Cambio de muebles

En el comedor de la residencia han cambiado los muebles de sitio y ya no comparto mesa con Nicolás. Los muebles no tenemos la costumbre de opinar y tampoco a nadie se le ocurrió que pudiéramos oír. Los muebles somos… eso, muebles, y de los muebles se dispone y no hay porqué estar dando explicaciones: “El armario aquí, la alfombra para el fondo, el jarrón va a ser mejor sacarlo fuera… ¡No, mejor la alfombra encima del armario y el jarrón que vaya al fondo!”

Resulta doloroso, hasta humillante, para esos muebles que aún sufren delirios de persona, sentirse muebles, y lo digo consciente de que a ningún mueble le gusta que se lo digan, aunque no todos los muebles lo llevamos bien. Además, a saber qué podría ocurrir si los muebles nos pusiéramos a hablar y a decir con quién nos gustaría compartir mesa. Podría ocurrir que acabáramos pensando que no somos muebles o, peor aún, que acabáramos pensando cómo entre los tantos criterios que puedan alegarse para conformar mesas a las que sentar las sillas, se explica que no haya uno que considere la afinidad que puedan tener los muebles, sus deseos.

Claro que se explica. La afinidad entre los muebles no la deciden los muebles. Hasta un mueble lo puede entender. ¡Manolo y Nicolás… leña al mono!

(Preso politikoak aske)

«Soy mayor, no idiota»

Carlos San Juan, el jubilado valenciano que harto de sentirse ninguneado por los bancos y bajo el lema que titula la columna, se dedicó a recabar firmas en respaldo de que la atención que prestan los bancos a las personas mayores fuera “más humana”, sumó en solo dos meses más de seiscientas mil rúbricas a sus inquietudes, además de convertir en noticia su indignación que es también la nuestra.

Se hizo tan popular el bueno de Carlos San Juan que fue recibido en el Ministerio de Economía, atendido por el gobernador del Banco de España y hasta compartió con la vicepresidenta primera del gobierno.

Tantas como firmas, la campaña también ha conseguido palabras, muchas palabras y buenas intenciones de bancos y gobierno: “…nadie va a quedar atrás …vamos a reordenar nuestras prioridades …tenemos el firme compromiso …es una prioridad que se mejore la atención de los mayores …vamos a garantizar medidas favorables que no excluyan a nadie …las nuevas medidas podrían hacerse públicas muy pronto …estamos predispuestos a adoptar soluciones … y vamos a actualizar los protocolos para el fomento de la inclusión financiera…”

Creo que va siendo imprescindible una nueva campaña con otro lema. Tal vez “somos idiotas, pero no tanto”.

(Preso politikoak aske)

La virtud de la fe

No creer que la vida sea el resultado de un divino designio cuyo espíritu gestiona la iglesia, la que a usted le cuadre, sigue teniendo más inconvenientes que ventajas, porque debe ser reconfortante la vida teniendo asegurado el paraíso, ahora que ya ni para infierno da el relato. Esa confianza que te da el “amigo imaginario” del que ninguna psiquiatría se ocupa, no la tiene quien piensa que con la muerte se cierra el ciclo de la vida y que, cuando el polvo vuelva al polvo, el único cielo posible será la memoria que se deje.

A un creyente no le asaltan las dudas, ni le faltan o sobran reparos, porque tiene algo de lo que carece el ateo: la fe. Por más inverosímil que parezca el milagro la fe lo hace creíble; por más incongruencias que encuentres en la historia, la fe las explica todas; por más absurdo que te parezca Dios, la fe lo glorifica.

La verdad es que, intelectualmente, la fe proporciona una vida mucho más plácida que la atea y, además, los creyentes siempre tienen a Dios de su parte. ¡Con lo fácil que hubiera sido para los descreídos que, casi siempre, fuimos antes monaguillos, cerrar los ojos y vocear la fe! Lástima que fe y pensamiento no puedan llevarse bien. Hay que darle uso a la cabeza y seguir descombrando miedos.

(Preso politikoak aske)

La bicicleta de hilo

Se acercaba al centenario y, mi madre, en los duermevelas de las tardes hilvanaba lamentos y nostalgias. Como si no fuera solo con ella el fragor de su memoria, hurgaba recostada en el sillón alguna guerra patria a la medida de un pañuelo blanco y perfumado en el que rendir las quejas.

Regresaba a la tierra si se le pasaba la mano por los hombros hablándole al oído. Cuando respondía, tres palabras podían ser suficientes para la explicación más exhaustiva, y era su voz un acertijo, un imposible enigma, una sopa de letras.

Un día, sin embargo, reiteró su demanda, la enfatizó, la grito y la siguió enarbolando, rueda tras rueda, hasta el día siguiente y también al otro día. Quería andar en bicicleta.

Ninguno de sus hijos fuimos testigos nunca de sus rondas ciclistas, ni hay constancia de que hubiese en casa de mi madre una bicicleta. Lo más parecido que le hemos conocido fue una Singer en la que, dedal en ristre, pedaleaba los veranos como los inviernos doblando forros y recosiendo agujeros pero, porque a esa edad la memoria vuelve a vestirse de corto, sé que la hubo, mucho antes de que incorporase a su expediente los cargos de esposa y madre, antes de ser viuda, cuando solo era Esther, y que aquella bicicleta no era de hilo.

Noticias que arden

Dos noticias que llegaron juntas, casi de la mano, con sus correspondientes imágenes, y que vinieron a coincidir en el tiempo, allá por mediados de septiembre del 2011. Las dos reflejaban entonces el mismo mundo que hoy nos sigue asqueando cuando asistimos impotentes a los asaltos que los bancos perpetran contra nuestras pobres y tristes cuentas y sin que nos quepa el recurso de percibir nuestras pensiones o salarios por otro medio que no sea un maldito banco. En este mundo libre, `paradojas de de este mafioso orden, estás obligado a someterte a la estafa bancaria.

La primera de aquellas dos noticias llegaba de Grecia. Un modesto comerciante, megáfono en mano, denunciaba su desesperación a las puertas de un banco e, inmediatamente, se rociaba gasolina y se prendía fuego.

La segunda noticia nos hablaba de un pintor estadounidense llamado Alex Schaefer que no pintaba bodegones ni marinas, sino bancos ardiendo. Le llegaban pedidos de todas partes y ya había montado la primera exposición de bancos en llamas. Le llovían los encargos. Todo el mundo quería tener en su casa (si el banco no se la quitaba antes) un cuadro con la sucursal más próxima a su casa ardiendo. Desde aquí le pido, por si aún sigue pintando, un cuadro de la Kutxa de Azkoita.

(Preso politikoak aske)