«Perdona a tu pueblo… Señor»

Parece mentira que un pueblo, como el español, tan devoto de la religión que profesa y practica, sea tan poco dado a contemplar el perdón, no como exigencia a los demás, sino como ruego que se comparte para que los demás te absuelvan.

“Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo… perdónanos Señor” reza la oración católica. “Y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” apostilla su Padrenuestro porque, como asegura el Credo, “creo en el perdón de los pecados”.

Y sin embargo, ese pueblo de penitentes descalzos, habituado a comulgar con el perdón y a encomendarlo a Dios y a recitarlo a coro, aún sigue empecinado en la creencia, convertida en costumbre, de que el perdón no es virtud de ida y vuelta. El perdón es una deuda que el mundo tiene contraída con España.

Quienes celebran haber llevado la lengua castellana a un continente americano mudo y haber provisto del único Dios verdadero a millones de gentiles, hoy todavía festejan el continental genocidio y despojo que, cinco siglos más tarde, siguen trajinando a bordo de sus nuevas empresas y embajadas. Quienes siempre se reservaron la primera y la última palabra, hoy mandan a callar las voces inconformes con la historia que han urdido del perdón.

Algunos, como Aznar, hasta se han permitido exigir la súplica del perdón al mundo musulmán. “No oigo a ningún musulmán que pida perdón por conquistar España y estar ahí ocho siglos”.  Varios siglos más, por cierto, de los que lleva el estado español llamándose España, los musulmanes le habían invadido su país, un país que no existía entonces, tampoco hoy.

Hasta el gobierno de los Estados Unidos debe estar ya evaluando la posibilidad de establecer una nueva Secretaría de Disculpas, por los tantos perdones que debe estar otorgando a causa de sus constantes desafueros, y que sólo institucionalizando las disculpas podrá satisfacer todas las habidas y pendientes. Ya casi es tradición que, sus presidentes, desde que llegan a la Casa Blanca, se aboquen a pedir perdón al mundo.

Ronald Reagan, aunque nunca se arrepintiera de sus películas, sí pidió disculpas por declarar públicamente la guerra a la Unión Soviética sin que nadie entendiera su bufonada hasta que él mismo desmintiera su broma. George W. Bush ni siquiera esperó a ser presidente para iniciar su catarsis de disculpas y, como candidato, pidió perdón por sus reconocidas experiencias con el alcohol y la cocaína, cuando “era joven e irresponsable”. Clinton pidió perdón por haber bombardeado la embajada china en Belgrado; por la condena de los pueblos indígenas de Norteamérica a degradarse o desaparecer; por el apoyo prestado por sus antecesores al régimen racista sudafricano y el respaldo a todas las dictaduras latinoamericanas; por las matanzas protagonizadas por los marines en Vietnam… Fue tal la fiebre de disculpas que afectó a Clinton que, incluso, llegó a pedir público perdón por su “impropia relación” con la becaria Lewinsky. Y Obama puede llegar a batir todos los registros que en materia de perdón y disculpas suman sus antecesores. Como candidato pidió disculpas a dos mujeres musulmanas con las que rechazó fotografiarse por llevar hiyab, y después pidió perdón a los discapacitados por bromear sobre su puntaje en el salón de boliche que tiene en la Casa Blanca. También se disculpó con sus compatriotas de bajos ingresos a los que llamó “amargados” y,  al mismo tiempo, se disculpó con un profesor negro de Harvard por haber sido objeto de una estúpida detención, y con la Policía que detuvo al profesor por haber considerado estúpido el apresamiento. Siguió pidiendo disculpas por haber sobrevolado a baja altura con su Air Force One el cielo de Manhattan causado el pánico entre sus habitantes, y por los errores antiterroristas cometidos en los controles de seguridad. Después pidió perdón a los negros por los siglos de esclavitud padecida y ya debe estar elucubrando nuevos errores y disculpas.

