«No podemos volver a las cavernas»

Cada vez que la ambición y el lucro especula algún nuevo y fantástico proyecto construyendo modernos aeropuertos sin aviones, veloces trenes sin pasajeros o nuevas urbanizaciones sin vecinos; cada vez que detrás de unas jugosas comisiones se aprueban inocuas prospecciones en el mar o se otorgan licencias para el seguro almacenamiento de residuos nucleares, siempre hay un coro de sesudos articulistas y contertulios que, por si acaso no se entiende el costo que el progreso y el desarrollo implican, insiste: “No podemos volver a las cavernas”.

Por supuesto que no. Es mucho más reconfortante vivir debajo de un puente, dormir en el cajero de un banco, en el banco de un parque o en los portales de las cuevas. ¿Para qué una piel de oso con la que arroparse en las noches de invierno cuando disponemos en la calle de toda clase de cartones con los que protegernos de las inclemencias del tiempo? ¿Para qué salir de caza por el bosque o la selva, lejos de la cueva, cuando podemos en la misma calle rebuscar alimentos en los contenedores de los supermercados? Tampoco bajar al río parece mejor opción que asearse en cualquier fuente y una hoguera se enciende en cualquier sitio. No podemos volver a las cuevas. Nos pasaríamos el día pintando bisontes en las paredes, en lugar de estar en las esquinas pintando retratos a los turistas o tirar de manta en las calles para aumentar nuestra cifra de negocio.

Millones de personas en todo el mundo han salido de las cuevas para no volver y disfrutan la vida entre los escombros de Alepo y las ruinas de Aden, en las minas de Katanga, en las cárceles de Jartum, en los cementerios de Ciudad Juarez, en los basureros de Cap Haïtien, en el fondo del Mediterráneo, en la Cañada Real de Madrid.

No, a las cavernas no vamos a volver porque hasta las cavernas son un destino y nosotros no vamos a ninguna parte.

(Euskal presoak-euskal herrira/Llibertat presos politics/Altsasukoak aske)

«Efecto llamada»

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Todo lo que hacemos es susceptible de provocar eso que se conoce como “efecto llamada”. Los anuncios que vemos en los medios o en la calle, las luces de neón, los semáforos, la astronomía… Desde levantarnos o acostarnos, pasando por acudir a una cita, asistir a un acto o cambiar de imagen, así sea el estómago el que nos llame a comer o la sirena la que llame al trabajo, siempre estamos respondiendo a “efectos de llamada”. Pocos son tan persistentes como las campanas que repican a misa o los minaretes que convocan a la oración, y menos aún los que son tan infalibles como los bostezos o los estornudos. Todo responde a un “efecto llamada”.

Curiosamente, salvo alguna que otra excepción, solo oímos hablar en los medios de comunicación del “efecto llamada” cuando se habla de migración. Con los prejuicios a flor de piel hay quienes se inquietan por cuántos receptores atiendan la llamada pero no les preocupa porqué. Tampoco quién es el que llama.

Cada vez que depositamos en costas africanas nuestros tóxicos residuos o enviamos nuestras flotas pesqueras a esquilmar sus mares, además de la miseria que provocamos, estamos invitando a quienes queden a venir a Europa; cada vez que arruinamos sus campos, saqueamos sus minerales o hurtamos sus recursos, estamos invitando a quienes hemos despojado de sus bienes a venir a nuestras ciudades; cada vez que les tumbamos y les nombramos gobiernos, les trazamos fronteras, les imponemos mercados, estamos invitando a quienes sobrevivan a venir a nuestra casa.

Es nuestra llamada y son nuestros invitados. Puestos a venir, sólo les pido la cordura que aquí ya no tenemos, la memoria que hemos perdido, la razón que seguimos negando. Solo les pido que nos ayuden a desarmar la hipocresía, a dejar sin efecto la avaricia, a renunciar al fraude, a restaurar la moral, a que nos enseñen a compartir y aprendamos a ser naturaleza… y, sobre todo, si es que fuera posible, les ruego que no vengan a matar elefantes.

(Euskal presoak-euskal herrira/Llibertat presos politic/Altsasukoak aske)

Siempre nos quedarán los geranios

Hoy me he hecho amigo de una mosca. La conocí ayer por la noche en el baño de casa. Ahí fue que la maté. Yo estaba lavándome la cara y ella insistía en zumbarme los oídos a vueltas por mi cabeza. Casi sin pretenderlo solté un manotazo al aire y la mosca cayó en el lavabo. La infeliz había quedado de espaldas, con las alas pegadas a la loza y sacudía sin éxito sus tres pares de patas tratando de incorporarse. Antes de que lo consiguiera yo abrí el grifo. A punto de desaparecer por el desagüe quedó atrapada entre el abismo y la válvula de cierre del lavabo, esas que desde que jubilaron a los tapones de goma se ocupan de rescatar a los moscas del desagüe. Tenía tres patas dentro y tres fuera. Yo abrí y cerré el grifo repetidamente, a cortos intervalos, y cuando vi que la resistencia de la mosca se limitaba a una pata, volví a abrir la compuerta. No me quedé a ver el resultado. Apagué la luz y salí del baño. Después me acosté.

