Clichés a todas horas

– “¡Vamos, cómete la sopa y piensa en los pobres de África donde la gente se muere de hambre!” Lo escuché decir a una auxiliar en el comedor de la residencia de mayores tratando de convencer a un colega de lo afortunados que somos por poder comer. Muchísimos años antes, con las mismas palabras y el mismo fin, también se lo había escuchado decir a mi madre. Hoy sé que si no fuera por los pobres de África no comeríamos sopa. Ellos son nuestro más antiguo estímulo para comer.

El otro aspecto del recurrente ejemplo que tampoco me convence de este cliché es lo impersonal que se vuelve el lenguaje cuando interesa no entrar en detalles, porque la gente no se muere de hambre. Se la mata de hambre. De hambre no se muere. De hambre se mata porque el hambre no es una enfermedad, no es un virus, no es una infección, sino el resultado de un modelo de sociedadinhumano en su diseño y criminal en su aplicación.Según Naciones Unidas todos los días mueren en el mundo alrededor de 25 mil personas, la mayoría menores,por causas relacionadas con la desnutrición. El hambre no es una enfermedad a la espera de una vacuna sino las consecuencias de un orden social tan injusto como letal.

El segundo cliché del día se lo escuché decir a la presentadora de un informativo de la EITB al hablar de “países en vías de desarrollo”, esos pobres países que tienen la mala suerte de sufrir hambrunas y calamidades porque todavía no han llegado a la estación del desarrollo. Siguen en las vías, algunos admirando el progreso de los países de quienes fueran colonias; otros varados en las vías desde que recuperaron su independencia de manos de potencias europeas a las que, además, tuvieron que indemnizar durante siglos por haberles hecho el favor de invadirlos y saquearlos.

Decía Eduardo Galeano que el subdesarrollo no es una etapa del desarrollo sino su consecuencia y que cuando responde a un orden injusto el desarrollo solo desarrolla la desigualdad.

(Preso politikoak aske)

¿En qué cárcel?

Se cumplen 178 días desde que fuera secuestrado en Polonia el periodista Pablo González. Parecido tiempo al que llevan secuestrados medios como Sputnik o RTV en defensa, eso sí, de la libertad de expresión. A pesar de ser la europea, como afirman los medios, la ciudadanía más y mejor informada del mundo es en el fondo tan idiota que, en defensa de sus derechos, sus gobiernos se los recortan o suprimen para que no se hagan daño con ellos y hasta que dejen de ser idiotas. De que la idiotez se haga carne y habite entre nosotros, además de la iglesia, se ocupan los medios.

No va a ser fácil pasar de curso. A eso se debe que se discuta el hasta cuándo pero no el porqué de los secretos oficiales. A pesar de los valores y principios que nos adornan, si conociéramos los secretos que esconde nuestro progreso, dicen que, además de idiotas viviríamos deprimidos. Y secretos hay en todas las familias, recovecos de humo y tinta entre los que se pierden historias que nadie cuenta porque a algunos les importa que el silencio calle. La justicia no oculta secretos, encubre crímenes cuando en lugar de secretos oficiales hay preguntas sin respuestas. Y se encubre el crimen y a quienes perpetraron el delito hasta que el tiempo arrope su impunidad y la memoria que sobreviva no haga ruido.

Cualquier día callarán para siempre a Julian Assange, fundador de WikiLeaks y preso, por difundir la verdad, por negarse a ser cómplice de crímenes de guerra y hacerlos públicos. Por ello lo quiere el gobierno estadounidense. Cuando Obama entregó en el 2014 la “Medalla de la Libertad” al prestigioso periodista Benjamín Bradle, lo hizo por “su pasión por la verdad y su incansable búsqueda de la verdad”. La misma pasión y búsqueda por la verdad que tiene a Assange preso desde hace más de diez años por creer que la verdad no puede ser proscrita.

Benjamín Bradle decía que el fundamento del periodismo es contar la verdad. Sí, es verdad, pero… ¿en qué cárcel?

(Preso politikoak aske)

«…una piedrita y la punta de un zapato».

“… una piedrita y la punta de un zapato.”

La rayuela es un popular juego infantil que consiste en ir saltando sobre una pierna entre diez cuadrados pintados a tiza y en la acera, al tiempo que se empuja una piedrita con el pie, de cuadrado en cuadrado, sin que se salga de la casilla debida.

De origen monacal, el primer cuadrado representaba la tierra y el último el cielo. Entre una y otro, saltos y más saltos maldiciendo y pateando con ternura la piedrita.

Son vestigios de urbana vida inteligente al aire libre que aún pueden verse en las calles jugando al mismo juego o… a “algo parecido” que diría mi compañero de mesa Nicolás.

Yo no tuve la suerte de jugar de niño a la rayuela, juego de niñas que miraba con necio desdén, pero si tuve años después la fortuna de leer “Rayuela”, de Julio Cortázar, y contaba el autor que, luego de tantos fallidos intentos, cuando finalmente coronas el cielo con la piedrita… ahí mismo termina la infancia. El mundo se hace gris o ya lo era, nos improvisamos como adultos como nos imaginamos como niños… y llega el desconcierto.

