Derecho a decidir

Mariano Rajoy lo ha repetido innumerables veces: “La mayoría del pueblo catalán se siente español”. Y la misma certeza la llevamos oyendo desde hace muchos años en boca de cualquiera de los representantes con que cuenta el Estado español, tanto si va de gaviota como de capullo. Tampoco es la única sentencia con que los prestidigitadores de la Ley y la Constitución nos apabullan. Recientemente, el ex presidente Zapatero, a la vez que subrayaba la españolidad de los catalanes, también se permitía rechazar como un sinsentido la posibilidad de un referéndum sobre el modelo de Estado, “porque quienes apuestan por la República son minoría”.

Y todos reiteran hasta la náusea sus infalibles verdades de fe, las mismas que, sin haber pasado por las urnas, ellos mismos se ocupan de contar para acabar erigiéndose, al mismo tiempo, en portavoces del resultado de una consulta que, por supuesto, niegan a los demás.

En la defensa del derecho a decidir hay un aspecto que, por evidente, con frecuencia se obvia, y es que el derecho a decidir, así lo ejerza un ciudadano o un pueblo, no es una prerrogativa novedosa que, de improviso, irrumpa en nuestras vidas, ni un exótico atributo llegado de otra galaxia y a la espera de que se consuma. El derecho a decidir tampoco es una insólita propuesta de la que no existan precedentes o una singular ocurrencia que compense la natural indecisión en la que vive el mundo.

Cuando hablamos del derecho a decidir, a veces, pasamos por alto un aspecto capital. Y es que algunos ya ejercen ese derecho, lo han venido ejerciendo toda la vida, y deciden por ellos y por nosotros.

 

 

 

 

La capa de la invisibilidad

Ese es el nombre con el que científicos de la Universidad de Rochester de Nueva York han hecho público su extraordinario descubrimiento: ocultar grandes objetos a la vista. Según he leído, la “capa de la invisibilidad” consiste en una serie de lentes que en función de sus características y la posición en que se dispongan hacen desaparecer un objeto manteniendo inalterable su entorno.

Pero llegan tarde, muy tarde, porque hace siglos que los grandes medios de comunicación  descubrieron la forma de hacer desaparecer objetos, hechos, personas… sin que se alterase en absoluto la percepción de sus lectores. Tampoco su fe en los medios. Es más, cada día, esos medios descubren nuevos procedimientos para perfeccionar la capa de invisibilidad que utilizan en sus consejos de administración y que después se aplican en redacciones y estudios de televisión.

En estos días, por ejemplo, han conseguido desaparecer el secuestro y asesinato de decenas de estudiantes mexicanos, por reclamar recursos para la educación a manos del narco-estado que gobierna ese país; y han desaparecido, igualmente, el asesinato de un diputado nacional bolivariano y su esposa en Venezuela al igual que la responsabilidad del doble crimen.

La capa de invisibilidad de los medios, con tantos reportajes, paneles e informaciones que se siguen realizando sobre el ébola, también ha logrado hacer desaparecer a los centenares de médicos cubanos desplegados en los países africanos más castigados por ese virus, que no es sólo el mayor contingente de médicos desplegado en la zona, también el único.

 

 

La memoria no prescribe

 

Comenzaron diciendo que las candidaturas de Bildu no tenían brillo. Y era verdad. Carecían de esas maquilladas sonrisas que desde los carteles de campaña invitaran al voto prometiendo venturosos futuros. Peor todavía, daban la impresión de ser gente sencilla, honesta o, lo que es lo mismo, gente… sin brillo.

Después, cuando hablaron las urnas, salieron diciendo que Bildu tampoco tenía experiencia. Y era verdad. Es más, ni siquiera sus cientos de miles de electores teníamos experiencia luego de años sin poder ejercer nuestro derecho al voto. Ni recordábamos qué era una urna.

Tres años llevan los representantes de Bildu dando muestras en los municipios que gobiernan de su extrema bisoñez en las lucrativas artes de endosarse jugosos salarios y comisiones, o en las rentables destrezas de embolsarse pingües beneficios gestionando negocios municipales.

Y no lo dice Bildu. Lo confirmaba José Luis Bilbao, diputado general de Bizkaia por el Partido Nacionalista Vasco, en su despedida tras doce años en el cargo: “Desgraciadamente habría muchas miserias que contar; los que decían una cosa en privado y la contraria en público; los que mentían sabiendo que mentían; los que hacían pagos con fajos de billetes sin demostrar su origen; los que tenían grandes sumas de dinero en paraísos fiscales y cuyos nombres no salen a la luz”.

Y dirigía las memorias que asegura no piensa escribir, a algunos compañeros de ruta “presentes” en el pleno de la Casa de Juntas de Gernika y a otros compañeros “ausentes”.

Mejor fuera que se presentara en un juzgado, si es que no lo reclama antes por complicidad y encubrimiento la Justicia, a declarar las miserias que asegura conocer de tantos delincuentes, eso sí, con brillo y experiencia. Por fortuna, a su pesar, la memoria no prescribe.

ISERN.SA y la lectura

 

Encomiable la campaña que ISERN.SA lleva a cabo en favor de la lectura en los hospitales de Euskadi, no obstante atentar contra sus propios intereses dado que esa empresa instala televisiones en las habitaciones de los hospitales.

Cierto que para periodos prolongados de hospitalización ver televisión en oportunas dosis hasta podría ser reconfortante si no fuera por la programación pero, aún en esos casos, ISERN.SA por comisión y Osakidetza por omisión, insisten en promover la lectura.

Al margen del precio del servicio y de unos diminutos aparatos colocados hace más de diez años a la altura del techo para enfermos que, por razones de edad, no andan muy bien de la vista, el que tengan los pacientes, además, que ponerse de acuerdo (no siempre se logra) en el canal y el volumen que se sintonice, ya que son compartidos, ha vuelto a poner de moda la lectura, así sea la de los crucigramas.

Si en Zumárraga ISERN recorta la pantalla, en el hospital Donosti de la capital la empresa recorta las devoluciones quedándose con los euros que les sobran a los pacientes dados de alta. Hay varias máquinas para comprar tarjetas pero ninguna para hacer reintegros. Eso sí, si el enfermo tiene la fortuna de volver a ingresar  antes de dos años puede seguir haciendo uso de la tarjeta porque esa es la vigencia que tienen.

Estudios realizados en ambos hospitales han demostrado como el menor uso de la televisión ha reducido entre los pacientes las cefaleas, las diarreas mucupurulentas y otras infecciones propias de la exposición a la televisión. Todo un éxito la campaña.