Pero eso era ayer, cuando maté a la mosca. Hoy, al entrar en el baño por la mañana me he encontrado con ella. Y sé que era la misma mosca porque ni se movió cuando la tomé en mis manos. Se había pasado la noche empapada, peleando con la válvula hasta lograr escapar de su destino. Sobre sus seis maltrechas patas se había ido arrastrando hasta el borde del lavabo donde se detuvo, tal vez para descansar y donde la acabo de encontrar. Toda la noche en esa lucha, en ese afán. Me conmovió su constancia, su fuerza, su espíritu de mosca. La trasladé al balcón, la encomendé a sus alas y la deposité sobre unos geranios. Confiaba en que el sol la ayudara a recuperarse en cuanto dejara de llover.

Estoy escribiendo la breve historia de mi amistad con la mosca. Y sí, me he preguntado si no estuvo de más el manotazo, si tal vez fue excesivo, si no hubiera sido mejor un aspaviento, una voz, un grito, pero mis respuestas de hoy no las puedo repetir ayer. Las consecuencias están sobre un tiesto de geranios esperando volver a volar.

Lamento el manotazo, sí, lo siento, como lamento que teniendo el sofá para posarse, la mesa, las tres sillas, la nevera… tuviera que seguirme al baño. Y en el baño no podía equivocarse. Era la ducha, el inodoro o el lavabo. Eligió mi cabeza. Concretamente, la deforestada parte superior donde los paseos capilares de las moscas nunca pasan desapercibidos. Y no estoy tratando de justificarme porque insisto en que lo siento pero, también podía haber elegido otra ventana, otra casa, otros geranios. Mañana pienso ir a verla al tiesto con la esperanza de no encontrarla.

Lo que ahora me inquieta es cómo concluir esta prosaica elegía in memoriam de mi amiga la mosca, compromiso moral que asumo, sin que me desconcierte la impertinencia de una mosca yendo y viniendo por la pantalla del ordenador. Ya le he dado dos avisos y va y viene, sube y baja, parece que se va y vuelve, arriba y abajo… ¡Y ya no aviso más, me tiene harto, se va p´al carajo!

Tomo con discreción el periódico enrollado que uso para estos casos y que siempre tengo a mano sobre la mesa, levanto sigiloso el brazo y… sí, justo cuando me dispongo a asestar el golpe, la duda, esa simple interrogante que le abre la puerta a la razón y quedo con el brazo en alto y la amenaza del golpe suspendida. No sé qué hacer. ¿La estampo contra la pantalla? Luego tendría que limpiarla. ¿Espero que se vaya? ¿Qué hago? ¿Le leo sus derechos? ¿La mato o no la mato? Y de improviso, a punto de dar respuesta al primer enigma, de nuevo la duda, la más loca, la más cruel. ¿Y si esta mosca fuera mi amiga? Sí, mi amiga la mosca que, recuperadas las fuerzas y antes de partir ha venido a despedirse. Quizás a ello se deba el que la siga teniendo delante, su empeño por pararse en medio de la pantalla. Y sin embargo, cuanto más la observo más me parece otra, otra mosca. Creo que no es la misma. Ahora se desplaza unos centímetros, en zigzag , se detiene, sigue, se da la vuelta como si me invitara a acompañarla. Tengo la impresión de que esta mosca es más grande que mi amiga y hay una forma de comprobarlo. Solo tengo que ir al balcón y ver si mi amiga sigue sobre los geranios. Es una buena idea pero temo que al levantarme de la silla, tal vez, la mosca podría asustarse y salir por alas, aunque si así fuera confirmaría que esta mosca no es mi amiga porque mi amiga sé que no se movería… ¿o sí?

En cualquier caso no son las únicas moscas en la casa. El último censo registró siete y cualquiera de ellas podría ser la que ahora mismo está plantada en la pantalla. No voy a repetirle lo amplio que es el sofá o lo acogedora que puede ser la cama… y estoy levantando la voz para que me oiga y se avenga a… ¡gritos!

