1 de enero en Venezuela

Hoy, 1 de enero, Chávez no ha seguido desmontando el poder legislativo para construir una estructura legal que le permita gobernar a sus anchas; no ha vuelto a recortar los poderes y derechos de alcaldías y gobernaciones en manos de la oposición para que nadie estorbe sus delirios de grandeza; no ha insistido en intervenir las entidades bancarias so pretexto del interés de la nación; no ha mandado cerrar más canales de televisión y emisoras de radio que denuncien su déspota gobierno; no ha facilitado la fuga de etarras de Venezuela ni ha seguido brindando refugio a terroristas; no ha comprado lealtades en el seno del ejército de Bolivia; no ha urdido maquiavélicos planes con el régimen iraní; no ha seguido difundiendo por Latinoamérica su perniciosa ideología bolivariana; no ha consentido el libre tránsito por Venezuela de espías cubanos; no ha amenazado la paz en la región; no ha suministrado armas ni cobijo a la guerrilla de las FARC; no ha vuelto a ser descubierto traficando cocaína; no ha condenado a la lapidación a ningún opositor… y es que hoy, 1 de enero, ¡no ha habido periódicos!

Dar pasos

Declaraba días atrás el presidente del Gobierno Vasco que la izquierda abertzale “está dando pasos en la buena dirección” y que si su apuesta por la democracia es verdadera “eso nos acercaría a la paz”.
Pues bien, hora es que su gobierno también comience a dar pasos que nos acerquen a la paz, caso de que su apuesta por la democracia aspire a resultar creíble. Y no tendría, si fuera esa su voluntad, que negar su constitución, vulnerar sus leyes o, menos aún, ceder al “chantaje terrorista”.
Para erradicar la tortura, la más execrable y desalmada de todas las violencias, no es necesario aprobar nuevas leyes; para preservar la integridad de los presos no es preciso cambiar la ley penitenciaria; para garantizar a la ciudadanía sus derechos humanos tampoco es imprescindible reformar la constitución. Bastaría con que aplicaran sus propias leyes.
Se pregunta Patxi López: ¿Por qué tenemos que esperar a que haya un atentado para que la izquierda abertzale muestre claramente que rechaza la violencia?
Miles de personas en el País Vasco amanecemos todos los días entre nuevos casos de torturas, arbitrarias detenciones, esperpentos jurídicos y otras muestras de violencia tan habituales como usual es la hipocresía de sus responsables, y no por ello dejamos de preguntarnos: ¿Hasta cuándo la tortura? ¿Hasta cuándo la justicia seguirá creando nuevas imputaciones a presos que hayan cumplido sus condenas? ¿Hasta cuándo el fraude electoral que ha convertido a López en lehendakari negará sus derechos a cientos de miles de electores sin voto? ¿Hasta cuándo opinar seguirá siendo un delito? ¿Hasta cuándo la criminal política de la dispersión de presos? ¿Hasta cuándo “desaparecer” personas será un impune ejercicio del Estado? ¿Hasta cuándo la represión seguirá llenando las cárceles de jóvenes? ¿Hasta cuando la farsa de la ley de partidos? ¿Hasta cuando su violencia?
¿A qué espera Patxi López para dar pasos?

Templos y pesebres

Cuentan que, hace ya muchos años, Jesucristo le aseguró a Pedro: “sobre esta piedra edificaré mi iglesia”.
Ignoro de qué tamaño era aquella piedra porque los historiadores nunca han querido entrar en semejantes detalles, pero su lugar lo ocupa ahora el majestuoso Vaticano, con su impresionante Plaza de San Pedro incluida.
Recientemente, en Costa de Marfil, un dadivoso presidente llamado Félix Houphouët-Boigny, pagó de su “bolsillo” nacional alrededor de 300 millones de dólares para hacer posible sobre otra “piedra”, en este caso africana, la Basílica de Nuestra Señora de la Paz, réplica exacta de la vaticana y con capacidad para acoger a 18 mil personas.
Con el cambio de siglo comenzó a construirse en Guadalajara, México, un templo llamado a ser el mayor del mundo y capaz de albergar a 75 mil personas en las diez hectáreas que mide la “piedra”.
Son sólo algunas de las “piedras” que la Iglesia ha construido para honrar su memoria
Cuentan que, hace ya muchos años, el Mercado le aseguró a Jesucristo: “sobre este pesebre edificaré la Navidad”.
Tampoco sé de qué tamaño era aquel pesebre, pero si quiere una réplica exacta, árbol y belén incluido, con su correspondiente banda sonora, luces intermitentes, reyes magos, turrones, champañas, pavo asado, merluza, lotería y regalos para dar y tomar, pase cuanto antes por el Corte Inglés de su preferencia o encargue su compra por Internet.
Extraño destino el de un niño ilegal, inmigrante desprovisto de papeles, el más pobre entre los indigentes, amenazado de muerte por un Estado que nunca le perdonó su propuesta de paz y de justicia.
Tal vez a ello se deba que sea el único que nunca vuelve a casa por Navidad y a quien tampoco van a encontrar en esos fastuosos templos erigidos en su nombre. El sigue entretenido en los bateyes, en los cinturones de miseria que circundan sus templos y sus fiestas, allá donde nunca está su “iglesia” y en donde puede seguir siendo divino.

