Pánico a la autodeterminación

 

No me voy a molestar en comprobarlo pero, probablemente, Rajoy tenga razón al recordar en estos días que solo tres países han garantizado en sus constituciones el derecho a la autodeterminación: “la de la antigua Unión Soviética (mohín acompañado de susurro), la antigua Yugoslavia y Etiopia (risas de fondo)”.

No citó, tal vez porque se le habían acabado las muecas o porque el ejemplo le pillaba demasiado cerca como para recordarlo, otro Estado, España, que en 1975 firmó el llamado Acuerdo de Madrid como garantía del referéndum de autodeterminación del pueblo saharaui, referéndum que, por cierto, ya lleva 42 años de retraso.

Habitualmente, sin embargo, como es sabido, los pueblos han conseguido su independencia en base a otros métodos mucho más civilizados y modernos que un violento referéndum. Las colonias españolas en América, por ejemplo, en la España en la que no se ponía el sol, lograron independizarse de la corona española tras una larga campaña, casa por casa, recogiendo firmas. A las demás colonias españolas por el mundo les bastó un minuto de repulsa y de silencio para que el rey español entrara en razón y accediera a otorgarles la independencia. Una peregrinación, rogativa incluida, al Cristo de Medinaceli, acabó por convencer a José Bonaparte de la conveniencia de abandonar el Estado español y regresar a Francia poniendo fin al Escrache de la Independencia, y los Estados Unidos, país de referencia que no admite mohínes ni risas, se independizaron de Inglaterra tras un masivo envió de cartas de repudio al rey inglés que, abochornado, ni siquiera perdió el tiempo en consultar a sus súbditos la posibilidad de la independencia.

(euskal presoak-euskal herrira)

Sueños y pesadillas

Para quienes todavía no tengan clara a la hora de acostarse las diferencias que hay entre disfrutar unos dulces sueños o padecer unas amargas pesadillas, las cuentas anuales presentadas por Inditex, el obsceno negocio vinculado a la ropa de Amancio Ortega, le pueden sacar de dudas. Anjel Ordóñez hacía antier en Gara referencia a esa empresa y a esas cuentas: ventas por valor de 23 mil millones de euros; más de 7 mil tiendas; más de 160 mil personas empleadas. Cada minuto que pasa Ortega gana 2.380 euros. Es decir, que cada mañana que el millonario gallego feliz despierta en su mansión después de ocho horas de reparador descanso, sus sueños le han producido más de un millón de euros. Exactamente, según sus propias cuentas, 1,142.400 euros por dormir. Eso son sueños.

Las niñas que trabajan en miserables condiciones para Amancio Ortega en las plantas textiles de India, Bangladesh o Marruecos pueden llegar a ganar un euro por hora trabajada, menos de medio céntimo por minuto al día. Es decir, que cada noche que agotadas regresan a sus casas y, finalmente, se acuestan, siguen debiendo todo, hasta el catre en el que se derrumban. Eso son pesadillas.

Mientras los sueños de algunos acunen las pesadillas de todos nadie debiera dormir.

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Tres noticias de septiembre del 2010 para leer hoy

 

Septiembre del 2010. La primera noticia nos relataba otra nueva denuncia de torturas. Las padecidas en esos días por nueve independentistas del País Vasco detenidos por la Guardia Civil: la “bolsa”, amagos de violación, tocamientos sexuales, golpes… El mismo juez que ordenara las detenciones, la incomunicación y la inasistencia legal, también desestimaría las denuncias de torturas.

Sandra Barrenetxea, una de las detenidas, declaraba haber sido desnudada en el mismo trayecto a Madrid, entre insultos, golpes y tocamientos en los pechos. La vecina de Bilbao denunciaba que un guardia civil le arrancó los pantalones forzándola a que abriera las piernas. Igualmente, denunció que fue obligada a permanecer en bragas en los interrogatorios y amenazada con ser violada en más de una ocasión.

Aniaiz Ariznabarreta, otra de las mujeres apresadas, también denunciaba haber sido torturada en el mismo trayecto a Madrid, viaje que debió hacer semidesnuda, siendo objeto de golpes, tocamientos en los pechos e insultos sexistas. Durante los cinco días que permaneciera detenida e incomunicada fue mantenida desnuda en todos los interrogatorios, sufriendo tocamientos tanto en los pechos como en la vagina.

Septiembre del 2010. La segunda noticia informaba que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenaba al Estado español a indemnizar con 23.000 euros al preso político vasco Mikel San Argimiro, al entender que el Estado violó el artículo 3 –que prohíbe la tortura– del Convenio Europeo de Derechos Humanos, por no investigar las torturas (la “bolsa”, golpes y vejaciones sexuales) que denunciara San Argimiro tras ser detenido e incomunicado por la Guardia Civil.

