Ojos ciegos

De mirarte y no verte ya no me quedan ojos. Todos los fui perdiendo por la casa, algunos por la calle, ni sé cómo ni cuántos he venido extraviando. Al principio, cuando los proscribí por alevosos y los desalojé por miserables, reconozco que, encontrarlos por ahí, de cualquier forma, desparramados, sin brillo ni pestañas, mortificaba tanto mi vergüenza que hasta llegué a pensar en recogerlos y disculpar sus chanzas y desaires… pero ya no me sirven, ya no saben mirarte.

Me hubiera conformado con que volvieran a acogerte en sus retinas y te guardaran a salvo de distancias

y ni siquiera eso se dignaron fingirme. Ayer, uno lloraba inconsolable recostado sobre el tubo de la pasta dental enfermo de nostalgia y a otro más encontré deambulando entre el vaho del espejo resignado a su suerte y como si temiera el desenlace… pero ya no me importan, ya no saben mirarte.

Son tantos y tan ciegos que casi es imposible no pisarlos. Donde quiera que voy me los encuentro y, como si me vieran, me guiñan acogidas y reencuentros desesperados por volver a ser mis ojos y sin que mi desdén los acobarde. Entras en la cocina y, asomada a la taza de café, de improviso te asalta una vieja pupila proponiéndote nuevos horizontes y más y mejores perspectivas; basta que abras un armario buscando una carpeta o una carta extraviada, para que alguno de los ojos que tuve me reproche tu ausencia, y en las noches se apostan debajo de mi insomnio en el común afán de murmurarme desventuras y prodigarme reproches y pesares… pero ya no los oigo, ya no saben mirarte.

Si al menos, de soslayo, los ojos que ayer fueran, los mismos que hoy no son, no te dieran del todo por perdida y encontrarte no fuera un acertijo y saberte no costara la vida… pero ya no los quiero, ya no saben mirarte.

(Preso politikoak aske)

Pacto de caballeros

Hace dos años, en la República Dominicana, el empresario Yasmil Fernández (Ray) asestó siete puñaladas a su esposa, Anibel González, abogada de treinta años y madre de tres menores testigos de un asesinato que, milagrosamente, no llegó a consumarse porque ella sobrevivió a la agresión. Aunque por tentativa de asesinato pudieron ser 30 años, con Ray Fernández la Justicia fue muy considerada y el juicio se saldó con una condena de solo 5 años. Demasiados para una policía que no se mete en esos “pleitos de marido y mujer” y para una Justicia que tuvo a bien considerar el prestigio mercurial del asesino.

Meses atrás, después de poco más de un año de cumplir tan dadivosa condena, el empresario llegó a un acuerdo con la Justicia y quedó libre. Iba a ser bueno, había prometido que no la iba a volver a amenazar con matarla como hiciera desde la cárcel, que iba a portarse bien. ¿Por qué dudar de que no fuera así? Era un pacto entre caballeros. La Justicia dominicana, que no tiene nada que envidiar a la española, casi se excusa por haberlo mantenido preso tantos meses.

La semana pasada Anibel moría asesinada a balazos por el persuasivo empresario. La hija mayor, de 11 años, se encargó de llamar por teléfono a la Policía para contar que su padre había asesinado a su madre y que él también estaba tirado en el suelo, muerto.

(Preso politikoak aske)

Era un hombre normal

Era un hombre normal, dicen quienes fueran sus vecinos. Nunca dio motivos de queja ni hubo con él problema alguno. Solía asistir a las reuniones de vecinos y también frecuentaba la iglesia. Amable, muy gentil, era un vecino normal. Se le veía a veces por el barrio, paseando con su familia, en el cine o en el parque con sus hijos. Muy correcto y educado. Era un padre normal. Sus amigos lo consideraban una excelente persona, tranquila, de buen humor. Amigo de sus amigos, era de esa clase de gente dispuesta a echar una mano a cualquiera. Era un amigo normal. Y como trabajador cumplía con sus obligaciones y hacía bien su labor. Siempre puntual, a su hora, y muy apreciado por sus compañeros. Se llevaba bien con todo el mundo. Era un trabajador normal. De hecho, era un hombre tan normal que en cualquier cordial saludo de mujer suponía un cálido interés en su persona, que en cualquier intrascendente comentario de mujer advertía un insinuado y sensual deseo, y que detrás de cualquier sonrisa amable de mujer solo cabía un buen polvo. Era un hombre tan normal que quienes pasaron por el amargo trance de observar el cadáver de la joven mujer violada, asesinada y arrojada a un contenedor de basura, no podían imaginar la razón de ser de tanta saña, de tanta brutalidad en aquel hombre tan normal.

(Preso politikoak aske)

Puntos suspensivos

Cualquier cosa que piense, antes de que pueda expresarla, comienza a segregar puntos suspensivos hasta que, enredado en ellos, termino por rendirme a la evidencia y me niego a articular siquiera una tímida voz, una simple palabra, un maldito respingo.

Cada vez que estoy a punto de arribar a alguna inobjetable conjetura, y no es todos los días, los puntos suspensivos la dejan en el aire y, ante el cuestionamiento general que impaciente espera que concluya, me voy de punto en punto, muy despacio, sin nada que alegar en mi defensa que no sean los puntos suspensivos.

No es nada personal ni ganas de joder, es solo que los puntos nunca están a solas por más que se enfatice su final o se imponga su uso en la cuartilla, ese punto y seguido o aparte tan comunes en el relato. La vida en la que andamos, sin embargo, es otra historia que no siempre coincide con el informe de los desinformados y en la que no hay certeza que se precie que no cargue su duda. Supongo que es a ello que se debe mi obsesión con los puntos suspensivos, tan insólitos como funestos para las verdades que revela la fe .

La noche bendice el sueño de los puntos negándose a aceptar por descreídos mis siempre suspensivos titubeos y yo me vuelvo a ir de punto en punto, muy despacio, con Dios a la intemperie y la duda por sombrero.