«¡Vete a tu pueblo!»

Cronopiando

Koldo Campos Sagaseta

“¡Vete a tu pueblo!”

(De Gara)

Después de casi dos años de propuestas y reuniones desde el Ayuntamiento de Azkoitia con sectores y barrios, junto a los vecinos y organizaciones populares, todas las partes interesadas optaron por ceder en algunas de sus pretensiones en relación al tratamiento de las basuras para hacer posible un método de reciclaje que acercara posturas, que no diera satisfacción a nadie pero que a nadie dejara insatisfecho, y a partir de un requisito básico e irrenunciable: reciclar.

Bildu llevaba en su programa, por el que fue elegido, su compromiso a incentivar el reciclaje. También el PNV insistía en su programa electoral en la necesidad de reciclar. A ello se debe, supongo, que en estos días (lo contaba el Diario Vasco) celebraran en Ormáiztegi  el acuerdo de todos, incluyendo una plataforma de vecinos del pueblo opuesta al Puerta a Puerta, para poner en marcha un sistema mixto que ya en su primer mes ha elevado de un 34% a un 80% el reciclaje. El mismo sistema que, al igual que en otros pueblos, también se va a implementar en Azkoitia.

Ocurre, sin embargo, que la Plataforma contra el sistema de recogida de basuras Puerta a Puerta de Azkoitia es diferente. Cierto que tiene nociones de lo que significa el reciclaje porque sólo así se explica que en los últimos meses haya sabido reciclar su nombre y sus fobias pasando de su primer cometido,  a oponerse ahora al Método Mixto y a la espera de que, desde el ayuntamiento y la vecindad comprometida con el reciclaje, surja otra posible propuesta a la que oponerse, pero es lamentable que sea su nombre lo único que reciclan.

En cualquier caso, la voluntad expresada por el presidente de la Plataforma de hacer un “esfuerzo” y pasar de las nociones a los hechos, es una buena noticia así llegue unos cuantos años más tarde que los contenedores.

De eso se trata y, precisamente, para que el “esfuerzo” no decaiga, es que era fundamental establecer métodos que garantizasen el fin que se asegura perseguir. Por ello el Sistema Mixto. Un método tan simple que hasta yo lo puedo entender: depositar cada residuo, cada basura, en su contenedor correspondiente. Esas bolsas azules y de plástico, por ejemplo, que en protesta contra el Puerta a Puerta adornan balcones y ventanas de Azkoitia, una vez se descuelguen, deberán depositarse en los contenedores amarillos, ya sin los rellenos de papel suministrados por el Diario Vasco que deben ir a parar al contenedor azul.

Y a la espera de que se coloquen más contenedores para el reciclaje de las patrañas y los insultos, sugerirles, mientras tanto, a los numerarios de la Plataforma que recibieron a la alcaldesa del pueblo, en castizo castellano,  al grito de “¡Vete a tu pueblo!” o “¡Vete a la mierda!” que depositen esos residuos xenófobos en los contenedores marrones, como si fueran orgánicos, que hasta en el estiércol, milagros del reciclaje, terminan por crecer las flores.

Jack el Destripador en la Aste Nagusia

 

Antes de que respinguen, me siento en la obligación de confesarles que sigo vivo y que las únicas dos verdades que se han dicho o escrito sobre mi persona es que me llamo Jack y que mi leyenda nació en Londres.

Nada tuve que ver con los crímenes que se me imputaron. Cierto que, para entonces, yo me había ganado una sólida reputación como degollador privado, pero doy fe de que sólo aplicaba mis buenos oficios a violadores, pederastas y proxenetas. Nunca he levantado ni mano ni cuchilla contra mujer o infante. Tampoco contra un animal.

Lo que ocurrió en Londres y que fue la causa de que empezara a tejerse la mala fama a la que debo mi buen nombre, es que Scotland Yard al no saber dar con la respuesta a la violencia machista que tenía a la ciudad en vilo, optó por buscar a un Jack expiatorio al que poder acusar de todos los feminicidios pendientes. Caso cerrado. Scotland Yard había hecho su trabajo y, al día siguiente del anuncio, Londres amanecía en paz.

Para la patriarcal sociedad inglesa era preferible centrar todo el horror en una sola persona que aceptar que, detrás de cada cuchillo feminicida, siempre hay más de una mano, y que ningún crimen tiene tantos cómplices como el que le cuesta la vida a una mujer.

