Pacto de caballeros

Hace dos años, en la República Dominicana, el empresario Yasmil Fernández (Ray) asestó siete puñaladas a su esposa, Anibel González, abogada de treinta años y madre de tres menores testigos de un asesinato que, milagrosamente, no llegó a consumarse porque ella sobrevivió a la agresión. Aunque por tentativa de asesinato pudieron ser 30 años, con Ray Fernández la Justicia fue muy considerada y el juicio se saldó con una condena de solo 5 años. Demasiados para una policía que no se mete en esos “pleitos de marido y mujer” y para una Justicia que tuvo a bien considerar el prestigio mercurial del asesino.

Meses atrás, después de poco más de un año de cumplir tan dadivosa condena, el empresario llegó a un acuerdo con la Justicia y quedó libre. Iba a ser bueno, había prometido que no la iba a volver a amenazar con matarla como hiciera desde la cárcel, que iba a portarse bien. ¿Por qué dudar de que no fuera así? Era un pacto entre caballeros. La Justicia dominicana, que no tiene nada que envidiar a la española, casi se excusa por haberlo mantenido preso tantos meses.

La semana pasada Anibel moría asesinada a balazos por el persuasivo empresario. La hija mayor, de 11 años, se encargó de llamar por teléfono a la Policía para contar que su padre había asesinado a su madre y que él también estaba tirado en el suelo, muerto.

(Preso politikoak aske)

Era un hombre normal

Era un hombre normal, dicen quienes fueran sus vecinos. Nunca dio motivos de queja ni hubo con él problema alguno. Solía asistir a las reuniones de vecinos y también frecuentaba la iglesia. Amable, muy gentil, era un vecino normal. Se le veía a veces por el barrio, paseando con su familia, en el cine o en el parque con sus hijos. Muy correcto y educado. Era un padre normal. Sus amigos lo consideraban una excelente persona, tranquila, de buen humor. Amigo de sus amigos, era de esa clase de gente dispuesta a echar una mano a cualquiera. Era un amigo normal. Y como trabajador cumplía con sus obligaciones y hacía bien su labor. Siempre puntual, a su hora, y muy apreciado por sus compañeros. Se llevaba bien con todo el mundo. Era un trabajador normal. De hecho, era un hombre tan normal que en cualquier cordial saludo de mujer suponía un cálido interés en su persona, que en cualquier intrascendente comentario de mujer advertía un insinuado y sensual deseo, y que detrás de cualquier sonrisa amable de mujer solo cabía un buen polvo. Era un hombre tan normal que quienes pasaron por el amargo trance de observar el cadáver de la joven mujer violada, asesinada y arrojada a un contenedor de basura, no podían imaginar la razón de ser de tanta saña, de tanta brutalidad en aquel hombre tan normal.

(Preso politikoak aske)