Y si los Estados Unidos, paradigma de todas las virtudes, son capaces de disculparse, ¿por qué entonces, un pueblo más creyente, nazareno y mariano, como el pueblo español, se muestra tan renuente a pedir perdón?

Y, peor todavía, sigue creyéndose el único agraviado y a la espera de que los vascos pidan perdón por ese irracional empeño en seguir siendo vascos, absurdo semejante al de catalanes y gallegos; de que los emigrantes pidan perdón por serlo, las mujeres por pretenderlo y los ateos por practicarlo; de que los torturados pidan perdón por denunciarlo y los asesinados por negarse a delatar su vida; de que los republicanos pidan perdón por ejercer el voto, y las cunetas perdón por su memoria; de que los accidentados laborales pidan perdón por sus mortales imprudencias, y los cinco millones de parados por su notoria afición a la indolencia; de que pidan perdón los jubilados por evadir sus años de trabajo, los desahuciados por ocupar esquinas y portales, y los jóvenes por desconfiar de reyes magos; de que pida perdón el clima por sus veleidosos cambios,  las vacas por sus locuras, las aves por sus gripes, los cerdos por sus fiebres; de que pidan perdón los toros por los toreros muertos, por El Espartero, por Gitanillo de Triana, por Morenito de Valencia, por Manolete, por Paquirri… que mientras no pidan perdón esos cornudos habrán de seguir siendo las corridas de toros la fiesta nacional; de que pidan perdón los guiñoles franceses, por guiñoles y por franceses; de que pida perdón el enemigo… y el enemigo somos los demás.

 

 

Lo peor de la crisis ya ha pasado

Antes de que lo vuelva a oír, bueno es que sepa hasta qué punto es cierto ese soplo reiterado de optimismo. Y si así lo creo no es tanto por la insistencia con la que los gestores de la crisis, también sus responsables, nos anuncian los venturosos futuros que especulan sino por sus hechos, por esos actos que siempre van a definir las intenciones mejor que las palabras.

¿Qué otra explicación cabe para justificar los recursos económicos que se dispone a aportar a las corridas de toros el ministro de Educación? Cierto es que José Ignacio Wert  acumula más días de mentiras que de ejercicio, pero casi estoy por creer sus intenciones de comprometer mis impuestos con el auxilio de la “fiesta nacional”, que una vez se satisfagan las necesidades prioritarias del país tiempo habrá y recursos para ocuparse de la salud y de la educación.

¿Y qué otra demostración de que lo peor de la crisis ya ha pasado y el estado se dispone a restaurar el bienestar general, que el hecho de se haya podido imprimir, finalmente, “La Vegetación de la Biblia”?

Miguel Arias Cañete, ministro de Agricultura y Medio Ambiente, ya está distribuyendo el libro, tan imprescindible como acuciante,  destinado a “acrecentar el conocimiento de la Biblia y del mundo vegetal mencionado en los libros sagrados” asegura su prólogo. Nada se sabe ni de la tirada ni de su costo, en todo caso, que “la responsabilidad de su publicación corresponde al equipo de la anterior ministra” la socialista Rosa Aguilar. Lo importante ahora es saber que la famosa manzana con que Eva instaurara el pecado original, realmente, era un membrillo, un albaricoque, un pomelo o un naranjo amargo, dado que el manzano no es originario de Palestina.  Queda igualmente probado que no pudo ser un manzano porque si Adán y Eva, como dice la Biblia, al descubrirse desnudos se hubieran cubierto con hojas del manzano, hubieran seguido estando desnudos, que el tamaño de una hoja de manzano da para muy poca vergüenza, y tampoco ninguna versión de la Biblia hace referencia a los exiguos atributos de Adán y Eva como para cubrirse con tan pequeña hoja. En consecuencia, debió ser una higuera. A esas trascendentales conclusiones llegó el autor del libro para el que Cañete y su Ministerio han encontrado fondos, que tiempo habrá y recursos para ocuparse del campo y del medio ambiente. Y ojalá que pronto un nuevo estudio a cargo del ministro nos ilustre al respecto de otras imperiosas dudas que aún tenemos sobre el sagrado texto, para saber, por ejemplo,  si fue en verdad la serpiente la que tentó a Eva, si es que las serpientes palestinas hablan, o si fue Dios, genial ventrílocuo, que encaramado en el manzano que acabó siendo higuera, entretenía su aburrimiento mortificando a sus obras maestras y fingiendo ser serpiente, manzana, higo, incluso, Dios.