Tuve que huir de Londres y, gracias a mi rentas en blanco y diferido, dedicarme a hacer turismo por el mundo releyendo a cada rato mis andanzas en esos medios de comunicación que, no teniendo a mano una maldita guerra de la que ocuparse, se dedicaban a especular sobre mi identidad e itinerario.

Viviendo en Estocolmo me descubrieron en Tananarive; los diez años que residí en Marsella, fui visto en California y Katmandú, y peor suerte corrí en Beirut donde se llegó a anticipar mi muerte. De mi estadía en Santo Domingo no se enteró nadie. Para entonces yo andaba por Bucarest, Ankara y la Polinesia.

Lo que tampoco nadie supo nunca fue que, entre puertos y aeropuertos, un buen día recalé en Bilbao.

Casualidad también: “Aste Nagusia!”

Del hotel salí a la calle por curiosear un rato. Siempre me había llamado mucho la atención el pueblo vasco y pretendía dar un breve paseo por los alrededores y comprar el periódico. Ya no volví al hotel. Desde que la primera charanga me pasó por al lado mis piernas decidieron seguirla y, dos horas más tarde, cuando ya lo había bailado y cantado todo, una comparsa de txistularis y gaiteros me salió al paso en Pergola y junto a tres o cuatro más con los que había empezado a andar, txakolí arriba y txakolí abajo, rendido caí a los pies de Marijaia. El “txupin” y toda la euforia contenida me llevaron en volandas, caldo va caldo viene, por todo el Arenal.

Me sentía como en casa, hasta en sus más húmedos detalles. En Bilbao le llaman “txiri-miri”. Estaba feliz… bueno, y un poco menos abstemio de lo que siempre he sido, pero es que la antxoas piden vino como los calamares una buena cerveza. Me fascinaba el humor natural de ese pueblo. En Bilbao la gente, para bailar y reír, no tenía que pedir permiso.

Por la Plaza Nueva, unos tragos más tarde, disfruté las danzas de esa gente, su música, su manera de ser y compartir. Ya éramos siete la alegre cofradía que reconfortaba el espíritu de taberna en taberna; y una docena de feligreses los que asistimos en medio de la calle a una función de circo y casi veinte los nazarenos que nos flagelamos otros tantos “txupitos” para mejor sobrellevar una obra de teatro en la Plaza del Gas.

Los fuegos artificiales me sorprendieron solo en la Plaza Arriaga y, a su término, levantada la veda de la ginebra por unas horas, proseguí mi periplo por los bares del Casco Viejo hasta acabar emborrachándome en las “txosnas”.

Ya para entonces, podría decirse, incluso, que me había convertido en otra bilbainada.

Tarde, pero de buen humor, amanecí al día siguiente. Lo que no recuerdo es dónde. Sé que iba paseando por la calle de la mano de mi resaca cuando en una esquina, de improviso, se me heló la sonrisa en pleno Agosto. Volví a leer el cartel que me sobrecogiera y se volvió a repetir el mismo escalofrío. No lo podía creer y, desolado, pedí ayuda al primero que me pasó cerca para que me lo explicara. El buen hombre acabó confirmando todas mis sospechas. Yo no podía apartar mis ojos del cartel. Me estaba quedando sin aire y, esta vez,  no podía echarle la culpa sólo al enfisema. Y era cerca de allí, en Vista Alegre.

No tarde más de diez minutos en llegar. Lentamente me quité la capa, negra como la noche, y la puse a flotar sobre la arena en medio de la plaza. No sonaron timbales ni clarines, si acaso, los bufidos del animal escrutando las sombras, oteando al enemigo.

Lo cité de lejos, mirando al tendido, y se vino hacia mí, ajeno a la suerte que el destino iba a depararle, decidido a embestirme con su hambre de gloria.

Tres verónicas más tarde, recorté sus urgencias con un oportuno afarolado y otra media verónica y un molinete más, antes de permitir que se alejara resollando su temprana frustración, buscando el burladero.

Cambié de tercio y, a falta de un caballo y su correspondiente picador,  le  asesté tres rejonazos que  dejaron desnuda su ambición y tiñeron de sangre el redondel. Aquel blanco chorreao, de grana y oro, ya nunca sería el mismo.

