I love USA

La primera leche que bebí en mi vida, al margen de la que mi madre dispusiera, fue la leche en polvo americana obsequio del Plan Marshall.

Mis primeros juguetes, un Winchester que disparaba flechas y un Colt plateado de cachas nacaradas que, al menos, hacía ruido. Un día era sheriff en Tucson; otro, vaquero en Virginia y hasta corneta en el 7º de caballería.

Comencé a amar el cine viendo volar a Peter Pan y mi primer álbum de cromos fue Bambi. Supermán el primer comic que cayó en mis manos, y Marilyn Monroe el primer sueño erótico del que tengo memoria.

El Llanero Solitario y Bonanza las citas más esperadas en la televisión. Las primeras risas propias se las debo a Chaplin y a Groucho Marx y sus hermanos. El primer muerto honorable que mis nueve años enterraron fue John F. Kennedy. Mi primera reivindicación fueron los «jeans» que les veía a los demás niños en lugar de mis pantalones cortos de «pata de gallo» regalo de una tía a la que nunca perdoné el agravio. La exquisitez más deseada un envase de cartón con pollo y patatas fritas. Mi bebida preferida, una soda negra con burbujas. Mi primer secreto, el cigarrillo en el retrete. Oyendo a Bob Dylan comencé a cantar en el inglés que no sabía.

La vez que me hice adulto y me atreví a mirar la vida, fue esa noche en que razón y derecho pesaron más en mi conciencia que todas las emociones citadas y algunas más que ya ni importan, y aprendí que nada tienen que ver todos los irrenunciables amores que guardo de ese gran país que es Estados Unidos, con esa indigna recua de presidentes y gobiernos infames; con ese imperdonable historial de crímenes y atropellos; con esa desgraciada fantasía de neón en la que no caben los negros, los latinos, las mujeres, los «ninguneados» los que no tienen con qué pagarse un “sueño americano”; con ese Estado delincuente que enarbola la violencia como conducta, la tortura como terapia, el crimen como oficio, la guerra como negocio y para el que siempre hay un Nobel de la Paz.

(Preso politikoak aske)