Carta de un ex iluso a Joaquín Sabina

Hace un par de años, cuando advertí el nombre de Joaquín Sabina entre un grupo de infames arribistas hablando mierda sobre Cuba, pensé que se trataba de un error del responsable de redactar la nómina. Bertold Brech solía decir que quien ignora la verdad es un iluso pero quien conociéndola la llama mentira es un delincuente, y yo no tenía a Sabina ni por iluso ni por delincuente.

Resultó que la inclusión del cantautor no era un error y, dadas las circunstancias, preferí  pensar que, simplemente, había tenido un mal día. En atención a ello le escribí una carta pública recordando al Sabina que, años antes, me emocionara con su vigoroso repudio a la invasión de Iraq y que fui construyendo con ayuda de sus propios textos. 

La que sigue fue la carta que, con todo el afecto que se guarda a un artista querido, le escribí entonces:

“Si nosotros somos unos ilusos, ustedes son unos canallas”. De esta manera cerraba Joaquín Sabina un formidable artículo en rechazo a la primera invasión estadounidense a Iraq y al apoyo que aquella guerra de golfos había encontrado en el Estado español de principios de los noventa. Los que en la calle o en los medios expresaban su rechazo a la guerra eran acusados por el gobierno socialista de ser unos ilusos.

Joaquín Sabina, ni más listo ni tonto que cualquiera, igual seguía de flaco, igual de calavera, igual que antes de loco por cantar dando el cante hasta el día en que se muera.

Pero los tiempos cambian, el guión exigía cada vez más escenas de cama y, algunos años más tarde ya no era ayer sino mañana. Era la misma guerra, sí, y los mismos canallas pero, por el camino, se le quedaron largos los pantalones al viejo Peter Pan y, al final, hubo un iluso menos. Sé que no hay un canalla más.

Y lo sé porque al lugar donde se ha sido feliz siempre se puede tratar de volver, hacerse mayor con delicadeza y seguir deshojando la margarita que en el pasado fue la verdad primera.

Deja Sabina que esas mariposas que cazan en sueños los niños con granos se busquen otros perros que les ladren aplausos y adhesiones, que nada se te ha perdido a ti en las rebajas de enero. No permitas que labios sin ánima quieran quererte al contado, no te pases un pelo de listo, no inviertas en Cristo, no te hagas el tonto.

Sí, ya sé que, ahora, hasta las floristas te saludan, que has aprendido bailes de salón y te has vuelto un doctor en lencería, que suenan palmas por alegrías y que, tal vez, ya no te importa tanto salir con Simón de Cirene de tour por el monte Calvario, o que  sigan ladrando los perros a las puertas del cielo.

Ahora tienes un alma que no tenías, un carné exclusivo de socio del pingüe negocio de la primavera, pero tú mismo, alguna vez, reconociste no saber que la primavera duraba un segundo. Hablo de cuando querías escribir la canción más hermosa del mundo, libre de los tontos por ciento, del cuento del bisnes, gracias a las clases que dabas en una academia de cantos de cisne, cuando no habías arriado tu bandera frente al cabo de poca esperanza, a la vuelta de un coma profundo.

Ahora que está tan lejos el olvido, ahora que te perfumas cada día y has quedado absuelto de la pena de aquellos 19 días y 500 noches, todavía estás a tiempo de volver a ser el pirata cojo con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo, el viejo truhán, capitán de un barco que tuviera por bandera un par de tibias y una calavera.

Es verdad que el corazón, a veces, queda cerrado por derribo, pero no la memoria, amigo mío, y espero me disculpes la confianza y el haber apelado a tus textos en cursiva porque aquí, en la calle melancolía,  en una playa sin mar, donde la Magdalena, con tu primo Rosendo,  te seguimos queriendo y esperando todos los que siempre estuvimos contigo, tu hispano-olivetti con caries, tu tren con retraso, tu Cantinflas, tu Bola de Nieve, tus tres mosqueteros, tu Tintín, tu yo-yo, tu azulete, tu siete de copas…

Así que vuelve a poblar el zócalo de ojos, vuelve a sembrar de migas el pan caliente, ponle al sordo voz y alas al cojo, bendice nuestro arroz, nuestro minuto como si no fuéramos cómplices del luto que, como bien dijo el poeta: “la belleza es un ramo de nubes que sube de dos en dos las escaleras”.

Desgraciadamente, aquel desbarre sigue teniendo réplicas. La última nos muestra al cantautor abrazado a Esperanza Aguirre, bailando con ella, con una de las más repulsivas expresiones de la inmundicia que gobierna este país. A cualquiera, a ti también, puedo disculparle su silencio, su cómplice neutralidad, su ausentismo, su mirar para otro lado tras de cada vileza… lo que no puedo Sabina perdonarte, ni siquiera en atención a lo mucho que te disfrutara en el pasado, es tu palabra, es que cuando, finalmente, te decidieras a salir del anonimato en el que refugiabas tus rentas, lo hicieras para brindar a un personaje tan siniestro como Aguirre uno de los reconocimientos que, sospecho, más oronda va a dejarla. ¿Qué has hecho Sabina de aquel cantante que quería escribir la canción más hermosa del mundo, libre de los tontos por ciento, del cuento del bisnes… cuando no habías arriado tu bandera frente al cabo de poca Esperanza? ¿Por qué has permitido que esas mariposas que cazan en sueños los niños con granos, a falta de otros perros, encontraran en ti quien les ladre aplausos y adhesiones?