Cambié otra vez la suerte y, uno tras otro, con maestría y gracia, le coloqué tres pares  en lo alto. El primer par de palitroques en desagravio por los tantos toros muertos en siglos de festejos tan inmundos; el segundo par de banderillas, a la salud de la fiesta nacional; y el tercer par de garapullos, por si no comprendía el acertijo e insistía en llamar arte a la tortura.

El animal buscó las tablas, rumiando la inminencia del fracaso, mientras yo, chistera en mano, saludaba desde el centro del coso los desiertos tendidos, y un torero pasodoble rubricaba mi artística  faena.

Muleta en mano acometí el último tercio en tandas cortas, medidas y elegantes.

Soltando gañafones y derrotes volvió hacia mí, buscándome la espalda. Lo recibí con un pase de pecho y otro más mirando hacia el tendido. Después un natural, cuatro redondos y un desplante maestro de rodillas.

Varié de mano para una nueva serie. Cuatro manoletinas en silencio, otro pase de pecho hasta cuadrarlo y, entonces, saqué el acero oculto en la muleta.

Ya estaba medio muerto el animal pero, irguió el testuz a falta de un respiro, como si me pidiera un nuevo aire, un imposible gesto de piedad.

Para que descansara la cabeza, puse a sus patas la bolsa del dinero, un titular glorioso a ocho columnas, un cortijo andaluz, un relicario, una tonadillera, un par de coplas, una mantilla negra… y cuando al fin, jadeante, reclinó su amenaza en busca de la fama, le asesté en todo lo alto una estocada que hizo rodar al torero por el suelo.

Después, a falta de un buen rabo,  le corte los dos huevos y, yo mismo, me saqué a hombros de la plaza.

Una hora más tarde abandoné Bilbao.

 

 

Idiotizar España

Ya el Estado español, por  boca de uno de sus mentores y en el propio Congreso, dejó clara su intención de “españolizar a los alumnos catalanes”. El mismo propósito que se propone con los alumnos vascos y gallegos. Faltaba por reconocer que el Estado español también persigue idiotizar España.

Y en ese afán todo lo que sirva es bueno: desde dejar sin escuela y sin becas al mayor número posible de estudiantes, hasta instruir a escolares en el empleo de armas de guerra y adiestrarles en el uso de la violencia.

Los libros de texto también contribuyen al fin que se pretende de idiotizar España. Y son sólo un ejemplo, entre otros muchos, los libros para primaria que la editorial Anaya distribuye en las escuelas y en los que García Lorca “murió cerca de su pueblo durante la guerra” y Antonio Machado “se fue a vivir a Francia”.

Así de excéntricos son los poetas. Casi habría que agradecer a la casa editorial no haber añadido que el asesinado Lorca tuvo la suerte de no ir al exilio, y que el exiliado Machado aún no agradece no haber sido fusilado. Al fin y al cabo, agregaría Mayor Oreja, sólo fueron dos páginas en blanco en medio de una “plácida existencia”.

El Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia lo confirma: “Franco fue un general valeroso y católico que participó en un golpe de Estado contra un gobierno caótico”.

Mientras las cunetas del Estado español guardan sus memorias, la historia que nos cuentan se nos va llenando de ecuánimes dictadores de objetivos procedimientos que nos legaron equitativos cadáveres de neutrales responsos.

 

¿Reciclar? Sí… pero no

“No queremos tener el pueblo apestado de ratas e insalubridad… exigimos privacidad de nuestras basuras…no a la imposición del Puerta a Puerta”… eran algunas de las consignas, ya que no argumentos, que aparecían en la hoja con que la Plataforma Azkoitia contra el Puerta a Puerta nos invitaba a los vecinos a concentrarnos frente a la parroquia del pueblo. Por el otro lado de la hoja estaba la gráfica, unas cuantas ratas con colesterol que, más que correr, volaban hacia Azkoitia; otra que ya había llegado y encaramada en un txintxilikario agradecía el festín; una tercera rata que esperaba su turno junto al Puerta a Puerta; y una cucaracha y algún que otro insecto que, para que no pasaran inadvertidos, el artista los había dibujado del tamaño de las ratas.

Pero que nadie se preocupe por insectos y ratas. No van a venir porque hace años que vinieron y andan por Azkoitia. Algunas hasta se empadronaron en el pueblo cuando pasados ayuntamientos se dedicaron a autorizar vertederos que un día compraban y al siguiente traspasaban a particulares o los permutaban por terrenos públicos. Pingües negocios los que se han hecho en nombre de la basura. En los lixiviados de plomo y molibdeno encontraron ratas e insectos metálicos nutrientes que las han hecho más grandes y fuertes. Por eso es que, supongo, volaban las de la gráfica. Y desaparecerán el día en que, además de producir menos toneladas de basura, seamos capaces de reciclarla.

