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Ninguna falacia resulta más artera y repugnante que el pretendido argumento de la división de España. Tampoco ninguna se reitera tanto y, por muchos adjetivos que agregue, siempre han de caberle algunos más a la manida declaración de que cierto derecho, aquella medida o esta propuesta, divide a España o a los españoles.
Se lo he oído decir al rey, al presidente del actual gobierno y a quien le precedió, a ministros y a ex ministros, gobernadores, alcaldes, funcionarios, jerarcas de la Iglesia, periodistas…
El último que vuelve a las andadas, Alfonso Alonso, se quejaba en estos dias de que el Parlamento navarro reconociera como tales a las víctimas del franquismo. El reconocimiento llega tarde, muy tarde, y hasta se queda corto pero, al dirigente popular no le molesta eso, sino que llegue. Y es que la medida, apunta Alonso, “busca dividir” y, además, establece que “unos son buenos y otros malos y esto es una mala estrategia política”.
¿Mala estrategia política? ¿Y no quedamos en que había buenos y malos, vencedores y vencidos? Alonso no se cansa de repetirlo: en Euskalherria debe haber vencedores y vencidos y en Navarra no debe haber buenos y malos. Todo depende de la guerra que sea, y Alonso y los suyos sólo ganan las guerras que pierden.
¿Dividir? ¿Puede dividirse el átomo? ¿Alguna vez hemos estado unidos? Por supuesto que estamos divididos, lo hemos estado siempre, en blanco y en negro, en diferido y en directo. Y lo vamos a seguir estando hasta que la justicia no sea un esperpento y el derecho una mala palabra; hasta que la fortuna de unos no disponga la ruina de todos; hasta que el miedo no pese más que la razón; hasta que la verdad pueda ser rehabilitada; hasta que el respeto sea restaurado y la impunidad no salga agradecida; hasta que no queden en las cárceles vergüenzas con cargos y en los ministerios cargos sin vergüenza.