Y si las corridas de toros, como confirma el ministro de Educación, van a ser “patrimonio inmaterial de la humanidad”, las procesiones de Semana Santa, lo atestigua el alcalde de Lorca, ya han sido declaradas como “fiesta de interés turístico internacional”

A semejante interés es que donó más de medio millón de euros el gobierno de Navarra y y que lo ha destinado el ayuntamiento de Lorca. Estamos a las puertas de la Semana Santa y urge restaurar y embellecer los pasos de la procesión, que tiempo habrá y recursos para ocuparse de los damnificados del terremoto de Lorca.

Lo dijo el presidente, “nos reclaman que escribamos una página nueva en la historia de nuestra democracia”. Y en ello están. Por su clarividencia y pulcritud, superada la crisis, podremos asistir a una corrida de toros, tal vez en Barcelona, y llegar a tiempo a Lorca de arrodillarnos al paso de la Macarena, gracias al tren de alta velocidad, o a los aviones de Spanair o de Air Comet. Hasta podríamos hacer escala en Castellón para comprar lotería y aprovechar el viaje leyendo “La Vegetación de la Biblia”.

Lo peor de la crisis ya ha pasado, y hasta ahí la buena noticia. La mala noticia es que lo peor del pasado sigue estando delante.

Un gesto de lucidez

No entiendo que renuncien a un gesto de lucidez. Tal vez el interés se los llevó temprano y aprendieron en el patio de la primera escuela a envejecer sin culpa y a envilecerse sin cargos, como pudo ser el signo de unos genes que no se limitaron a parirlos o quizás la inclemente madurez que tuvo a bien mirar para otro lado, pero así fuese el lucro por detrás de la doctrina o el juicio un buen pretexto para los dividendos, no entiendo que tantos ilustres canallas, cuando ya los años no les auguran más camino ni hay fortuna que pueda prorrogarles el viaje, cada vez más cerca de su última palabra, no coronen sus mendaces biografías con un apunte de vergüenza, de virtud o de gloria.

Cuando ya no hay mañana ¿por qué seguir aliñando la pose y la fachada? ¿Por qué seguir jugando al escondite?

¡Sería tan fácil! Bastaría apelar a la conciencia, o al lejano recuerdo que se conserve de ella y, cuando nadie lo espere,  de repente,  desnudarse, empelotarse delante del asombro. Y que cuando el verbo se haga carne y habite en su palabra, esa verdad amarga que se negaran a ver y a conjugar, puedan deletrearla en medio del silencio.

¿Para qué llevárselo a la tumba? Si desnudos nacemos ¿por qué no agradecer la vida y regresar desnudos? Ya sus caudales, saben, que no se irán con ellos, ¿por qué entonces insistir en cargar esos pesados fardos de embustes, de atropellos, de silencios? ¿Por qué no hablar ahora?

Después de haberse asoleado, en su mundano hartazgo, en todos los infiernos ¿por qué no, una brizna de gloria? Después de haber pecado impunemente en todas las escalas, cuando ya no hay delito que les sea indiferente ¿por qué no, la flor de una virtud? Después de una vida consagrada al lucro, sin importar el modo ni los restos que la ambición engendra ¿por qué no, un soplo de vergüenza?

Y si no es por la gloria, la virtud, la vergüenza…  yo qué sé, que sea por variar, por esnobismo, por equivocación, por ósmosis, por imperativo fecal, por dejadez, por joder a la familia, por si acaso hay Dios y hay otra vida, porque no entiendo que renuncien a un gesto, a un solo gesto de lucidez.