Tampoco debe preocuparse nadie por la privacidad de nuestras basuras que, dicho sea de paso, constituye nuestro único secreto, que ya otras altas instancias se ocupan de registrar nuestros nombres, domicilios, teléfonos, gastos, nóminas en blanco, sobres en negro, facturas, impuestos declarados y omitidos… Hasta nuestros paseos quedan grabados por las tantas cámaras de seguridad de bancos y comercios, y no hay comentario en las redes sociales por intrascendente que parezca que no quede grabado en algún control. Sólo nuestras basuras van a seguir siendo nuestras y, en todo caso,  de quienes acuden al contenedor gris a rebuscar ropa o los restos de una surtida comida. De todas formas, no creo que esos que, por necesidad, apelan al contenedor gris como último recurso donde hallar comida tengan interés, con o sin notario, en hacer un inventario de los alimentos que encuentran o les importe qué vecino se deshizo de los yogures o la pizza.

Y en relación a la supuesta imposición del Puerta a Puerta, inquietud que jamás tuvieron quienes imponen incineradoras, trenes de alta velocidad o centrales nucleares, tal vez sea oportuno aclarar que el Ayuntamiento de Azkoitia no va a aplicar el Puerta a Puerta. La Mesa de Trabajo de Residuos, después de analizar distintas opciones,  ha optado por un sistema mixto que mantenga los contenedores para los materiales reciclables y el PaP para la fracción resto. Esta fracción se recogerá una vez a la semana en un horario establecido. También se va a fomentar el autocompostaje y el compostaje comunitario, además de poner contenedores específicos para los pañales.

En aras de lograr un consenso entre todos los agentes sociales y vecinos que han participado durante un año en la Mesa de Trabajo se ha optado por este sistema mixto, cuyo logro ha sido posible al ceder en sus posturas iniciales todas las partes, y aún a sabiendas de que el PaP garantizaba una mayor eficacia que el 70% de reciclaje que se marca ahora como objetivo.

Pero sea porque todavía hay vecinos confundidos o porque ciertos intereses políticos siguen empeñados en confundir, es que la Plataforma Azkoitia contra el PaP se concentró frente a la iglesia de Azkoitia

“Hay que reciclar” exigía la pancarta alrededor de la cual se dieron cita numerosos vecinos de Azkoitia y algunos otros, incluso, traídos de Tolosa, todos bien curtidos en años y afines al PSOE y al PNV. Hasta la plana mayor del Partido Popular se hizo presente en la primera fila… bueno, y también la plana menor, que viene a ser la misma, reivindicando su derecho a reciclar.

La lectura del comunicado con el que se cerró la concentración, además de llamar al desacato, sirvió para concluir con otra nueva exigencia: “¡Queremos seguir como estamos!”. O lo que es lo mismo, que nada cambie, que nadie se mueva y que permanezcan en su sitio todos los contenedores. O lo que es igual, que sigamos reciclando el mismo 34% que se recicla en el pueblo.

Semejante contradicción o se debe a que realmente no se quiere reciclar y por ello se demanda seguir como estamos, o responde a que sí queremos reciclar en cuyo caso tendremos que hacer entre todos un esfuerzo para alcanzar un porcentaje que confirme nuestros deseos.

Si queremos reducir el número de muertos en las carreteras, la conclusión a la que lleguemos nunca podrá ser “seguir como estamos”; si queremos acabar con la violencia machista, el remedio que se nos ocurra nunca podrá ser “seguir como estamos”; si queremos reciclar, es absurdo e inconsecuente “seguir como estamos”, porque estamos mal, reciclando sólo un 30%, y habrá que cambiar, habrá que ser consecuentes con nuestro compartido afán de reciclar.

A no ser que, en verdad, nuestra apuesta por el reciclaje sólo sea un compromiso virtual,

un alarde para la galería. Sería más honesto, en ese caso, reconocer que no, que no queremos reciclar y que nos encantaría seguir arrojando nuestros orines por las ventanas y al grito de “¡Agua va!” salpicar la calle con nuestro progreso.