia la prenda de una ley que la conforme. Como aforadas han sido sus comisiones, sus honorables cuentos, sus cuentas honorables, sus puertas giratorias, sus acuerdos a oscuras, su luminoso lucro, en blanco y en negro, en directo y diferido.

Y es que un congresista, un senador, no surge de la nada, no es cualquiera que improvisa su regia doblez,  su señorial hipocresía,  esa innata capacidad de desdecirse de todos los compromisos asumidos sin admitir, ya que no la vergüenza, al menos la memoria. No está al alcance de cualquiera que pueda facturarse tanta emérita desfachatez.

¡Qué tiempos aquellos! Cuando el Congreso lo ocupaban  eminentes señorías acusadas de violencia machista, de maltrato laboral, de estafa, de tráfico, de cualquier delito… mentados tropiezos que, según consta en las actas oficiales, en absoluto empañaron su cristalina gestión y egregia trayectoria.

Ser un hijo de puta tampoco se improvisa, y en cualquier caso, quedan para la historia sus insignes esfuerzos por delegar nuestros mejores sueños en manos de la Virgen del Pilar, de la de la Almudena, de la del Rocío… hasta de su ángel de la guarda. ¡Qué erudición! ¡Cuanta elocuencia! ¡Cuanta publicidad! ¡España somos todos!

Pero la verdad, al cabo de tantos años de honorables ilustrísimas velando por mis intereses y porque ya no tengo paciencia para seguir con tanta gentileza, más que aquellos viejos tiempos echo en falta los nuevos que vendrán, esos que se están asomando, esas voces que sí nos representan, voces vascas, catalanas, gallegas, republicanas, que no aceptan negarse, trabajadoras, aunque haya que romper, hoja por hoja, todos los artículos de una constitución estéril. Y bienvenidas sean las rastas, los pirsin, las coletas, los bebés, los ancianos, los de las camisetas, ese imprescindible aire que devuelva el Congreso a sus funciones, a las de aquel otro maravilloso anuncio de legislar para el bien común.

Que se llene de zapatillas, de boinas, de pañuelos, de propuestas decentes, de respaldos debidos, de verdades, de derechos, que se llenen de pueblo.

Y sí, también de piojos, que nunca se equivocan cuando buscan congresistas con sangre.

(Euskal presoak-Euskal herrira)

 

 

Asombros de ida y vuelta

 

Suele ocurrir, cada vez que en alguna tertulia de EITB se habla de las presas y presos vascos, que se reacciona con el “asombro” cuando alguien reivindica la necesidad de la amnistía. Como si se hablara de algo insólito, nunca visto antes, los hay quienes, incluso, superado el inicial asombro por la exigencia, se atreven a destacar que vivimos en un “estado de derecho” que haría inviable semejante pretensión y que, además, no hay nadie detrás de esa demanda, que nadie secunda la amnistía.

Y el asombro pasa a ser el mío cuando los oigo porque,  aunque así fuera, que no lo es, nadie ha demandado tampoco la impunidad para el terrorismo del Estado español y, sin embargo, a la impunidad se han remitido los asesinatos perpetrados desde ese Estado.

Apenas unos pocos crímenes y actos de terrorismo cometidos por el Estado español han sido sometidos a la justicia. Menos aún han sido los casos, entre esos pocos asesinos enjuiciados, que fueron condenados, y de más está decir que, entre los apenas condenados a una confortable cárcel cerca de su entorno familiar (como debiera ser para todos los presos) nadie guarda prisión. El general Galindo, que cumplió 4 años de los 80 a que fue sentenciado es un ejemplo. La impunidad del Señor X es otro. A algunos contertulios, además del mentado estado de derecho, les sobra el asombro.

(Euskal presoak-Euskal herrira)

 

Vivo en la luna

Lo admito, sí, es verdad, vivo en la luna, que la tierra me pesa y me reduce hasta anularme o, peor aún, hasta negarme esas cuantas palabras que vine trajinando y que, llegué a creer, algún día acabaría aprendiendo. Y es que mis palabras se me pierden y por más que uno invoque su nostalgia o recurra el dictamen de la amnesia, así sea transitoria, o apele la revisión del caso demandando un vestigio de luz en la memoria, hay palabras que siempre se me pierden sin que consiga conjugar sus letras. Palabras movedizas de sílabas fugaces que se cierran y abren, que se van y se vienen, palabras como… Hay palabras que siempre se me pierden.

Lo admito, sí, es verdad, vivo en la luna, y a falta de palabras no conservo en este escueto inventario de mudanza otra cosa que mis puntos suspensivos.

