La cuarta letrina

La cuarta letrina

Declaraba Joe Biden en la Asamblea General de la ONU que “no hay principio más importante en la carta de esa institución que la prohibición de los países a tomar por la fuerza los territorios de sus vecinos”, y hace falta cinismo y desvergüenza para expresarse en estos términos por quien preside el gobierno que más vulnera ese y cualquier otro principio de la ONU, no obstante la competencia de Israel, del imperio británico y de Europa en tan criminal historial de violaciones. La cómplice cobertura de los grandes medios a tanta hipocresía convierte a sus consumidores, como dijera Bertolt Brecht, en ilusos o en delincuentes.

En ilusos, por carecer de esa criticidad que permita generar reflexiones y pensamientos en un mundo en el que cada día son menos los que disfrutan de esas capacidades. De ahí que el iluso no tenga objeciones que hacer a las mentiras difundidas por los grandes medios y las haga suyas.

Y en delincuentes porque, aún conociendo la verdad, prefieren llamarla mentira y defender lo indefendible a cambio de la indigna recompensa que el poder ofrece a quienes, serviles hasta la náusea, reiteran sin sonrojarse que para Joe Biden no hay principio más importante que “no tomar por la fuerza los territorios de sus vecinos”.

(Preso politikoak aske)

«Navarra siempre p´alante»

Si el cambio climático importara realmente a quienes tienen en sus manos el gobierno de las medidas que podrían paliar sus efectos antes de que sea demasiado tarde, no estaríamos asistiendo todos los días al entusiasmo de políticos y medios ante el récord de llegadas de aviones a los aeropuertos, ni tampoco aplaudiendo el lanzamiento de cohetes espaciales, ni celebrando la apertura de nuevas rutas comerciales en el Ártico gracias al deshielo que provoca el cambio climático, pero los delincuentes a cargo del negocio siguen adelante, como si nada, reconvirtiendo la energía nuclear en verde, multiplicando los vertederos y vertiendo en los ríos toda clase de residuos tóxicos. En cualquier caso, que nadie se preocupe, todo va bien y está en buenas manos, las mismas, por cierto, que han provocado el desastre que se avecina. “¡Se recupera el turismo, se recupera la economía, se recupera el crecimiento!” grita el televisor. “¡Volvemos a la normalidad!”

También la navarra profunda festeja la recuperación y rechaza la propuesta de “repensar el Tren de Alta Velocidad” porque el “pensamiento navarro” sigue siendo un oxímoron. Como decía aquella vieja máxima que tanto escuché en mi infancia: “Si se hunde el mundo que se hunda, Navarra siempre p´alante”.

(Preso politikoak aske)

Hasta las pelucas

Hasta es posible que los honorables jueces del Tribunal Superior del Reino Unido volvieran a ponerse las tradicionales pelucas blancas, pulcras y repeinadas, para que no faltara solemnidad a la sentencia que se disponían a perpetrar. Y la sentencia dictaba que los lingotes de oro (dos mil millones de euros) que el Banco Central de Venezuela tiene depositados en el Banco de Inglaterra y cuya devolución viene reclamando desde hace años, se quedan en Inglaterra debido a que las instituciones venezolanas no son reconocidas por el Reino Unido que, como se sabe, sí reconoce a Guaidó, como el mamarracho elegido y nombrado presidente interino de Venezuela por Estados Unidos, el Reino Unido, y algunos satélites europeos entre los que se encuentra el “gobierno más progresista de la historia de España”. Ni siquiera en lo peor de la pandemia aceptaron los empelucados jueces devolver el oro a Venezuela.

Tan gentlemanes como son los británicos, tan sires ellos, tan lores, tan piratas, ahí siguen quinientos años después Sir Francis Drake, Sir Henry Morgan y demás Barbanegras del imperio saqueando América y el mundo, colonia por colonia, por la cara, digo… por la flema. Tal vez, como dicen, haya caído el puente de Londres, pero la desvergüenza de sus instituciones y su corona no.

