Distancias

Se debate en el Congreso a qué distancia se debe vivir, a qué distancia te miro a los ojos, a cuántos metros podemos abrazarnos. Unos proponen dos. Otros uno y medio. Secunda un tercero la moción a la vez que introduce la posibilidad de una desescalada centesimal del metro y medio al metro a razón de cinco centímetros diarios. Se abren los turnos de exabruptos. Una señoría propone de distancia un brazo o un codo en vez de un metro o medio metro. Otra señoría rechaza que sea el abdomen la marca de la distancia cuando podrían serlo las narices, alusión que no pasó desapercibida para quien había sugerido que la distancia la decidiera el cinturón de cada quien, no obstante saber que la mitad del hemiciclo no usaba cinturones. La mayoría usa correas pero nadie las propuso como medida. Se recrudecen los halagos. Sus señorías se aprestan a votar.

¿Y no es ridículo, entre otros cargos, debatir en el Congreso Nacional con esa precisión centesimal y sin atender más circunstancias, a qué distancia nos debe quedar el otro? ¿Hay alguna medida para el miedo, para la insensatez, para la prudencia? Y total para que, finalmente, la distancia la determine el sentido común y las compañías aéreas.

(Los miles de kilómetros de distancia en la que sigue la población vasca presa y sus familias la decide la venganza y la provocación) (Preso politikoak aske)

«Que nadie se quede atrás»

Seguimos confinados en las residencias de mayores. Hasta el 8 de junio no habrá visitas. Así lo han decidido Gobierno Vasco, Diputaciones y las empresas que gestionan el negocio de las residencias.

Y las visitas serán de una hora y de un solo pariente que deberá ser el mismo y en medio de unas ridículas medidas más propias de una cárcel. De salir nada. Si acaso en julio y a votar ¿verdad Urkullu?

¿Cómo explicarles que no pretendemos ir a la playa a coger sol y bañarnos, que tampoco estamos pensando en hacer un botellón, ni en ocupar las terrazas y acaparar sillas y rabas? ¿Es tan difícil entender que, tal vez, lo único a lo que aspiren los residentes es a que vengan sus familias para llevarlos a comer, a pasear, a compartir unas horas en casa de las hijas, a eso simplemente?

¿No están apelando a la responsabilidad ciudadana para rehabilitar los espacios sociales, las actividades? ¿Por qué no las residencias? ¿No son ciudadanos los residentes? ¿No podría apelarse a la responsabilidad de la familia para que puedan rescatar a sus parientes de la residencia así sea por unas horas?

Somos los residentes eso que llaman “población de riesgo”, por supuesto, con todo y lo relativo que es el riesgo, pero lo somos siempre, antes y después de cualquier pandemia, gripe, derrame… Y entre adoptar y extremar todas las precauciones posibles y que te tiren dentro de un armario como ropa vieja a esperar que todo pase, hay una dolorosa diferencia que los residentes apreciamos. Comparto la necesidad del confinamiento pero no como un recurso que manejar alegremente y extenderlo en el tiempo sin valorar las consecuencias. Y me parece oportuno recordar que la libertad de movimiento ya se ha restablecido a toda la ciudadanía, a todas las personas, incluyendo las ancianas que no están encerradas en las residencias.

¡Estamos vivos!

¿Cómo es eso que tanto les encanta repetir… eh, cómo es? ¡Ah si… “que nadie se quede atrás”.

¡Váyanse a la mierda!

¿Quién tiene la culpa?

Hay dos clases de idiotas: los que tienen cura y los que son idiotas. A Donald Trump lo tengo catalogado en el grupo de canallas (Sección Ilustres, Tomo 12) no obstante esa marcada tendencia a hacer y decir idioteces habitual a muchos presidentes de ese país.

Y no parece que le estén yendo bien las cosas con el nuevo año y a seis meses de elecciones, a pesar de haber hecho realidad recientemente uno de sus más porfiados sueños anulando la reforma sanitaria de Obama. Exultante parecía entonces, y entre exabrupto y exabrupto se entretenía subiendo y bajando los aranceles a China que, como es sabido, tenía la culpa de todo.

En perspectiva, precisamente desde China, se anticipaba un virus. Trump le reía la gracia y recomendaba no comer porquerías mientras el virus se cobraba la vida de algunos miles de chinos y provocaba el confinamiento más estricto de algunas pobladas zonas del país asiático. En Estados Unidos todo estaba bajo control. No pasaba nada. Sólo es un virus, tal vez un estornudo, un par de toses.

Nueva York se rompe. Cientos de infectados. La ciudad queda confinada. Trump no se alarma. “No vamos a prohibir los coches porque haya accidentes… y en abril, cuando venga el calorcito, milagrosamente el virus desaparecerá.” Dios bendiga a América declaraba Trump en el hoyo 18. Y la culpa la tiene China.

En Nueva York se desbordan las urgencias, se congestionan los hospitales, miles de cadáveres. No hay respiradores, no hay equipos, no hay personal sanitario. El virus se extiende por todo el país. Son más de cien mil muertos. Trump pasa de expertos. Lo ha visto en Internet. Cloroquina, con hielo y sin hielo. La culpa la tiene China… bueno, y la OMS.

Y ocurre que la habitual violencia policial que sabe a quién asfixia tiene la mala suerte de verse retratada y al Comandante en Jefe se le quema el fuerte. Hasta ha amenazado con llamar a la caballería. Disturbios en todo el país. Refugiado en su búnker de la Casa Blanca, Trump insiste: La culpa la tiene China y la OMS… bueno, y el grupo antifascista Antifa.

(Preso politikoak aske)