Cortazar lo advertía: “porque se ha salido de la infancia se nos olvida que para llegar al Cielo se necesitan, como ingredientes, un piedrita y la punta de un zapato.»

Pensé entonces que la piedrita bien podría entenderse como el pecado terrenal que carga el penitente camino del cielo, o quizás los afanes diarios, esas ambiciones que empujamos en busca del éxito. El zapato, aparentemente, se limitaba a indicar la dirección y a medir las distancias hacia el cielo o el triunfo, pero… y lo pienso ahora que releo Rayuela, ¿y si la piedrita solo fuera una piedra? ¿Y si la piedra solo fuera una pedrada? ¿Y si la punta del zapato no fuera más que una simbólica manera de aventar patadas, por supuesto sostenibles y sustentadas, en las mullidas nalgas de todos los canallas que han hecho de la tierra un infierno y del cielo un negocio.

¿Y si jugáramos la rayuela al revés?

(Preso politikoak aske)

Requisitos para ser jefe

Requisitos para ser jefe

Me llegó al alma en estos días el grito de auxilio de una mujer desesperada que preguntaba en las redes: “Lo acepto sí, acepto que tenga que haber un jefe, pero ¿por qué siempre tiene que ser el más idiota?”

Yo también me hago la misma pregunta cada vez que me encuentro en los medios con alcaldes, empezando agosto, organizando los belenes navideños. Y más penoso aún que el récord mundial de lucecitas de colores encendidas del que se jacta el incumbente es observar el entusiasmo que le pone, la cobertura que le dan los medios y las adhesiones que cosecha en las urnas la idiotez y el sustantivo.

Otras ilustres autoridades han sido campeonas mundiales en el lanzamiento de huesos de aceitunas o promocionando antxoas, cervezas y terrazas. Páginas de gloria en las que no faltan presidentes y ministros exaltados como bodegueros de honor de academias del vino, chirimoyos del año, y castañas y moscones y membrillos de oro de ciudades de todo el reino, además de sus borboneras majestades y tantas honorables señorías que lo mismo faltan, que bostezan, que roncan, que juegan al “Candy Crush” en el Congreso… pero comprendo la turbación de la desesperada mujer porque, años atrás, bastaba que la clase política fuera, simplemente, canalla. No se le exigían otras virtudes. Una vez los aspirantes acreditaban su vileza, su carencia de escrúpulos, eran nombrados al frente de instituciones, tribunales, medios de comunicación… Ya estaban listos para sentar sus reales desagües en estrados, escaños y chiringuitos, y los partidos del sistema competían entre sí por ver quién era capaz de acumular más canallas en sus surtidas nóminas.

Claro que, con el tiempo, acabaron siendo tantos los canallas aspirantes a cargos y sus méritos contraídos, que hubo que agregar otros requisitos que ayudaran a ajustar el perfil de político o funcionario requerido para el futuro. De ahí que, desde entonces, además de canallas también tengan que ser idiotas.

(Preso politikoak aske)

Además de que mata

Queda constatada una verdad tan obvia como extraviada. Pudo haber sido portada a principios de mayo cuando el Gobierno Vasco ya tenía en sus manos el informe que había pedido a su propio Departamento de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales en relación a la incidencia del virus en las residencias vascas de mayores, pero ha sido ahora cuando se acaba conociendo y confirmando una verdad de perogrullo que, sin embargo, el gobierno sigue negándose a aceptar. El informe concluye que el binomio “muerte-personal” es inversamente proporcional. A más personal, menos muertes; a menos personal, más muertes. No creo estar descubriendo nada si agrego que este binomio funciona en todos los ámbitos de la vida y es de primer grado de lógica deductiva suponer que a mayor atención y cuidados en las residencias, menos caídas, golpes, fracturas, urgencias, extravíos y esquelas.

El problema es que la atención y el cuidado no se dan en el aire. No es virtual la interacción del personal con los usuarios ni el teletrabajo permite cambiar sábanas o pañales. La anciana en silla de ruedas varada en un pasillo solo espera una mano. La atención y el cuidado lo ponen las auxiliares y demás trabajadoras de las residencias gestionadas por empresas dedicadas a este negocio y que no solo no aumentan el personal sino que, incluso, lo reducen a un punto insoportable para las trabajadoras y para los usuarios. Y ahí sigue el gobierno vasco sordo ante el reclamo de las trabajadoras de las residencias, asociaciones de familiares y usuarios.

La falta de personal en las residencias mata, es verdad, pero déjenme agregar como usuario que soy de la residencia San Jose Egoitza de Azkoitia, que también causa errores y accidentes; genera tensiones entre trabajadoras y usuarios; produce ruido, discusiones, broncas; provoca urgencias, soledades, abandonos, tardanzas; ocasiona conflictos, lágrimas, olvidos, y jode y agota y revienta, además de que mata.

(Preso politikoak aske)