Eskerrik asko AEK

Ninguna lengua es fácil de aprender, tampoco el euskara. Especialmente, cuando siempre aparece algún pretexto, y ninguno más socorrido que el tiempo, que postergue su aprendizaje para un mejor momento que no va a llegar nunca. Al fin y al cabo, ningún euskaldun va a dejarte con la palabra en la boca, así sea francesa o castellana, aunque deba renunciar a hablar su propia lengua para responder a tu inquietud. Hasta el lehendakari puede darse el insólito lujo de no hablar euskara, hecho tan inaudito como suponer un presidente de un gobierno español que no hable castellano.

Otra de las excusas más comunes es que el euskara no sirve para nada, “ni siquiera para dar la hora en Alcobendas”, como afirmara no hace mucho Jon Juaristi, vocal de la Academia Vasca de la Lengua por gracia del okupa que preside el gobierno vasco.

Ignoro qué problemas tenga Jon Juaristi con el euskara, el tiempo y Alcobendas, pero que haya llegado a la conclusión citada o nos sitúa frente a un engreído o nos retrata a un necio, porque en el supuesto de que  paseando Juaristi por esa villa madrileña, un alcobendense le pidiera la hora en castellano, sólo a un engreído se le podía ocurrir dársela en vasco. Y si el azar, siempre veleidoso, hizo que quien le pidiera la hora fuera un vasco y, además, la exigiera en euskara, no se explica que un académico de la lengua vasca lo dejara sin respuesta, a no ser que el académico fuera un necio o, lo más probable, que ambas posibilidades se dieran la mano y la hora.

Tampoco es el único cretino que desbarra ni el único pretexto para condenar el euskara al ostracismo. “Con el euskara no vas a ninguna parte” he oído decir a más de uno. Y no es verdad. Los españoles, que yo sepa, no hablaban quechua, aimara, maya o guaraní y ello no fue obstáculo para que fueran a América. Tampoco hablaban tagalo ni cebuano y ello no impidió que se metieran en Filipinas, ni el desconocimiento del árabe los desanimó para desembarcar en el norte de África, como no evitó que ignorasen el euskara para ocupar Euskalherria. Los ingleses desconocían el hindú, el chino, el papuano, y no por ello dejaron de escrutar todos los rincones del mundo.

Claro que, los vascos nunca hemos demostrado especial interés en transformar nuestro país en un sacro imperio en el que nunca se pusiera el sol o en hacer de nuestra identidad una unidad de destino en lo universal. En nuestra aldeana e incorregible vocación, seguimos conformándonos con hablar euskara en nuestras casas, en nuestros pueblos, entre nosotros, con nuestros vecinos, con nuestros hijos e hijas, en vivir en euskara, y el único destino que se nos conoce, al único lugar al que pretendemos ir con el euskara, es al futuro, a ese infalible futuro que ha de sabernos libres y euskaldunes.

Por ello y porque el 3 de diciembre se celebra, precisamente, el Día del Euskara, es que quiero aprovechar la ocasión para agradecer los esfuerzos que se vienen haciendo desde AEK  en favor del euskara. Y muy especialmente, a su sede de Azkoitia, a Oihana eta Maite, nere andereñoak, por la dedicación y la paciencia que tienen conmigo, por más que sepan que nunca voy a pasar por la Lehendakaritza,  ni a negarle la hora a un alcobendense sea en erdera o en euskara.

 

Ni culpa ni vergüenza

Nada nubla tanto la razón ni desata la ira con mayor violencia que la impunidad.

Y, especialmente, cuando a salvo de tribunales y sentencias, quienes  sostuvieron la que todavía aplauden y bendicen como plácida existencia en que resumen cuarenta mal contados años de terror, de ejecuciones, de cárcel y de exilio, de ignominia, de saqueo y miseria, en lugar de acogerse, discretamente, al beneficio del silencio, de recurrir a la indulgencia de un prudente retiro y desaparecer, sin hacer ruido, donde nadie los advierta, ufanos exhiben sus viles desvergüenzas como si no hubiera memoria de sus actos y nombres.

Burla cruel, otra más, de quienes no conformes con acanallarse sin culpa, con pecar sin penitencia, con delinquir sin castigo y matar sin redención, orondos exhiben en todas las tribunas su impune condición.

Pero porque siempre, donde hubo vida, queda la memoria, tanto más cuando la vida se ha ejercido con respeto y dignidad, esa mendaz y plácida existencia con la que algunos insisten en negar su crimen, nos sigue revelando a cada rato en comunes fosas y perdidas cunetas los restos enterrados de su infamia, de su funesta historia.