Sé que más de alguno pensará que tiempo me ha costado caerme de la higuera pero tu música se había ganado su espacio en mi cabeza y, no obstante tus desbarres, tus principescos compadreos, seguía confiando en un golpe de timón que rescatara al pirata cojo con pata de palo, con parche en el ojo… de su naufragio. No ha sido posible. Por ello, Sabina, es que no sé si debo agradecerte que hoy haya un iluso menos, pero tampoco voy a felicitarte porque hoy haya un canalla más.

El cigarrillo y el planeta

Si yo les contara que después de 35 años fumando alrededor de 40 cigarrillos diarios, he ido al médico para que confirmara la relación entre mis crónicas toses y mi adicción a esa droga, y él, por todo diagnóstico, se ha  limitado a sugerirme emitir menos cantidades de alquitrán a mis pulmones, ¿qué pensarían ustedes de  ese médico?

¿Qué credibilidad les merecería un médico que, frente a semejante cuadro clínico, le recetara a su paciente aminorar la emisión de nicotina a su cerebro?

Si resultara que su corazón ya padece las consecuencias de esos 80 cigarrillos de diaria dosis durante tantos años… ¿les parecería digno de respeto un médico que se conformara con aconsejarle reducir un 20 por ciento la emisión de alquitrán, nicotina y otros tóxicos a su cuerpo?

Tal parece que no, y todos conocemos no pocos casos de amigos y familiares víctimas de la misma mortal adicción a quienes médicos serios han puesto en la disyuntiva de dejar el tabaco antes de que la vida los abandone a ellos.

Si estamos envenenando nuestro organismo la única solución posible es dejar de hacerlo, frenar esa agonía que no por lenta deja de ser perceptible, recuperar nuestra calidad de vida, nuestros sentidos, nuestro gusto, nuestro olfato, nuestra salud.

Pues bien, ya para nadie debiera ser un secreto el grave  deterioro de la salud del planeta en que vivimos, la paulatina e incesante desaparición de sus fuentes de vida, la contaminación del aire, la desaparición de ríos y bosques, el deshielo de las zonas polares…

El calentamiento de la Tierra no será noticia de primera página, ni  va a competir en titulares con embarazos principescos, pero ya nadie lo puede negar, menos esconder. Por más que sigamos entretenidos con desarrollos sostenidos y sustentables y demás zarandajas  al uso, por supuesto globalizadas,  seguimos «fumando» un estilo de vida letal, depredador, cuyas consecuencias, al decir de muchos científicos, pueden ser ya  irreversibles.

Pero  porque sólo la maldita ambición humana es mayor que su estupidez, los «doctores» que rigen los destinos del mundo, ante la gravedad de la situación, además de poner al paciente en manos de su enfermedad, que sólo así se entiende que el Banco Mundial vaya a hacerse cargo del problema, han resuelto seguir reduciendo la emisión de gases a la atmósfera. No pensaron en otra clase de mundo posible, en otro imprescindible estilo de vida, cuando los más optimistas de los científicos calculan que para el 2070  habrán desaparecido los continentes helados; no propusieron otros modelos de desarrollo alternativos que no nos conduzcan al juicio final antes de lo que Dios haya dispuesto, si es que ya le ha puesto fecha. Lo que recomendaron al intoxicado paciente fue envenenarse un poquito menos,  morirse más despacio, agonizar más tiempo, «fumarse» sólo una cajetilla diaria.

Y el planeta cruje entre vacas locas y pollos con gripe, para que el cáncer se vuelva tan cotidiano como el automóvil y el automóvil tan imprescindible como el plástico. Y las bombas de hidrógeno y nitrógeno son ya juegos de niños para lo que, actualmente,  se urde y se produce. Y el hambre en el mundo se convierte en la medieval referencia de nuestro pretendido desarrollo, mientras el analfabetismo sigue censurando y suprimiendo, curiosamente, las libertades de que alardean las llamadas democracias; la salud es un derecho virtual que se acaba cuando se pierde; el crimen, un negocio que ya cotiza en Bolsa; y la miseria, otro daño más colateral.

Pero hay en este símil entre doctores y pacientes, entre el cigarrillo y el planeta, un consuelo pendejo, si se quiere, aunque consuelo al fin, que si no va a hacernos más felices, al menos reconforta, y es que cuando los pulmones del planeta finalmente colapsen y el mundo se haga mierda y la mierda habite entre nosotros,  nadie, absolutamente nadie, va a quedar para contarlo, ni siquiera el imbécil del «doctor» que para no renunciar a su «progreso» renunció a la vida, a la suya y a la nuestra.

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