 

 

Infalible remedio contra el estreñimiento

No pretendo restar credibilidad a toda la farmacología disponible al respecto pero, como procedimiento, además de costoso puede resultar, incluso, contraproducente. Apelar a remedios caseros es, tal vez, una mejor opción, pero tomarse por las mañanas un plato de sopa orgánica para lo cual, previamente, deberá haber licuado media manzana, tres ramitas de perejil, una más de apio, una rebanada de piña y una hoja de lechuga en medio vaso de jugo de naranja, además de beberse dos litros de agua,  tampoco me parece lo más recomendable. Y las lavativas de glicerina o de agua con aceite casero y limón, aún cuando fueran efectivas, que no lo pongo en duda, nunca lo serían tanto como el remedio que le propongo.

Simplemente, si usted padece estreñimiento, ocupe su lugar en el trono del baño, abra el periódico por la página que guste y espere el resultado.

Sólo tiene que leer, tras haber desclasificado el gobierno alemán documentación en relación al golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 en el parlamento español, la respuesta de la Casa Real: “El papel y la actuación del rey están ya consolidadas por la historia”. Lothar Lahn, entonces embajador alemán en España, en la documentación que ahora se desvela, pone en boca del rey español algunas citas que parecen desmentir la “consolidada historia”:   “los cabecillas sólo pretendían lo que todos deseábamos, la instauración de la disciplina, el orden, la seguridad y la tranquilidad… Aconsejé a Suárez que atendiera los planteamientos de los militares pero no me hizo caso, hasta que estos se decidieron a actuar por su cuenta… El 23-F debería olvidarse lo antes posible”.

Y si la historia ya está consolidada, la unidad de la patria también. Lo asegura en la página de al lado Carlos Urquijo, delegado español en el País Vasco: “El gobierno no permitirá una broma en relación con la unidad de la nación”. Es verdad que no aclara qué nación, tampoco qué gobierno, pero quedan proscritas las bromas, al igual que las palabras “amnistía”, “presos políticos”,  “aurrera bolie” o “movimiento de liberación nacional”, entre otras,  mientras no las mencione el gobierno del Estado o sus miembros, como queda travestida, un titular más abajo, la expresión “cadena perpetua” por el eufemismo “condena permanente”, eso sí, “permanente y revisable”.

Siga leyendo que, dos páginas más lejos, va a encontrarse un titular que le pregunte. “¿Tiene sentido que un enfermo crónico viva gratis del sistema?”. Lo consulta Patricia Flores, consejera de salud por la Comunidad de Madrid. Lo que sí tiene sentido, al parecer, es que Madrid sí tenga esa consejera y celebre sus humanitarias y cristianas dudas.

La culpa es del “backround” y de la “avalancha marroquí”, justifica José Ignacio Wert, ministro de Educación, la debacle educativa y el abandono escolar de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, únicas competencias directas que tiene su Ministerio. “Hay que entender que en Ceuta y Melilla no sólo se proporciona educación a jóvenes con “backround” culturales dispares, sino a la avalancha marroquí que se beneficia del sistema gratuito educativo”.

En la siguiente página, el mismo ministro, pone fin a la asignatura “Educación para la Ciudadanía”,  en base al “adoctrinamiento ideológico” que pretendía un libro de texto inexistente. Y otra página más tarde, también el mismo ministro, hace el anuncio de que “Francia puja para que las corridas de toros sean reconocidas en la UNESCO como patrimonio inmaterial de la humanidad”, sin que tal puja haya existido. El que sí existe es el ministro, como Francisco Camps y la Virgen de la Macarena, única y verdadera artífice de la absolución de su macareno y a quien Camps venera, incluso, en euros. ¡Qué bella gráfica la de los dos absueltos!

