Titulares y crónicas

Aún más pernicioso que leer un periódico es ojearlo, quedarse en el simple enunciado de los titulares. De la mano de ellos vamos saltando páginas, de noticia en noticia, buscando condensar en dos minutos la actualidad del día que ya los titulares sintetizan en sus lacónicas sentencias.
Y el problema, consumido el titular, es la cara de idiota que se te queda cuando, las expectativas creadas se desvanecen y frustran con la lectura de la infame crónica.
Es como ofrecerte un dulce y antes de que tengas oportunidad de agradecerlo ya te lo hayan convertido en un purgante.
Por persistir en la pérfida costumbre de ojear titulares es que me encontré con una grata e insólita noticia que hasta me atrevería a calificar de hermosa. Una hermosa noticia que, además, resulta imprescindible en estos días en que denigrar a los emigrantes te asegura votos y adhesiones; acusarlos de vagos, enfermos y malolientes, te supone aplausos; y tildarlos de delincuentes es la mentira que más rápidamente se propaga.
El titular decía: “Rey de España homenajea a emigrantes”.
Y ya estaba yo imaginando al rey sobreponerse a sus muchos achaques para poder estrechar a un rumano en cualquier calle de su reino; o pasando la noche al raso, entre cartones, en compañía de un emigrante ecuatoriano; o recogiendo tomates en una huerta ajena rodeado de moros y cristianos…
Aunque, finalmente, el rey se había decidido por expresar su reconocimiento a los emigrantes mediante uno de sus clásicos discursos, no les escatimó elogios: “Habéis conquistado el reconocimiento de todos y habéis conseguido esa estima con vuestro trabajo responsable y vuestra capacidad de integración, de lealtad y de afecto. Con frecuencia, además, habéis creado vuestro hogar en esta tierra, contribuyendo activamente a la apertura y modernidad de…” Y ahí llegó mi desolación: “…de la moderna Confederación Suiza”.
El rey estaba en Suiza homenajeando a los emigrantes… españoles.
Es lo que ocurre cuando buscas eludir el castigo de la cabal lectura de uno de esos grandes medios de comunicación y piensas que vas a conseguirlo por pasar de puntillas sobre los titulares.
El presidente Zapatero me confirmo los riesgos con unas entrañables declaraciones, preñadas de esperanza, de solidaridad. Como si esa fuera su intención, sus breves palabras volvían a celebrar la ética, la más proscrita de todas las virtudes, como única norma posible que dilucide las contradicciones sociales. El titular lo anticipaba: “Zapatero llama héroes a manifestantes de la plaza”.
Y ya comenzaba a suponer a Zapatero transformado en eso que algunos llaman “perroflauta” acampando su futuro sostenido y sustentable en medio de los héroes de la plaza, cuando me aventuro en la reseña y leo: Los ciudadanos que están en esa plaza pidiendo democracia son unos héroes y tienen toda la razón. El gobierno de Egipto no puede mirar para otro lado”.
¡Se trataba de Egipto! Para colmo de males el periódico era de un par de meses antes, tiempo que precisa un estadista para acabar de reajustar sus criterios.
Me grita un titular que “Apresan banquero” y saltó de gozo confirmando que la justicia acaso tarde pero siempre llega. ¿Habrá sido Botín? ¿Quizás González, Fernández Ordoñez?
De nuevo la crónica se encargaba de hacerme la peineta: “Un importante banquero ha sido detenido hoy en… Islandia”
Superado el impacto, me entretengo en encontrar consuelo y me argumento que todo es empezar, que si hoy ha sido en Islandia mañana podría ser más cerca, que el mundo está cambiando, que la gente ha comenzado a moverse, que ya está saliendo a la calle… Y entonces, otro titular, de improviso, como si quisiera acabar de convencerme de la legitimidad de mi entusiasmo, le pone la guinda al pastel: “Protestas en Málaga en el Día de las Fuerzas Armadas”.
¿Había alguna duda? En Málaga el pueblo se había tirado a la calle para protestar por el dispendio de la celebración, para aprovechar la presencia de ministros y altos funcionarios y reprocharles a gritos su funesta traición, para censurar que se enseñe y se adiestre a los niños en las armas de guerra, como si fuera un ingenuo juego esa maldita desgracia…
Otra vez la curiosidad hizo que, exultante, me adentrara en la crónica. Nunca debí hacerlo. Vencido y desarmado seguí leyendo la escueta reseña: “En Málaga, un grupo de personas ha salido a la calle a protestar por la suspensión, este año, del tradicional desfile militar…”.
Sólo hay algo peor que ojear un periódico… ¡Creérselo!

