¿Valió la pena?

Creo que fue la última pregunta de Jordi Évole a Otegi en su programa de Salvados, y es una pregunta que si conjugada en tiempo futuro (¿Valdrá la pena?) me parece muy oportuna y útil, conjugada en pasado (¿Valió la pena?) no tiene sentido.

Juzgar la conveniencia o no de un hecho después de sucedido y hacerlo, además, en función de su supuesto resultado, es una estupidez.

¿Valió la pena que en el Estado español la mayoría decidiera en las urnas el triunfo de la República y los derechos y libertades que esta suponía? ¿Valió la pena después de cientos de miles de muertos y de exiliados, selladas las urnas y coronada de nuevo la monarquía? ¿Valió la pena cuando ochenta años después todo está por hacerse, incluyendo la república?

¿Valió la pena plantar un árbol para que días más tarde llegara la empresa maderera y arrasara el bosque? ¿Valió la pena educar a nuestros hijos en los mejores valores humanos para que tengan ahora que desenvolverse en una sociedad acreditada por el lucro, la ambición, el individualismo, la falta de escrúpulos o la violencia?¿Valió la pena que Jesucristo muriera crucificado para redimir al género humano a tenor de lo que estamos viendo?

La respuesta es sí, valió la pena, si uno tomó en conciencia la decisión que consideraba correcta, así fuera tarde, así estuviera solo, valió la pena si uno terminó haciendo lo que creía justo, aquello que se sentía obligado a hacer. Con independencia de su resultado, vale la pena hacer lo que, honestamente, uno creyó debido. Eso es lo único que vale la pena.

(Euskal presoak-Euskal herrira)

Sikka Brahim

El activista saharaui fue detenido en la casa de su familia el 1 de abril por la policía marroquí cuando se disponía a participar en una manifestación de la Coordinadora de Desempleados Saharauis de la ciudad de Guelmim, donde vivía. Torturado por la policía marroquí Brahim se declaró en huelga de hambre negándose a ingerir alimento alguno, tampoco agua.

La información al respecto no la va a encontrar en el Diario Vasco, El Correo Español, El País, El Mundo o ninguno de los grandes medios de desinformación habituales. Tampoco en cualquiera de los canales de televisión propiedad de los mismos dueños que los periódicos citados. Al fin y al cabo Brahim no era venezolano o cubano y Marruecos es un reino aliado, amigo.

De hecho, yo vine a saberlo a través de las redes sociales, en concreto de “La voz del Sahara occidental en Argentina”. Curioso trayecto el que deben seguir ciertas noticias.

Ya han pasado más de 40 años desde que el pueblo saharaui fuera traicionado y vendido por el Estado español a Marruecos sin que Naciones Unidas haya hecho absolutamente nada por cumplir el compromiso de un referéndum que a Sikka Brahim y a tantos otros saharauis va a llegarles tarde. Trasladado grave al hospital de Agadir, Sikka Brahim murió el 15 de abril.

(Euskal presoak-euskal herrira)

Los presos de Obama

 

Alrededor de 500 presos políticos hay en Estados Unidos, presos por lo que nadie pregunta a Obama, que nunca son noticia de ninguno de los grandes medios de comunicación y que tampoco serán preocupación de los parlamentos europeos o de los ayuntamientos de algunas de sus grandes capitales, como Madrid.

Entre tantos presos, poetas como Leonard Peltier, indio lakota y dirigente del Movimiento Indio Americano que, casi ciego y en delicado estado de salud, lleva 40 años preso por defender los derechos de los pueblos indios. Directores de cine como Robert Redford o políticos como Mandela han solicitado y demandan su libertad. Junto a Peltier unos 200 indios norteamericanos guardan prisión en Estados Unidos. Y al igual que ellos decenas de presos afroamericanos. Numia Abu-Jamal, periodista y activista político que lleva preso 34 años es uno de los que acumula más años de cárcel.

También son decenas los presos puertorriqueños independentistas, como Oscar López Rivera, encarcelado desde hace 35 años y que rechazó una medida de “clemencia” del presidente Clinton en 1999 porque entonces, respondió Rivera, “estaría más preso fuera que dentro de la cárcel”.

La presa política Ana Belén Montes, puertorriqueña de orígen y oficial del Servicio Secreto de los EEUU fue condenada a 25 años de cárcel de los que ya ha cumplido 14 por alertar a Cuba de planes terroristas urdidos en Estados Unidos contra la isla caribeña. En Guantánamo, casi un centenar de personas secuestradas en distintos países y trasladadas en vuelos secretos a ese territorio del que hace más de un siglo fue despojado Cuba, siguen a la espera de saber qué se haga con ellas, después de años, desprovistas de derechos, incluyendo el de la defensa, y a la espera de un juicio que no van a tener.