Pero si tan severo es su estreñimiento que, llegado a este punto, todavía sus intestinos se obstinaran en demorar el homenaje, siga leyendo y sepa que, finalmente, el congreso del PSOE que se proponía hacer posible el cambio en el partido, ya lo ha hecho. Y el cambio no lo será Carme Chacó, de la que Rodríguez Ibarra dice es “Zapatero con faldas” sino Rubalcaba, de quien otros aseguran es “Felipe sin pelo”. En cualquiera de los dos cambios, y si usted pensaba que “cambio” era otra cosa, es bueno que sepa, y se lo aclara Elena Valenciano, que el cambio ha sido un “cambio creíble” y todo para que, apunta Pepín Blanco  “haya ganado el cambio”, el cambio de Rubalcaba por Rubalcaba.

Las noticias internacionales también ayudan a la dura empresa de una feliz evacuación y en la página 14,

Mario Monti,  primer ministro italiano que ni antes ni ahora ha necesitado pasar por las urnas para ejercer el poder, tan discreto como parecía, se descuelga, por fin, con un alarde de sincera y tecnócrata emotividad y declara: “Que los jóvenes se acostumbren a no tener trabajo fijo. Digamos la verdad: ¡qué aburrido es tener un puesto fijo toda la vida! Es mucho más hermoso cambiar y aceptar nuevos desafíos”. A la espera de que renuncie el Papa o dimita el propio Monti para encarar, él también, nuevos y hermosos retos y de que Israel se decida a atacar Irán y desatar el caos, el gobierno de Estados Unidos se indigna por el veto de China y Rusia a las resoluciones contra Siria en Naciones Unidas.

Como lo leen, Estados Unidos se “indigna”, se siente “asqueado” por el uso del veto, no por el que ellos vienen ejerciendo toda la vida de Cuba y de tantos otros pueblos y causas, sino por el que, esta vez, han usado dos de los cinco países que forman el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y que pueden anular con su derecho a veto cualquier decisión que tome el largo centenar de naciones restantes, uno de los mejores ejemplos del tipo de democracia que gestiona el más importante organismo llamado a velar por ella. Clinton, más indignado que nadie, ya ha llamado a actuar al margen de Naciones Unidas. Y de la indignación, en Estados Unidos, que siempre hay espacio para una peor noticia, se pasa al mayor de los escándalos, cuando en la final de la “Superbowl”, la cantante británica M.I.A les hace a los televidentes una “peineta”.

Sí, también lo sé. Ya usted no tiene problemas de estreñimiento. Hace rato que los solucionó. El problema va a ser ahora cómo tratarse la diarrea, pero de esos remedios mejor hablaremos otro día.

 

Vargas LLosa y la globalización

Se explayaba Vargas Llosa sobre las bondades de la globalización y, reconozco, que aún conociendo las opiniones de tan globalizada pluma sobre el particular, no dejaron de sorprenderme sus desbarres.

Entre otros, sostiene Vargas Llosa que el desarrollo del idioma inglés no se da en menoscabo de otras lenguas y culturas y se pregunta: «¿Cuántos millones de jóvenes de ambos sexos, en todo el globo, se han puesto gracias a los retos de la globalización a aprender japonés, mandarín, árabe, cantonés o ruso?».

Y se responde, lo que aún es peor: «Muchísimos»

No dudo yo que en China, y a pesar de la globalización, todavía los cantoneses aprendan cantonés, pero me temo que, al margen de algún que otro extraño estudiante de algún remoto país, los estudiantes de cantonés, no cantoneses de nacimiento, no sean tantos como presume Vargas Llosa. Al menos yo, declaro consternado, no haber conocido nunca un estudiante con tales intereses y temo que en el futuro aún me va a resultar más difícil tal hallazgo cuando me entero, en estos días, de que la mayoría de los estudiantes, especialmente en Latinoamérica, se concentran alrededor de 5 carreras: derecho, contabilidad, mercadeo, informática y turismo.

En ningún caso aparece el cantonés, el mandarín o alguna de esas lenguas cuyo estudio, según Vargas Llosa, «sólo puede incrementarse en los próximos años».

