Un mundo sin fronteras

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Cada vez que un pueblo reivindica su espacio y su palabra lejos de la nación que la ocupa y tutela, entre las condenas habituales al absurdo, al infortunio, a la marginación o a la miseria de quienes repudian el derecho a su soberanía, acostumbra a filtrarse un espléndido bando, un canto de unicornio, una dulce proclama que desautoriza la legitimidad de la pretendida independencia porque el futuro, al decir de los versados agoreros, nos tiene reservado a todos “un mundo sin fronteras”.

Los “nacionalismos”, en consecuencia, no tienen sentido porque están condenados a desparecer.

Algunos videntes hasta se permiten agregar a su radiante sentencia que, en ese mundo global que se vislumbra, todos los seres humanos seremos iguales. De ahí su oposición a los “nacionalismos”, siempre que sean ajenos, dado que van a contramano de la historia, del tiempo, del sentido común. Tal vez a ello se deba que los nacionalistas agraviados por la sedición de los otros recurran a sus cárceles y ejércitos para impedir en los demás el derecho que ellos disfrutan.

No voy a hacer sangre de tan venturosas perspectivas, entre otras razones, porque yo también comparto el mismo sueño, y suscribo que el futuro del mundo será un tiempo sin fronteras, sin hambre, sin miseria, una aldea global en la que los seres humanos podamos vivir en paz… o, simplemente, no será.

En cualquier caso, y es lo que quiero dejar meridianamente claro con esta breve reflexión,  ese futuro del que participo sólo será viable sobre el respeto a la identidad de todos, y la aldea global que se anticipa únicamente será posible el día en que yo pueda ejercer el soberano derecho de abrir la puerta de mi casa.

Dividir España

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Ninguna falacia resulta más artera y repugnante que el pretendido argumento de la división de España. Tampoco ninguna se reitera tanto y, por muchos adjetivos que agregue, siempre han de caberle algunos más a la manida declaración de que cierto derecho, aquella medida o esta propuesta, divide a España o a los españoles.

Se lo he oído decir al rey, al presidente del actual gobierno y a quien le precedió, a ministros y a ex ministros, gobernadores, alcaldes, funcionarios, jerarcas de la Iglesia,  periodistas…

El último que vuelve a las andadas, Alfonso Alonso, se quejaba en estos dias de que el Parlamento navarro reconociera como tales a las víctimas del franquismo. El reconocimiento llega tarde, muy tarde, y hasta se queda corto pero, al dirigente popular no le molesta eso, sino que llegue. Y es que la medida, apunta Alonso, “busca dividir” y, además, establece que “unos son buenos y otros malos y esto es una mala estrategia política”.

¿Mala estrategia política? ¿Y no quedamos en que había buenos y malos, vencedores y vencidos? Alonso no se cansa de repetirlo: en Euskalherria debe haber vencedores y vencidos y en Navarra no debe haber buenos y malos. Todo depende de la guerra que sea, y Alonso y los suyos sólo ganan las guerras que pierden.

¿Dividir?  ¿Puede dividirse el átomo? ¿Alguna vez hemos estado unidos? Por supuesto que estamos divididos, lo hemos estado siempre, en blanco y en negro, en diferido y en directo. Y lo vamos a seguir estando hasta que la justicia no sea un esperpento y el derecho una mala palabra; hasta que la fortuna de unos no disponga la ruina de todos; hasta que el miedo no pese más que la razón; hasta que la verdad pueda ser rehabilitada; hasta que el respeto sea restaurado y la impunidad no salga agradecida; hasta que no queden en las cárceles vergüenzas con cargos y en los ministerios cargos sin vergüenza.

Sobresaltos

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Cronopiando

Koldo Campos Sagaseta

Sobresaltos

(Gara)

Sí, lo sé, soy un ingenuo. Y, peor todavía, a veces me levanto mucho más alelado de lo que acostumbro y espero que la cafetera hierva sin haberla puesto y que el pan se tueste sin electricidad. En cualquier caso, sea por candidez o por despiste, no hay como sintonizar alguna emisora o canal, abrir un periódico o escuchar al vecino, para que el día que parecía apacible, de improviso, comience a llenarse de respingos y sobresaltos:

“¡Hemos vuelto!” gritaba enardecido Alfonso Rubalcaba en el cierre del congreso socialista. ¿Y es que se habían ido? ¿Cuándo? ¿A dónde se había ido el Partido Socialista?

