Me referí al caso en marzo de este año, cuando el juez Eloy Velasco develó una conjura internacional extraída, no podía ser menos, del ordenador de Raúl Reyes, para atentar contra el entonces presidente colombiano Uribe, el ex presidente Pastrana y algunos ex presidentes más. La novelesca trama implicaba a las FARC y ETA, y se estaba a la espera de que nuevos datos aportados por el mismo ordenador, implicaran también a Al Qaeda y Fu-Man-Chú. La patraña, cumplida su misión de enturbiar los sentidos, pasó a mejor vida.
Siete meses después, sin embargo, ha vuelto ese inagotable ordenador y la pericia policial española a demostrar, tras uno de esos hábiles interrogatorios que le acaba de suponer una condena y multa del Tribunal Europeo de Derechos Humanos por amparar la tortura, que los comandos de la ETA se entrenan en Venezuela y que Cubillas, un alto funcionario venezolano de origen vasco, organiza los cursos de adiestramiento y hasta los postgrados.
Por ello es quizás el momento, ahora que la justicia venezolana parece dispuesta, a petición de Cubillas, a investigar a fondo el caso, que se investigue también el doble asesinato de Joaquín Alonso Echeverría, de 31 años, y de su esposa Esperanza Arana López, de 39, ambos de Eibar y residentes en Venezuela desde 1976. Joaquín Alonso presidía un comité de ayuda a presos vascos. La pareja fue ametrallada en el apartamento en el que vivían, en noviembre de 1980, siendo Herrera Campins presidente de Venezuela y Adolfo Suárez presidente español.
Todos los indicios apuntaban al terrorismo de Estado que para ese tiempo decía llamarse “Batallón Vasco-español” y que muy pronto mudaría su apellido por los “Grupos Armados de Liberación” (GAL).
Treinta años después, nadie ha sido detenido ni llevado a la justicia por el asesinato de Echeverría y Arana. Y quizás este sea un buen momento para que la fiscalía venezolana o la propia Audiencia Nacional española revisen el caso que, al fin y al cabo, no estamos hablando de ninguna pésima película de ciencia-ficción, sino de un crimen de Estado, tan real como impune.
Día: 12 de octubre de 2010
Triste destino
Ring Paulino había nacido en Sudán. Cierto que nacer en Africa no sólo es un hecho natural, requiere también alguna dosis de fortuna porque no siempre hay una partera cerca o se dan las condiciones que garanticen el feliz alumbramiento. Sin embargo, el bebé de pugilista nombre, como si anticiparan sus padres el cuadrilátero de golpes que le esperaba, sobrevivió a su nacimiento. También logró dejar atrás su infancia, a pesar de la tradicional escasez de la cuchara, y sobreponerse a toda clase de enfermedades. Ni siquiera los pesticidas o el agua contaminada doblegaron su vida. A Ring tampoco se lo comió un cocodrilo, lo aplastó un elefante o fue conejillo de indias de alguna farmacéutica europea. Inmune a las guerras que asolan su país, un mal día cayó preso pero, cuatro años más tarde, eludiendo alambradas y perros pudo darse a la fuga.
A pie cruzó Sudán, subió y bajo montañas, siempre hacia el Norte, hasta cruzar el Nilo y llegar a El Cairo. Evitó entonces los controles aduaneros, engañó al hambre de nuevo, despistó a la policía, trabajó en lo que pudo y, finalmente, logró embarcarse como polizonte en un carguero rumbo a los Estados Unidos.
Tras una interminable odisea, aguantando el calor, casi sin alimentos, oculto siempre para no ser descubierto, ocho mil millas más tarde Ring Paulino llegó a su destino.
Muy poquito después de su arribo a la tierra prometida, informaba la prensa, Ring Paulino Deng era asesinado en Nashville, Tennessee, tras una discusión por un parqueo, en el edificio de apartamentos en el que comenzaba a morir su nueva vida.