Septiembre del 2010. La tercera noticia nos ponía al tanto de la entrega en Madrid del Premio del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género que recaía en la Guardia Civil, además de otras policías (Cuerpo Nacional de Policía, Ertzaintza, Mossos d’Esquadra y Policía Foral).
El acto estuvo presidido por los ministros de Igualdad, Bibiana Aído; Interior, Pérez Rubalcaba; y Justicia, Francisco Caamaño, así como por el presidente del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Dívar (años después renunciaría por sus semanas caribeñas en Marbella, comidas y despendoles incluidos); por el presidente del Consejo General de la Abogacía Española, Carlos Carnicer; por el Fiscal general del Estado, Cándido Conde-Pumpido (actualmente en el Tribunal Constitucional) y por la presidenta del citado Observatorio, Inmaculada Montalbán.

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Nuevos delitos

Uno pensaba que el odio era un sentimiento y que, al margen de la consideración que nos merezca, era tan legítimo como el amor, pero los tiempos cambian y ahora resulta que lo que creía un sentimiento también es un delito. Oigo en los medios habar del delito de odio para explicar una bronca, un insulto, cualquier cosa, y me echo a temblar. No porque odie, que si alguna vez odié años hace que no albergo semejante sentimiento, sino porque me preocupa que además del odio también se convierta en delito el asco. Y es que asco si que tengo y, lo que es peor, lo tengo por arrobas, a mansalva, en cantidades industriales. Son tantos mis ascos que enumerarlos me llevaría cien columnas y la certeza de no poder nombrarlos todos. Basta que entre en un bar y tengan puesta, es un ejemplo, Tele-5 para que de inmediato me invada una sensación de asco insoportable; solo con la portada del Diario Vasco es suficiente para que la náusea me haga correr al baño, y con El Correo Español ni siquiera tengo tiempo de correr. Sufro arcadas en todos los tonos y tamaños, ascos S, M, XL, XXXL, ascos en do, en re, en mi-fa-sol, ascos en blanco y negro, en directo y diferido, en prosa y en verso, ascos nacionales e internacionales… ¿También será delito el asco?

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De fachas y paletos

El que en un programa humorístico de la televisión vasca una actriz afirmara que la mayoría de los españoles le parecen paletos y fachas ha provocado un alud de descalificaciones hacia la actriz y el programa. Numerosos paletos y fachas se han sentido aludidos y hasta han promovido un boicot para con la actriz y hasta el presidente del Gobierno Vasco y el propio canal (EITB) han lamentado las opiniones de la actriz retirando, incluso, la emisión del programa, dándole una dimensión al hecho más propio de paletos y fachas que de autoridades y medios de comunicación.

Casi un siglo ha pasado de la España que reflejara Valle-Inclán en Luces de Bohemia, de aquella sociedad que nos “abría sus puertas en mangas de camisa, la bragueta desabrochada, el chaleco suelto y los quevedos pendientes de un cordón, como dos ojos absurdos bailándole sobre la panza”.
Casi cien años se han cumplido de aquel “corral donde el sol era y no siempre el único bien”, de aquella España de “espuma de champaña y fuego de virutas, de trenzas en perico, caídas calcetas, blusa, tapabocas y alpargatas, de charcos y tabernas, de borrachos lunáticos y filósofos peripatéticos”; de aquel “círculo infernal en que mascar ortigas, de empeñistas y ministros, de soldados romanos y porteras”; de aquel “apestoso antro de aceite cuya leyenda negra era su propia historia, el dolor de un mal sueño, donde unos se la jugaban de boquilla y otros se hacían cruces en la boca”; de aquella “lóbrega trastienda, desgreñada y macilenta, donde hacían tertulia un gato, un loro, un can… cráneos privilegiados”; de aquel “esperpento de sombras en las sombras de la taberna del Pica-Lagartos, de viejas prostitutas y borrachos, de ladinos, guindillas y fantoches, donde mostraba la monarquía sus encías sin dientes y era marquesa del tango Enriqueta la Pisa-Bien”.
Valle-Inclán ya conocía entonces a un “pueblo miserable que transformaba todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras, cuya religión era una chochez de viejas que disecaban el gato cuando se les moría, y el cielo una kermés sin obscenidades a donde con permiso del párroco podían asistir las hijas de María”, a esa España que Valle-Inclán describiera con certera elocuencia, en la que “los bizarros coroneles se caían de los caballos hasta en las procesiones”, y en la que “las leyes reposaban en carpetas de badana mugrienta y la autoridad era un pollo chulapón de peinado reluciente que se paseaba y dictaba: ¡Aquí no se protesta! ¡Se la está ganando! ¡Eso no lo tolero! ¡Yo soy la autoridad! ¡Queda usted detenido!…”
Algunos años menos han pasado desde que Antonio Machado, uno de los más grandes poetas españoles, afirmara: “De cada diez españoles, nueve usan la cabeza para embestir”. Casi los mismos años desde que el poeta peruano César Vallejo escribiera en 1937 su poema “España, aparta de mí este cáliz”.
Andamos ya en el siglo XXI y aquella España de Valle-Inclán que debió ser un mal sueño sigue estando delante pero no como memoria sino como amenaza; el cáliz que lamentara Vallejo continúa ahí, desangrando sueños y esperanzas; y los españoles que denunciara Machado insistiendo en embestir.

(Euskal presoak-euskal herrira)