Mil doscientas personas, en su maypría negras, murieron a manos de la policía en las calles estadounidenses el pasado año. De hecho, no hay policía en el mundo que mate más y lo haga más impunemente.

Y todavía tiene Obama el descaro de hablar en Cuba de derechos humanos, siempre amparado por esa cobertura que le brindan los grandes medios de comunicación para que hoy, como ayer, como todos los días, nos presenten a Obama sonriente, resguardándose de la lluvia con un paraguas, bailando con su encantadora Michelle, disfrutando con sus felices hijas, tomando café con una vecina, jugando al baloncesto con unos niños, saludando a un limpiabotas, mostrándonos su coche, su avión particular, comiéndose en la calle una hamburguesa, bebiéndose una soda… qué humilde que es el Nobel de la Guerra, que humilde y qué hijo puta.

(Euskal presoak-Euskal herrira)

La cara que mece la noticia

En televisión, la credibilidad de una noticia o información depende, en buena medida, del rostro, de los gestos, de las maneras a las que apele quien nos la comunica El tono en que exponga la noticia, las pausas que se tome, los guiños que establezca con la audiencia, van a contribuir, especialmente, a la huella y, sobre todo, a la credibilidad que la noticia deje en la memoria del televidente.

Hasta hace no muchos años, ignoro si porque no nos creían tan idiotas, podía ocurrir que el mismo locutor que el lunes reclamaba la democracia en Hungría, por ejemplo, sonriera el martes la gracia del ministro del interior local cuando aseguraba que la calle era suya. O que el presentador que alentaba el viernes el derecho a la autodeterminación en Lituania, censurase el sábado el mismo derecho en el País Vasco. Solían tomarse un día de descanso, a veces dos, entre una función y otra.

Actualmente, sin embargo, porque ya nos tienen por mucho más imbéciles no tienen que esperar al día siguiente. En el mismo noticiero, una información más tarde, el mismo locutor que apelando a su más sobria fachada lamentase las víctimas del palestino ataque terrorista, indiferente reseña, a continuación, los daños colaterales ocasionados por el éxito de los objetivos israelíes.

Y todo ello mientras contraen o estiran el rostro, cambian de frecuencia las palabras, tosen o hacen muecas. Ellos acompañan con sapiencia de actores el texto al que, además de la voz, también imprimen su carácter. Y la noticia gana o pierde relevancia dependiendo de su trabajo.

Hay locutores que cuando tienen que valorar ciertos hechos u opiniones, exhiben una criticidad extraordinaria, la que les autoriza su vasta experiencia leyendo entre líneas y deduciendo carraspeos y pausas, a los que difícilmente se les escapa una vacilación, un respingo, que se las saben todas y hace años que dejaron de creer en los cuentos con que los periódicos elaboran sus primeras páginas y los informativos sus editoriales aunque se esmeren en reproducirlos porque, curiosamente, a los mismos se les nubla el sentido y la razón cuando siendo los mismos hechos son otros sus intérpretes. Su acostumbrada destreza averiguando los entresijos de las crónicas oficiales se transforma en singular torpeza hasta acabar bendiciendo el más pueril relato.

Hay periodistas que, tras rendir al público su comprensión de la fábula sin arquear una ceja, sin fingir un asombro, aún tienen tiempo para indignarse con quienes no pueden declararse lerdos.

Son tan hábiles y coherentes que en el mismo noticiero pueden pasar de condenar al soldado Bradley Manning, detenido por revelar las atrocidades del ejército estadounidense en Iraq, a respaldar segundos más tarde las medidas que en Estados Unidos buscan convertir a cada ciudadano en delator de su vecino.

Son tan objetivos que pueden hacer de una guerra un acto humanitario y de un proceso de paz una acción de guerra; tan ecuánimes que, en el mismo informativo pueden censurar al “régimen” venezolano las “violaciones” a los derechos humanos y, sin inmutarse, ponderar los progresos de la “democracia” hondureña silenciando el asesinato de la dirigente indígena Berta Cáceres, o callar el crimen de Anabel Flores, periodista asesinada en Veracruz, México, hace menos de un mes.

Exhiben sus mejores sarcasmos para hacer mofa del hechicero de una tribu africana pero, inmediatamente, se muestran crédulos y solemnes si han de referirse a europeas majestades; censuran abiertamente prácticas religiosas de otros países mientras significan las tradiciones muestras de recogimiento de los penitentes que ocultan sus capirotes o de quien se flagela o crucifica en nombre de Dios en un país cuyos ministros condecoran a vírgenes o apelan a ellas para resolver problemas como el paro.

Son verdaderos maestros en las artes de la representación, figurines de lujo para un proscenio tan cotidiano como el estudio de la televisión, esa cara que mece la noticia y que miente cuando dice y cuando calla.

(Euskal presoak-euskal herrira)