Pero me rindo. No voy a correr el riesgo de matar dos veces a mi amiga. Bajo el brazo enrollado hasta dejar la amenaza en la mesa sin que se mueva la mosca, apago el ordenador, me incorporo y, en ese preciso momento, sale volando y gira una y otra vez alrededor de mi cabeza para acabar zumbándome al oído su repelente aleteo. No hay cosa que más me moleste de una mosca. Se despejó la duda. También el brazo con afortunada precisión. La mosca cayó en la mesa, entre los cables del ordenador y los altavoces. No se movía. Tal vez se había quedado dormida. No quise despertarla, apagué la luz y me fui a acostar.

Pero eso era ayer, cuando maté a la mosca. Hoy, al sentarme frente al ordenador, me he encontrado con la mosca. Y sé que era la misma porque estaba entre los cables y pasaba de uno a otro como si jugara conmigo al escondite. Había dormido toda la noche, se había recuperado del impacto que supongo amortiguaron los cables y amanecía con ganas de vivir. Me conmovió su energía, su ánimo, su espíritu de mosca. La trasladé al balcón, la encomendé a sus alas y la deposité sobre unos geranios.

(Euskal presoak-euskal herrira/Llibertat presos politics/Altsasukoak aske)

El discreto encanto de la indiscreción

 

Era mediodía y en la cocina de la casa de Arlette Fernández yo trataba de salir airoso de la encomienda de una tortilla de patatas a pesar de la sartén. En la sala y alrededor de la mesa Arlette compartía café y conversación con dos elegantes señoras de regio abolengo. Muy cerca de la mesa, sentada en el suelo, Irene simulaba entretenerse con un rompecabezas mientras seguía, sin perderse detalle, lo que a tres metros se hablaba.

Como la puerta de la cocina estaba abierta y la abuela de Irene y las damas que la visitaban no estaban, precisamente, intercambiando secretas confidencias, yo las oía a pesar de la sartén.

Hacía tiempo que Arlette no se encontraba con las dos señoras y eso hacía que pasaran de un tema a otro con pasmosa facilidad. Media hora más tarde y a punto de agotarse el inventario, una de las dos señoras comenzó a hablar del cigarrillo, de “ese vicio tan malo de fumar”. Arlette reconoció haberlo dejado recientemente pero la dama que introdujera el tema quería saber más y se interesó entonces por los padres de la niña que armaba el rompecabezas en el suelo -¿Ellos fuman?

Antes de que Arlette asintiera, Irene concluyó el rompecabezas:

-¡Marihuana!

Pasado el estupor general, Arlette reaccionó: “¿Y qué se sabe de Sabrina? ¿Tuvo gemelos?

En la cocina, la sartén me ganaba la partida. Ya no habría tortilla. Mejor huevos revueltos con patatas.

Altsasukoak aske

Cuando septiembre traiga la fiesta al pueblo, los jóvenes de Altsasu llevarán dos años preventivamente presos por riesgo de fuga de quienes se entregaron, según dicta sentencia una magistrada civil, esposa de otro coronel civil, y a querella horneada y conducida por la benemérita civil.

Llegará la navidad y, con ella, el Olentzero, las cenas de familia… y los jóvenes de Altsasu llevarán dos años y tres meses preventivamente presos por constituirse en violenta turba y linchar un tobillo. La camisa del tobillo resultó ilesa. No así la camiseta de Adur Ramírez, identificada como roja siendo negra, en una causa verde que debió verse en el Juzgado de Iruña y que fue requisada por la Audiencia Nacional.

Entrará la primavera y en el frontón Burunda, Joseba Ezkurdia hará el primer saque… y los jóvenes de Altsasu llevarán dos años y siete meses preventivamente presos porque el segundo informe de la Guardia Civil contradijo su primer informe y lo que pudo ser odio, en manos de la Audiencia se transformó en terrorismo para, en otra honorable pirueta del tribunal, cerrar la farsa como atentado contra la autoridad. Cientos de casos semejantes en el Estado y solo en el de Altsasu se condena con cárcel el código postal. Se les acusa de vascos

Se abrirán las aulas de nuevo a la juventud que estudia, y los jóvenes de Altsasu llevarán tres años preventivamente presos porque en el mercado de la venganza y en el negocio de la provocación las condenas se cotizan al alza.

A estas alturas del esperpento da igual quién empezó la reyerta de madrugada a las puertas de un bar en un pueblo en fiestas o cuál fuera el motivo. Lo que indigna, dos años más tarde, es que las víctimas estén en la cárcel, que la justicia hieda y que el Estado lo celebre.

Las multitudes que expresaran su indignación por la libertad de una manada de violadores gritaban: “Esta justicia es una mierda”. Los jueces y el Estado también.

(Altsasukoak aske/Euskal presoak-euskal herrira/Llibertat presos politics)