Agrega el plumífero peruano que la globalización ha provocado el «desvanecimiento de las fronteras» y que por ello «la perspectiva de un mundo interdependiente se ha convertido en un incentivo para que las generaciones nuevas traten de aprender y asimilar otras culturas». Y pone como ejemplo, el trasiego de millones de latinoamericanos hacia los Estados Unidos, para que uno acabe descubriendo, después de tantos años, que a las yolas y pateras que salen cargadas de sueños hacia el Norte, no las empuja el hambre, ni la miseria o la desesperanza, sino las ansias de conocimento, el «incentivo de asimilar otra cultura», por supuesto «in situ».

Ignoro qué fronteras ha visto «desvanecerse» este ciudadano nacionalizado español y que residiera en Inglaterra algunos años, antes de trasladarse a París y que, actualmente, vive en permanente tránsito, pero estoy por apostar que las únicas han sido las propias.

Lamentablemente, para los latinoamericanos, africanos, asiáticos (incluidos cantoneses y mandarines) las fronteras no sólo no se desvanecen sino que crecen y se agigantan, multiplicando muros y candados, como aumentan los controles, las dificultades para obtener visas o permisos de residencia de ese primer mundo que cierra sus puertas cuanto más propone la apertura de las demás.

La fraterna fiesta globalizadora que augura Vargas Llosa, en la que todos los perfiles humanos, blancos y negros, del Sur o del Norte, estrecharán sus manos o frotarán sus narices, en igualdad de condiciones, así hablen inglés o mandarín, merece un nobel sí, pero a la estulticia, o dicho de otro modo, al más soberano cretinismo.

El signo de los tiempos, sólo por contradecir al escritor, tiene en cuidados intensivos a todas las monedas latinoamericanas, mientras el dólar, la lengua que mejor habla el imperio, pasea sus reales por todo el continente americano, como el euro y el yen gobiernan sus mercados.

El sucre, por ejemplo, ya es historia patria de Ecuador después de más de un siglo de precaria vida, y antes perecieron víctimas de la misma globalizadora enfermedad los pesos argentinos y los balboas, mientras siguen en coma, con sus funciones vitales a punto del colapso y carentes, incluso, de dolientes, duartes, córdobas, gourdes, soles y restantes monedas latinoamericanas que no van poder celebrar la «mundialización de las economías». La globalización sólo puede ser de doble vía y no es el caso.

Los que sí se han globalizado son unos cuantos profetas, muy bien remunerados, de la ruina que se nos promete como progreso, del caos que se nos propone como futuro y de la canalla falacia que se nos presenta como única verdad.

A Vargas Llosa le duelen los nacionalismos, especialmente aquellos que, a su juicio, obstaculizan la magia redentora de la globalización. Le duele el nacionalismo vasco, el irlandés, el latinoamericano que padece de «delirio de persecución atizado por el odio y el rencor hacia el gigante norteamericano», el nacionalismo que no se conforma con festejar el «renacimiento cultural regional, positivo y enriquecedor» y que, ingratos que son de las ventajas que ofrece el vasallaje, obstinados se empeñan en tener voz propia.

El mismo autor que observara con regocijo el surgimiento como naciones de Estonia, Letonia, Lituania, Eslovaquia, República Checa, Azerbaidján, Ucrania y tantas otras situadas al Este de Europa, se alarma ante la posibilidad de que en el Oeste del mismo continente el mapa geográfico también se fraccione y otros pueblos recuperen su espacio y su palabra.

Lo más sorprendente no es, sin embargo, que Vargas Llosa advierta nacionalismos gratos y nacionalismos ingratos, sino que descarte calificar como nacionalismos el francés que se niega a reconocer dentro de sus fronteras imperiales otras lenguas que no sean la francesa; o el inglés que en nombre de Su Majestad es capaz de cruzar el Atlántico para que siga ondeando su bandera sobre Las Malvinas; o el español que se declara como nación «una e indivisible».  América Latina que sigue padeciendo de «paranoia ideológica»  ni siquiera agradece los beneficios que para su economía y desarrollo supone poder ofrecer a tan poderoso vecino del norte tierras fértiles en las que enterrar desechos químicos; islas que sirvan de entrenamiento para nuevos aviones bombarderos y bombas; o millones de consumidores para sus subsidiados productos mientras se habla de mercados libres.