Cualquier cosa que piense, antes de que pueda expresarla, comienza a segregar infinitos puntos suspensivos para que, enredado en ellos, termine por rendirme a la evidencia y me niegue a articular siquiera una tímida voz, un discreto sonido, una simple palabra. Cada vez que estoy a punto de arribar a alguna inobjetable conjetura los puntos suspensivos la dejan en el aire y, ante el cuestionamiento general que impaciente espera que concluya, me voy de punto en punto, muy despacio, camino de la luna, sin nada que alegar en mi defensa que no sean los puntos suspensivos.

Viene entonces la queja y el reproche de un universo crédulo y resuelto que se niega a aceptar por descreído el secular cortejo de mis siempre suspensivos titubeos, y yo alego mis credos suspensivos para dejar a Dios a la intemperie y ponerme la duda por sombrero.

Si al menos en la luna me quedara un sin embargo, un acaso, un simple pero, sé que podría reconducir mis pasos por certezas comunes, cotidianas, por esos abismos que se nos mienten cuerdos, como los que nos sirven de descargo para no reiterar viejos insomnios.

Debe ser bueno levantarse y descubrir que somos un por ciento, y aún más grato incorporarse al día si el porcentaje resulta abrumador, pero no son más dulces los besos suspensivos ni hay memoria que pueda sostener tanto recelo.

La noche iguala el sueño de los mansos aunque no haya una estrella que lo ilustre o un ramalazo de fe que lo haga humano, que los demás debemos conformarnos con acunar los puntos suspensivos hasta que se sometan las pupilas y no lata la hiel más que el costado.

Lo admito, sí, es verdad, vivo en la luna, aunque no he terminado de mudarme. Me falta  recoger una sonrisa que haga más dulces las noches en menguante y una lágrima grave que compense la desmedida holganza del creciente para contar estrellas a tu lado como gatos esquivos arriba de un tejado.

(Euskal presoak-Euskal herrira)

 

 

 

En algún lugar de esta ciudad

El teniente Kojak, mientras paladea un caramelo, discute en su oficina con un extraño tipo el precio de la información y la garantía de no ser procesado.

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Cierto que no es ético el soborno, ni virtud la delación y tampoco está el teniente facultado para impartir justicia, pero en algún lugar de esta ciudad Jack el Destripador se dispone a atacar.

Al volante de su coche, Kojak persigue al sospechoso y a doscientos kilómetros por hora derrapa en una curva llevándose por delante a una anciana inoportuna.

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Cierto que el celo profesional en el cumplimiento del deber provoca a veces lamentables accidentes de muy dolorosas consecuencias, pero en algún lugar de esta ciudad Jack el Destripador se dispone a atacar.

En acto de servicio, Kojak patea los testículos del dueño del motel en que se aloja el sospechoso y le recuerda, incluso, sus atrasos con Hacienda y un viejo expediente que puede removerse si la colaboración no es generosa.

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Cierto que la coacción, las amenazas o la tortura no son métodos indagatorios propios de un estado de derecho que se respete o que lo disimule, pero en algún lugar de esta ciudad Jack el Destripador se dispone a atacar.

Kojak desaloja a los inquilinos de las habitaciones próximas a la 24. Una pareja de estudiantes corre semidesnuda. El niño de la 26 llora en el pasillo. Una joven mulata forcejea con varios detectives.

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Cierto que la defensa de la Ley y el Orden conlleva, con frecuencia, inconvenientes a terceras personas que no siempre agradecen la protección que se les brinda cuando, en algún lugar de esta ciudad Jack el Destripador se dispone a atacar.

El teniente Kojak desenfunda su revólver y carga con su hombro la puerta de la 24.

La puerta cede y Kojak aparece disparando seguido de sus hombres.

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Cierto que existen las órdenes de registro y los permisos de allanamiento y los ayudantes fiscales, pero es preciso actuar con rapidez y contundencia porque en algún lugar de esta ciudad Jack el Destripador se dispone a atacar.

La mesa se derrumba arrastrando la cena. Las llamas del televisor amenazan propagarse a las cortinas…en vano trato de incorporarme. Me siento sin fuerzas y apenas soy capaz de recordar…sólo los disparos y aquella voz tan familiar…La sangre empapa mi camisa.

Se está haciendo de noche y alguien a mi lado repone lentamente la munición de su revólver mientras paladea un caramelo… Se está haciendo de noche… no hay anuncios.

(Si donde dice Jack el Destripador pusiera ISIS… diría lo mismo)

 

(Euskal presoak-Euskal herrira)