“¡Salida limpia”! celebraba feliz De Guindos el acuerdo de los ministros de la Eurozona de poner fin al rescate de la banca española. ¿Y es que hubo rescate? ¿No había dicho el presidente que eran “préstamos en condiciones ventajosas”? ¿De qué rescate hablan?

“¡Ni buenos ni malos!” se quejaba amargamente Adolfo Alonso, portavoz popular en el Congreso español, en repudio a la decisión del Parlamento navarro de reconocer a las víctimas del franquismo como tales. ¿Cómo? ¿Y no quedamos en que había buenos y malos? ¿No quedamos en que había vencedores y vencidos?

“¡Y además nos divide!” agregaba Alonso en relación a la misma decisión de los representantes navarros. ¿Y es que estábamos unidos? ¿Alguna vez hemos estado unidos? ¿Ellos y nosotros?

A eso del mediodía, horas más horas menos, es que me despierto y… no, ni siquiera Rubalcaba ha vuelto, que siempre estuvo ahí. Tampoco hay salida limpia para tanta mierda. Y Alonso, Rubalcaba o de Guindos, ellos, además de malos, siempre pierden todas las guerras que ganan.

 

Gracias

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Gracias

Mey y Koldo Campos Sagaseta

Leo que en cada cigarrillo perdemos las fumadoras una hora de vida, a veces dos; que no hacer ejercicio reduce nuestras expectativas de vida y  que cierta clase de comida llamada «basura» que,  a veces, coincide con mi dieta, acorta en ocho años la vida del original y de la copia. Y ya calculo y anticipo recesiones y analizo sondeos de opinión y de omisión, y tomo nota de cortes y recortes y, consternada, descubro que me he quedado sin años. ¡Los he perdido todos!

Y eso que, todavía, no he empezado a descontarme los dos años de vida que pierdo cada vez que un delincuente es celebrado como padre de la patria, y tres más si escapa inmune, y cuatro si ni siquiera tiene que escapar y es, además,  investido doctor honoris causa.

Y no hay año de vida, por más aire que tenga, capaz de resistirse a un porcentaje, que las inevitables y tediosas estadísticas me llevan un año de vida, un mes de cólera y un día de arrepentimiento.

El que mata «por el amor de una mujer» también me mata a mí, pongamos trece años, tantos como los años que se me mueren cada vez que las urnas me confirman la impotencia general. Y los que matan en nombre de un progreso que deshiela glaciares, seca ríos, tala bosques y vuelve irrespirable el aire, nos matan el futuro que nos mienten.

Agréguese otro año de vida que perdemos por cada voluntad falsificada, por cada fraude homologado, por cada licenciado analfabeto,  por cada derrame de confianzas, por cada intercambio de disparos… y siete vidas que tuviéramos nunca darían abasto para tantos años de vida que nos matan.

Y, que conste, que ni siquiera he querido restar los años que una muere dando vueltas por el mundo. Los veinte que se van tras el Imperio cada vez que su impune ejecutivo revalida la pena capital al enemigo, a su entorno y a su umbral. Y otros dos años que me acortan las cortes, hemofílicas nobles de glóbulos azules y que sin pretenderlo ni esperarlo, donde pudo haber un ciudadano, te acaban convirtiendo en un lacayo.

Y otros cuatro años más que se nos llevan, y si no lo digo serían ocho, los restantes cómicos del medio, de esa España inmortal de mantilla y pandereta, del Jesulín, del Pocero, de Urdangarín y el Marlaska,  de la Esteva, de Esperanza, del Pachuli y la Pantoja, de las duquesas del Alba y de los reyes de copas.

Y otro año de vida que se me muere cada vez que asistes a la canalla manipulación de la verdad; y cinco años a la cuenta vaticana en la certeza de que nunca podrán indemnizarme por todos los espantos con que me bautizaron y de cuyas manos comulgara hasta que tuve uso de razón.

Y si ya no me quedan más años que enterrar porque me los han llevado todos cada vez que la hipócrita virtud de tantos inmorales se hace verbo y el verbo se hace carne y habita, para colmo, entre nosotros; cada vez que me asestan un abrazo o me endosan la mano o me fingen un beso, entonces… ¿quién está viviendo en mi lugar?