La noción de identidad cultural es peligrosa, afirma Vargas Llosa mientras repasa el inventario de identidades culturales ya desaparecidas o en vías de extinción, porque «desde el punto de vista social representa un artificio de dudosa consistencia conceptual y, desde el político, un peligro para la libertad».

La Inglaterra en la que residió, la Francia que tanto visita, la España en la que vive…no tienen, al parecer, ese problema de pretender mantener sus propias identidades, ni son éstas artificios de dudosa consistencia, ni mucho menos arriesgan la libertad.

Podría haber dicho también, aplicando la misma curiosa lógica, que lo que conocemos como personalidad del ser humano, aquello que confiere al individuo un carácter único y diferenciador, también es peligroso, y que los retos del nuevo milenio nos demandan un individuo sin rasgos propios, clónico y numerado, a salvo de «visiones parroquianas y mucho más adecuado a la realidad de nuestro tiempo», pero por ahí debe estar ya escribiéndolo.

El artículo lo cerraba con un párrafo que no tiene desperdicio: «Nunca antes, en la larga historia de la civilización humana, hemos tenido tantos recursos intelectuales, científicos y económicos como ahora para luchar contra los males atávicos: el hambre, la guerra, los prejuicios y la opresión.»

Tal parece que, además de tantos y tan variados recursos, nunca antes tuvimos tantos ineptos a cargo de esos recursos, porque esos males, que al decir de Vargas Llosa, parecen condenados a su desaparición ante el feliz empuje de un mundo globalizado, no sólo no dan muestras de fatiga, sino que multiplican sus devastadores efectos.

A pesar del optimismo del novelista, el número de hambrientos sigue aumentando su nómina, incorporando al 75 por ciento de los nacidos cada día en el amplio catálogo de miserables y desheredados de que dispone el planeta. A pesar del venturoso futuro que pregona este bien remunerado oráculo de la globalización, los recursos científicos se concentran básicamente en los Estados Unidos y en la Europa occidental.

De cada cuatro computadoras, tres se encuentran en los Estados Unidos y la que queda se la reparten europeos, africanos, asiáticos y latinoamericanos, a la espera de que se globalice su uso y puedan también acceder a Internet, pueblos que ni siquiera disponen de energía eléctrica.

A pesar de los hermosos augurios de Vargas Llosa con respecto a los medios existentes para evitar las guerras, éstas se multiplican por todas partes, gracias al repunte de la industria armamentista estadounidense y europea, y la violencia se convierte en crónica diaria de ciudades en la que no faltan pistoleros lactantes, como modernista expresión del futuro que nos aguarda.

Y ello, mientras se agotan los recursos del planeta, desaparecen los bosques y los ríos, la capa de ozono disminuye, el aire se torna irrespirable, y los seres humanos, atrapados en el engaño de un ficticio progreso, viven más solos y aislados que nunca, dedicados al único afán de sobrevivir a como dé lugar y por encima de quien pese, en una absurda porfía por ver quién es capaz de acumular más objetos y ruidos.

Cada vez parece cobrar mayor vigencia la advertencia con que el jefe indio Seattle se despidiera en una celebrada carta del presidente de los Estados Unidos: «Ustedes morirán sofocados bajo el peso de sus propios desperdicios».

Ignoro por dónde pueda venir la respuesta que el género humano necesita para recomponer la existencia en términos de equidad y de respeto, pero obviamente, esa falsa globalización que con tanto esmero defiende Vargas Llosa, sólo puede servir para acentuar todas nuestras desgracias y aumentar cuentas corrientes, como la suya.