«¡Déjalo tó y sal de ahí!»

Han pasado más de diez años desde que el joven gomero dominicano Rafael Díaz se ganara 45 millones de pesos en la lotería y dejara para la posteridad la inolvidable frase que da título a esta columna. Cuando supo en la calle de su buena nueva, emocionado, no era para menos, el bueno de Díaz salió disparado para su casa y una vez llegó, desde la puerta, le gritó a su mujer: “¡Déjalo tó y sal de ahí!”
Sin proponérselo, Díaz acababa de dar con un extraordinario eslogan para el comercial de nuestros sueños que haría feliz, por su rotundidad, la más exigente campaña publicitaria.
Y es que eso y no otra cosa seguimos esperando los dominicanos, que el día menos pensado se nos aparezca un ángel o Dios mismo y, al igual que Jesucristo le dijera al joven rico que se le acercara un día para preguntarle qué más podía hacer él, que cumplía los mandamientos y observaba como cristiano una intachable conducta, también nos diga a nosotros: “¡Deja cuanto tienes y sígueme!”
Eso es lo que desde hace años vienen haciendo los desesperados que se suben a una yola aunque carezcan de una voz autorizada que les garantice la odisea.
Eso es lo que la mayoría de los que tenemos nuestros mejores sueños relegados a un futuro imposible seguimos esperando para salir del hoyo y de la olla, para salir de deudos y de deudas, para salir de pagos y fiados, para salir de cuentos y de cuentas, para salir de engaños y de fraudes, para salir de blancos y morados, para salir también de colorados, para salir de gritos y empujones, para salir de cheles y pesetas, para salir de velas y velones, de comesolos y de comemierdas… para salir de ahí.