Pero ocurre que sí, que junto a mí viven también, para mi suerte, todos aquellos seres entrañables que me compensan en los años que me brindan los que pierdo en la vorágine diaria.

Y me voy a atrever a mencionar algunos, aunque sólo sea para que mis sobrinas y familia tengan constancia escrita de lo mucho que yo también los quiero y que no siempre sé expresar; y los años de vida que les debo a mis amigas y amigos sin los cuales los años tampoco serían vida.

La fotografía me reporta algunos años más, y cada vez que un niño saharaui, una anciana cubana, un otoño en Eugi o en la Ulzama, una sombra imposible en las Bardenas o un rincón entrañable en Ecala, en las Amescoas, me consienten su encanto o su memoria, gano todos los años que agradezco; los mismos que he venido soplando un clarinete que me ayude a hacer más concurrida la nostalgia.

Y súmeseles Fidel Castro, los Rolligs Stones, los Beatles, John Lennon, la familia Simpson, Salvador Allende, Eduardo Galeano,  Benedetti, Chaplin, Groucho y los hermanos Marx, Les Luthiers, el Ché, Lluis Llach, Silvio Rodríguez, Beethoven, Bob Dylan, los Creedence, Chavela Vargas, Nietzsche, Joe Cocker,  Mozart, Aute, Compay Segundo… y todos los amores que con su sola presencia compensan con creces los años que perdemos a manos de tantos sinvergüenzas, para que yo pueda seguir acumulando tantos años de vida que, segura estoy, el día en que un burocrático error acabe suprimiendo mi nombre de la lista de los amanecidos, yo me las voy a ingeniar para seguir viviendo, aunque sólo sea por el placer de no perderme tan bella compañía.

Por ello vamos a reunirnos en el local de los Traperos de Emaus de Iruña, en Río Arga 36 (junto al cruce de Cuatrovientos) el próximo sábado 23 a las 11 de la mañana.

Y, sobre todo, gracias por haberme ayudado a vivir a mi manera;  por haberme permitido, a vuestro lado, maldecir la hipocresía infinita de quienes hacen la guerra en nombre de la paz y matan en nombre de la vida; por haberme brindado, antes en Ubarmin, siempre en el mismo común afán, un espacio de lucha por hacer posible una sanidad pública, gratuita y universal; por la solidaridad, que fue también la mia, en defensa del pueblo cubano, saharaui, iraquí, salvadoreño… en defensa de toda causa que reivindique la dignidad humana; por vuestra lucha, por vuestro amor y por vuestra compañía.

PD: Y gracias a Fidel por haber conseguido a pesar de las más adversas circunstancias y enemigos, construir la más humana referencia y esperanza.

 

Con todos

Hay seres humanos que, más que encontrar a un Dios que les sirviera de humana referencia, en su glorioso hallazgo descubrieron una bendita coartada para pensarse a su imagen y semejanza, y en tan feliz consecuencia es frecuente oírlos repetir aquello de: “yo soy… yo hago… yo creo…”

Hay seres humanos que, a falta de ese Dios que pudiera dar sentido a sus vidas, optaron por venerar el esplendor de su propia humanidad para mejor afirmar como divinos sus destellos, y en tan dichosa conjetura es corriente oírlos decir aquello de: “yo soy… yo hago… yo creo…”

Yo no sé si unos y otros, en su celeste o mundana certidumbre, lo saben o lo ignoran, pero cada vez que cualquiera de esos egos proclama su engreída majestad al pie de un altar o delante de un espejo, regodeándose en su dichoso enunciado por haber sido capaz de ser, de hacer o de crear, también está omitiendo el nombre y la memoria de unos cuantos que han hecho con él, que crean a su alrededor, que hicieron antes, que seguirán creando, que también son.

Yo no sé si unos y otros, en su ilustre o frívola evidencia, lo olvidan o lo mienten, pero cada vez que cualquiera de esos egos se jacta ante un sagrario o frente a la bondad de su reflejo, de haber llegado antes, de haber estado siempre, de haber sido el primero, de haber tenido más, de haber perdido menos… está excluyendo el nombre y la memoria de todos aquellos seres humanos que a lo largo de la historia han sabido y saben que ser, hacer, crear, que cualquier verbo, sólo es en plural que puede conjugarse porque nadie es, hace, ni crea, sino es con todos.