Algunos dicen que los muertos fueron un millón, aunque persista el afán de la memoria por seguir desempolvando cráneos, contando huesos e indagando sus extraviados nombres, pero ¿quién es capaz de enumerar los vivos? ¿Quién nos va a compensar las telarañas, las escaleras a oscuras, los agujeros, los otros versos de detrás de los permisos, el centinela debajo del sombrero? ¿A cuántos muertos asciende el número de vivos?

Sugerencias a los medios alternativos

Sabemos que el tahúr hace trampas en el juego como sabemos que el prestidigitador saca un conejo blanco de su mágica chistera valiéndose de trucos, pero no es lo mismo saberlo que descubrirlo.
Constatar cómo se hace la trampa, verla, provoca una impresión mucho más consistente y reflexiva que el mero hecho de saber que hay truco.
Tampoco ignoramos que los grandes medios de comunicación nos mienten. Averiguar cómo lo hacen, qué instrumentos usan para urdir la patraña, de qué herramientas se valen para servirnos el engaño, añadiría a ese conocimiento una percepción mucho más trascendente y honda.
Con independencia de los intereses que determinan qué es noticia y qué no lo es, consideración que necesitaría un especial apartado, los medios emplean infinidad de técnicas para manipular nuestras impresiones, emociones y criterios, y conseguir que secundemos o rechacemos sus propuestas según sea su interés.
Desde la noticia que no es verdad a la verdad que no es noticia, son innumerables los procedimientos que utilizan para que no sólo pensemos lo mismo sino que lo pensemos de la misma forma.
De ahí la importancia de que los medios de comunicación alternativos incluyan todos los días en sus páginas algún espacio dedicado a revelarnos las trampas, los trucos a los que apelan los grandes medios para merecer nuestra credibilidad. Algunos periódicos electrónicos ya lo están haciendo y hasta tienen secciones fijas sobre el particular, pero urge que en este desmontaje de la patraña, se involucren más medios y lo hagan todos los días. Como sería oportuno que cuando un medio sea sorprendido transformado en letrina, al igual que se hace en algunos temas, se anexe la habitual cronología de sus excrementos para que la fetidez alerte hasta al más cándido lector.
Incluso, podrían establecerse premios anuales a la Letrina Multimedia en algunas de sus más características versiones: A la mentira más elaborada, al silencio más sonoro, al mejor error infográfico… Y los consabidos homenajes por su larga y exitosa carrera a algunas meritorias empresas del mercado.
No es la única sección que sugiero. Otro espacio que hace tiempo requiere su cotidiana presencia en los periódicos, sea en lugar del horóscopo o de la cotización de la Bolsa, es el diccionario.
En los muros de una calle alguien escribió una vez: “Cuando teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas”. Ahora también nos han cambiado los conceptos.
Todos los días aparece uno nuevo mientras vamos olvidando aquellos que aprendimos.
Las guerras, por ejemplo, ahora son humanitarias; los soldados, contingentes de paz; a la democracia le han ido agregando tantos apellidos que ni familia son los descendientes: popular, representativa, formal, participativa, parlamentaria, liberal, totalitaria…Tampoco a la verdad le faltan guiños. Las hay sinceras, a medias, crueles, amargas, hasta putas pueden serlo a veces.
La solidaridad se especula, el amor se compra, la justicia se hereda, la paz se impone, el progreso se saquea. Se vive en nombre de la muerte y se mata en nombre de la vida.
Necesitamos recuperar esas palabras, esos viejos conceptos que nos hacen humanos, esas palabras que hemos ido olvidando.
A ello también podrían contribuir los medios alternativos abriendo un espacio al diccionario donde poder reencontrarnos con todas esas definiciones originales de conceptos que nos han prostituido y secuestrado, y así reconfirmar que seguimos siendo y que tenemos derecho a ser. Debería incluirse un especial apartado con las definiciones de los términos económicos que faciliten su digestión en los estómagos más sensibles, y una cabal traducción del galimatías a un lenguaje desprovisto de eufemismos, de palabras-trampa.
Y puestos a sugerir nuevas secciones… ¿Y por qué no un poema? antes o después de los deportes… ¿O un breve relato?… arriba o debajo del precio del barril o del mercado de metales de Londres. Por muy pocos lectores que se animen a compartir los versos, siempre serán más que los interesados en los metales londinenses o en el costo del Brent.
Y me apunto a la campaña abierta por el triunfal retorno a los medios de comunicación de la gráfica más impactante, de la fotografía más precisa, del más infalible objetivo: la caricatura.
Ni siquiera necesita apoyarse en satélites que transmitan al instante una instantánea real vista en todo el mundo… una vez ha sido seleccionada, restaurada, corregida, reformada y editada. Si nada como la viñeta gráfica para, en un par de trazos y palabras, resumir el día mejor que el editorial, nada como la caricatura para plasmar la esencia de un rostro con más rigor y fidelidad que la fotografía.