El tercer estante

Le habían dicho que las sillas servían para sentarse pero Haizea no tardó en descubrirles otros posibles usos. Una silla también era una mesa en la que comer o dibujar, una tienda de campaña en la que esconderse, un arma arrojadiza y, sobre todo, unas maravillosas escaleras que le permitieran alcanzar los prohibidos estantes.
Tiempo atrás, al mismo tiempo en que Haizea crecía, había crecido con ella la altura de los estantes y la infeliz coincidencia de que cuanto más apetecía alguna cosa, más arriba iba a parar en el armario.
Aunque le habían hablado de los riesgos y no contaba entre sus amistades a nadie que vistiera bata blanca, estaba segura de poder afrontarlos. Desde arriba de una silla y a la altura de la puerta de un estante, la emoción por coronar con éxito la empresa y alcanzar la cumbre, nubla el temor del golpe y la posible visita al médico, y en la cabeza de Haizea aquel era un día claro, despejado, sin nubes que advirtieran tormentas.
Le bastó un intento para que sus manos alcanzaran las galletas. Es verdad que no eran chocolates, precisamente, lo que más ambicionaba, pero no sabían mal como consuelo.
Tres galletas más tarde Haizea acometía su segunda alpina empresa. Si acercaba la mesa al armario convirtiéndolo en su campamento base y sobre la mesa ponía la silla y, subida en ella, iniciaba el ascenso, alcanzaría el segundo estante. No obstante el temor de que tampoco allí estuvieran los chocolates y de que las vacilaciones de la silla se trasladaran a la cordada, Haizea coronó la cima y desveló el misterio: caramelos.
Como era de esperar los chocolates estaban en el último estante, el más alto. Casi lo rozaba pero necesitaría crecer algunos centímetros más para alcanzarlo. Una vez regresó al campamento base se endulzó manos y boca y sopesó la situación. Si colocaba sobre la silla una caja podría salvar la distancia que la separaban de los chocolates.
De nuevo el temor de darle la razón a quienes, sabía, no hubieran aprobado su aventura puso en tela de juicio su entusiasmo, pero no había llegado tan lejos como para volverse atrás y, hasta el momento, nada había ocurrido. Bueno sí, que aún le quedaban galletas y caramelos.
La que se tambaleaba no era sólo la silla. La caja se había hundido por el peso de Haizea y ésta, tan asustada como aferrada a su sueño, buscaba temerosa su equilibrio.
Decidida a todo, Haizea se puso de puntillas, estiró la mano y agarró la puerta. Una fuerte sacudida de la silla a la que siguieron varias réplicas volvió a advertirle a Haizea del peligro. La silla se había movido peligrosamente hacia un extremo de la mesa y si no se daba prisa, cuando volviera a abrir los ojos iba a tener al médico delante. Cierto que también podía abandonar, pero no iba a hacerlo ahora. Los chocolates la llamaban, la estaban esperando, y sólo tenía que abrir la puerta, agarrarlos y bajar. Sólo un paso más…
¡Y lo logró! Cogió los chocolates y con la misma habilidad con que había trepado hasta el tercer estante bajó de la silla a la mesa y de la mesa al suelo. Luego empujó mesas, trasladó sillas, puso todo en su lugar, arregló la maltrecha caja y, satisfecha, se comió todos los chocolates.
Por eso es que está en el hospital.

PD: Otro posible final es que la autoridad salió del baño precipitadamente, alertado por el ruido de la mesa empujada a una nueva ubicación, y llegó a tiempo a la cocina de evitar la ascensión a la silla.
El final feliz se festejó con una compartida degustación de chocolates.
Por eso es que están en el hospital.

PD/2 No, no están en el hospital. Este es un final feliz. Es cierto que los dos comieron chocolates pero lo hicieron con mesura, con sumo cuidado, con extremada prudencia…por eso es que están vomitando.