Y a propósito de cleptómanos y palacios, dicen los informativos que el mundo está conmocionado y que cientos de miles de personas prenden velas alrededor de Buckingham. ¡God save the godmather! ¡Long live the godfather!

¡Hasta las pelucas…!

(Preso politikoak aske)

«No podemos volver a las cavernas»

Koldo Campos Sagaseta

Cada vez que la ambición y el lucro especula algún nuevo y fantástico proyecto construyendo trenes de alta velocidad o metros sumergibles e innecesarios; cada vez que tras millonarias comisiones se aprueban inocuas prospecciones en el mar o se otorgan licencias para el seguro almacenamiento de residuos nucleares, siempre hay un coro de políticos y contertulios que, por si acaso no se entiende el costo que el progreso y el desarrollo exigen, insiste: “No podemos volver a las cavernas”.

¡Por supuesto que no! ¿A quién se le va a ocurrir volver a las cavernas?

Es mucho más reconfortante vivir debajo de un puente, dormir en el cajero de un banco, en el banco de un parque o en los portales de las cuevas. ¿Para qué una piel de oso con la que arroparse en las noches de invierno cuando disponemos en la calle de toda clase de cartones con los que protegernos de las inclemencias del tiempo? ¿Para qué salir de caza por el bosque o la selva, lejos de la cueva, cuando podemos en la misma calle rebuscar alimentos en los contenedores de los supermercados? No podemos volver a las cuevas. Nos pasaríamos el día pintando bisontes en las paredes, en lugar de estar en las esquinas pintando retratos a los turistas.

Millones de personas en todo el mundo han salido de las cuevas para no volver y disfrutan la vida entre los escombros de Alepo y las ruinas de Aden, en las minas de Katanga, en las cárceles de Jartum, en los cementerios de Ciudad Juarez, en los basureros de Cap Haïtien, en el fondo del Mediterráneo, en la Cañada Real de Madrid.

No, a las cavernas no vamos a volver porque hasta las cavernas son un destino y nosotros no vamos a ninguna parte.

(Preso politikoak aske)

I love USA

La primera leche que bebí en mi vida, al margen de la que mi madre dispusiera, fue la leche en polvo americana obsequio del Plan Marshall.

Mis primeros juguetes, un Winchester que disparaba flechas y un Colt plateado de cachas nacaradas que, al menos, hacía ruido. Un día era sheriff en Tucson; otro, vaquero en Virginia y hasta corneta en el 7º de caballería.

Comencé a amar el cine viendo volar a Peter Pan y mi primer álbum de cromos fue Bambi. Supermán el primer comic que cayó en mis manos, y Marilyn Monroe el primer sueño erótico del que tengo memoria.

El Llanero Solitario y Bonanza las citas más esperadas en la televisión. Las primeras risas propias se las debo a Chaplin y a Groucho Marx y sus hermanos. El primer muerto honorable que mis nueve años enterraron fue John F. Kennedy. Mi primera reivindicación fueron los «jeans» que les veía a los demás niños en lugar de mis pantalones cortos de «pata de gallo» regalo de una tía a la que nunca perdoné el agravio. La exquisitez más deseada un envase de cartón con pollo y patatas fritas. Mi bebida preferida, una soda negra con burbujas. Mi primer secreto, el cigarrillo en el retrete. Oyendo a Bob Dylan comencé a cantar en el inglés que no sabía.

La vez que me hice adulto y me atreví a mirar la vida, fue esa noche en que razón y derecho pesaron más en mi conciencia que todas las emociones citadas y algunas más que ya ni importan, y aprendí que nada tienen que ver todos los irrenunciables amores que guardo de ese gran país que es Estados Unidos, con esa indigna recua de presidentes y gobiernos infames; con ese imperdonable historial de crímenes y atropellos; con esa desgraciada fantasía de neón en la que no caben los negros, los latinos, las mujeres, los «ninguneados» los que no tienen con qué pagarse un “sueño americano”; con ese Estado delincuente que enarbola la violencia como conducta, la tortura como terapia, el crimen como oficio, la guerra como negocio y para el que siempre hay un Nobel de la Paz.

(Preso politikoak aske)