Vive quien participa

Alrededor de quinientos años antes de Cristo lo expresó Confucio: “Si lo oyes, lo olvidas; si lo ves, lo recuerdas; si lo haces, lo aprendes”.

Hace doscientos años, de otra manera, tan hermosa como la del chino, lo dijo también el maestro venezolano Simón Rodríguez: “Enseña y tendrás quien sepa; educa y tendrás quien haga”.

Aunque ninguno de los dos pensadores la citara por su nombre, había una palabra, un verbo presente en las dos reflexiones: participar.

Ambos aludían a la necesidad de implicarse porque para aprender haciendo es indispensable participar. No desde lejos, para saberlo o recordarlo, sino con todos los sentidos, porque somos lo que hacemos. Hacer resume y trasciende los aportes que nos brindan los sentidos. Hacer implica nuestra voluntad, hacer es nuestra decisión.

Y no hay un solo objeto, obra, pensamiento, no hay nada que no haya sido el resultado de distintas ideas, criterios, aportes, porque nadie puede hacer solo sino con los demás y de ahí la necesidad de la participación en cualquier proceso de educación, de desarrollo, de vida.

Quienes nos gobiernan lo saben y a ello se debe su empeño por aislarnos, por dividirnos, por convencernos de la conveniencia de mantenernos al margen.

Hasta ayer, participar era necesario. Hoy comienza a ser imprescindible. Y este verbo que como mejor se conjuga es en gerundio, además de ser imprescindible nos abre las puertas, porque va de la mano, de esas otras hermosas palabras que como unir, compartir, ser solidario… sólo mientras seamos capaces de pronunciarlas van a hacer posible que sigamos vivos.

 

 

 

 

Contrastes que nos delatan

¡Ah, cómo es el mundo y qué extraños sus contrastes!

Denuncia la Organización de Naciones Unidas que mueren en el mundo 24 mil personas todos los días de hambre, y la Bolsa impasible, especulando los flujos y reflujos del dinero al alza y a la baja… porque nada está pasando.

Denuncia Unicef que 20 mil niños mueren diariamente por causas evitables, por infecciones respiratorias, paludismo, malaria, diarreas provocadas por beber agua insalubre o comer alimentos en mal estado, y los parlamentos a lo suyo, enarbolando brotes verdes, desarrollos sostenidos y sustentables, venturosos futuros… porque nada está pasando.

Se denuncia que casi mil millones de personas carecen de agua potable; que la esperanza de vida en algunos países es inferior a 50 años; que hay 2.600 millones de personas que carecen de baño o de letrina; que se multiplica en el mundo el número de indigentes malviviendo en la calle, y los Estados imperturbables,  preocupados por reflotar la banca y seguir mirando para otro lado… porque nada está pasando.

Basta, sin embargo, que un pueblo, uno entre tantos que lo han hecho, haga uso de su derecho a decidir y manifieste en las urnas el futuro al que aspira, para que la Bolsa se tambalee y amenace con graves convulsiones si la elección no es la que espera; y aperciban los bancos terribles consecuencias si el pueblo consultado se equivoca; y adviertan los gobiernos fatales calamidades si Escocia opta por ser Escocia porque, entonces sí estaría pasando algo, algo tan espantoso, tan atroz, tan inhumano como que un pueblo vote y decida.