El canon de Pachelbel

Tres siglos después de que el barroco músico alemán llevara al pentagrama la más bella memoria que sobre la paz se haya compuesto, el canon de Pachelbel, en su divina virtud,  sigue siendo un baluarte inexpugnable donde ponerse a salvo de alborotos.

El canon de Pachelbel todo lo calla, reduciendo al silencio el cotidiano oprobio del miserable ruido. Cuando sus cuerdas te rescatan del cerco que el estrépito impone al día que amanece, cesan las voces, los gritos del vecino, los golpes en la puerta, los llantos del bebé que aún no ha dormido, enmudecen los timbres y las lavadoras, amainan sus fragores las persianas al alza y pasan inadvertidos por la calle los urbanos estruendos que aturden los sentidos.

El canon de Pachelbel todo lo calla, remitiendo al olvido en la cocina el humeante zumbido de la cafetera y la insistente bulla de la olla. Basta que sus violines y sus bajos comiencen a sonar para que, de inmediato, la feliz armonía de sus mágicas notas silencien motores y bocinas,  clausuren las mentidas noticias de las nueve, aplacen las llamadas  y dejen sin efecto los avisos, para que ni siquiera los relojes interrumpan la paz.

El canon de Pachelbel todo lo calla… bueno, el canon de Pachelbel y los auriculares que tengo puestos. Supongo que a ello se ha debido el que vinieran los vecinos a tocarme la puerta, dado que yo no respondía al teléfono, y a pedirme que bajara la música, que todavía era muy temprano, que mi bebé seguía llorando, que algo se debía estar quemando en mi cocina… y que el canon de Pachelbel no les dejaba escuchar su ruido.

 

Día Internacional del Retrete

Quién iba a decirme a mi, tan descreído en aniversarios y conmemoraciones, que iba a encontrar, por fin, un feliz día internacional que valiera el agasajo.

De hecho, cada vez estoy más convencido de que esos días que, supuestamente, se han designado en el año en interés de que la memoria recupere algún imperdonable olvido, sólo sirven para todo lo contrario, para que la amnesia colectiva vuelva a enterrar la fecha  festejada debajo de un pesado calendario y, peor todavía, en atención al día señalado, acabemos pensando que guardamos memoria de un grano de arena.

Ni el día del padre, de la madre o el de la secretaria, me han merecido nunca respeto alguno, desnaturalizados hasta la náusea si  viniera empacada y pudiera etiquetarse.

Y la asignación de los últimos días que quedaban en el calendario, como el día del arbusto o del ornitorrinco, tampoco han conseguido interesarme, al margen del respeto que me merecen los animalitos y los vegetales que estén de cumpleaños.

Lo que de verdad me ha emocionado, y en lo que constituye un merecidísimo reconocimiento al más sublime y humano de los espacios, es ese Día Internacional del Retrete que el mundo se dispone a celebrar tal y como usted debe estar imaginando. Hasta es posible que se programen jubilosas manifestaciones al respecto para todos los gustos y posturas, festejos colectivos, desahogos grupales a través de las redes sociales que para algo es que deben servir, porque nada nos globaliza con más rigor y hondura que esos restos mortales que los días nos desprenden.

Ni siquiera la sospecha de que se vendan en el mundo algunos miles de inodoros y escobillas más que en cualquier otro día, mercurial contrapartida de la fecha, puede objetarse a tan sentido homenaje.

Tres veces al día, reconozco, le rindo pleitesía, no por sus haberes, que los tiene, sino por ser y haberlo sido siempre, ese único reducto amurallado, provisto de cerrojo, al que no llegan visitas indebidas; ese sagrado altar en el que entregarse a la lectura sin timbres ni llamadas que interrumpan.

Si no fuéramos hipócritas, tan esclavos de las dignas biografías que mentimos, reconoceríamos que en ningún otro trono hemos sido más propios y felices, sin un notario al lado que registre la cotidiana historia en la que estamos, ni magistrado que te censure el juicio, ni banco que gestione el desembolso; sin una cita previa, sin una firma debajo de un membrete, sin un reproche, sólo nosotros mismos y el retrete.

En él hemos soñado y descubierto los dos o tres pendejos enigmas de la vida, esos que son la esencia de todos los humanos afanes que nos traen y nos llevan de letrina en letrina, y en cuya concurrida soledad hemos urdido las historias que mejor sabemos y contamos.

Por todo ello, yo también me sumo al internacional aniversario y, como olvidé conmemorar el 12 de octubre, este próximo 19 de noviembre aunaré en un cálido y único homenaje los dos cumpleaños y, cumplido el expediente con gusto y con holgura, con copia a la corona, tiraré de la cadena y… hasta nunca.