«…una piedrita y la punta de un zapato».

“… una piedrita y la punta de un zapato.”

La rayuela es un popular juego infantil que consiste en ir saltando sobre una pierna entre diez cuadrados pintados a tiza y en la acera, al tiempo que se empuja una piedrita con el pie, de cuadrado en cuadrado, sin que se salga de la casilla debida.

De origen monacal, el primer cuadrado representaba la tierra y el último el cielo. Entre una y otro, saltos y más saltos maldiciendo y pateando con ternura la piedrita.

Son vestigios de urbana vida inteligente al aire libre que aún pueden verse en las calles jugando al mismo juego o… a “algo parecido” que diría mi compañero de mesa Nicolás.

Yo no tuve la suerte de jugar de niño a la rayuela, juego de niñas que miraba con necio desdén, pero si tuve años después la fortuna de leer “Rayuela”, de Julio Cortázar, y contaba el autor que, luego de tantos fallidos intentos, cuando finalmente coronas el cielo con la piedrita… ahí mismo termina la infancia. El mundo se hace gris o ya lo era, nos improvisamos como adultos como nos imaginamos como niños… y llega el desconcierto.

Cortazar lo advertía: “porque se ha salido de la infancia se nos olvida que para llegar al Cielo se necesitan, como ingredientes, un piedrita y la punta de un zapato.»

Pensé entonces que la piedrita bien podría entenderse como el pecado terrenal que carga el penitente camino del cielo, o quizás los afanes diarios, esas ambiciones que empujamos en busca del éxito. El zapato, aparentemente, se limitaba a indicar la dirección y a medir las distancias hacia el cielo o el triunfo, pero… y lo pienso ahora que releo Rayuela, ¿y si la piedrita solo fuera una piedra? ¿Y si la piedra solo fuera una pedrada? ¿Y si la punta del zapato no fuera más que una simbólica manera de aventar patadas, por supuesto sostenibles y sustentadas, en las mullidas nalgas de todos los canallas que han hecho de la tierra un infierno y del cielo un negocio.

¿Y si jugáramos la rayuela al revés?

(Preso politikoak aske)