El discreto encanto de la indiscreción

 

Era mediodía y en la cocina de la casa de Arlette Fernández yo trataba de salir airoso de la encomienda de una tortilla de patatas a pesar de la sartén. En la sala y alrededor de la mesa Arlette compartía café y conversación con dos elegantes señoras de regio abolengo. Muy cerca de la mesa, sentada en el suelo, Irene simulaba entretenerse con un rompecabezas mientras seguía, sin perderse detalle, lo que a tres metros se hablaba.

Como la puerta de la cocina estaba abierta y la abuela de Irene y las damas que la visitaban no estaban, precisamente, intercambiando secretas confidencias, yo las oía a pesar de la sartén.

Hacía tiempo que Arlette no se encontraba con las dos señoras y eso hacía que pasaran de un tema a otro con pasmosa facilidad. Media hora más tarde y a punto de agotarse el inventario, una de las dos señoras comenzó a hablar del cigarrillo, de “ese vicio tan malo de fumar”. Arlette reconoció haberlo dejado recientemente pero la dama que introdujera el tema quería saber más y se interesó entonces por los padres de la niña que armaba el rompecabezas en el suelo -¿Ellos fuman?

Antes de que Arlette asintiera, Irene concluyó el rompecabezas:

-¡Marihuana!

Pasado el estupor general, Arlette reaccionó: “¿Y qué se sabe de Sabrina? ¿Tuvo gemelos?

En la cocina, la sartén me ganaba la partida. Ya no habría tortilla. Mejor huevos revueltos con patatas.