Porque a veces resulta inevitable tener que hacer un alto en el camino y volver a sopesarlo todo al paso, a quienes alguna vez en el pasado estrecharon mi mano, me legaron un beso o compartieron conmigo un abrazo, debo haceros saber, porque tenéis derecho a no ignorarlo, que estoy… contaminado.
Y ni siquiera sé cómo me he contaminado, si han sido los vecinos, los amigos o el alcalde. Ignoro si se trata de una contaminación sobrevenida o de que me sobrevino una contaminación, pero lo cierto es que estoy contaminado. Es posible que hasta mi familia también esté contaminada. O acaso haya sido ella, mi propia familia, la que me ha contaminado. Es más, ahora que lo pienso… la verdad es que no confío en Haizea así se ampare en sus tres años de vida. Sólo porque lo sepan y entiendan mis razones para la sospecha, ayer le pregunté:
-¿Y que has comido en la escuela?
Y Haizea, luego de ponerle otro ganchito más a su muñeca, no quiso dejarme sin sonrisa y me contestó:
-Caca.
Yo fingí dar por bueno el primer plato e insistí:
-¿Y después, mi hija? ¿Qué te dieron después?
Para alivio de su muñeca, Haizea desechó el enésimo ganchito y, muy seria, me respondió como si no entendiera mi inquietud por su alimentación:
-Pedo.
Dado el escatológico y reiterado menú, yo opté por concluir mis pesquisas.
-Ya… y de postre te dieron moco ¿verdad?
-No aitá, de postre me dieron yogurt.
Pues bien, sí pudo ser Haizea. Y tampoco es la primera vez que la supongo contaminada. En cualquier caso, fuese Haizea la causa o mi maldita memoria que todo lo contamina, la realidad es que estoy contaminado, que este ordenador también lo está y que en la misma medida en que te lo estoy contando y tú lo estás leyendo, temo, también te estoy contaminando a ti. La contaminación te sobreviene inevitable y sigue su curso, a tu pesar o con tu venia, contaminándolo todo, tu persona, tu umbral, tu entorno…A partir de ahora siempre habrá alguien que pueda alegar en tu contra que alguna vez me leíste. Peor todavía… y que después te pusiste a escribir, saliste a la calle, hablaste con el de la tienda, saludaste a un viejo amigo… los contaminaste a todos.
Como si jugáramos a La Oca, vamos de contaminación en contaminación y contagio porque me toca, infectándolo todo, tú, yo, aquella, el otro, la de más allá…
Lo peor, sin embargo, no es ignorar cómo me he contaminado, sino no saber de qué.
Por más vueltas que le he dado a mi vida, por más huellas que he estado desandado, tratando de encontrar en el pasado la raíz de ese brote contagioso, sigo sin saber de qué estoy contaminado.
Hay, afortunadamente, una manera de descubrirlo que, al mismo tiempo, terminaría con el contagio: Contaminarnos todos. Sí, inyectarnos una dosis de humana solidaridad o de humanismo a secas, que nos inmunice contra la intolerancia y el olvido, para salir entonces a la calle dispuestos a encontrarnos, a hablar, a compartir y comulgar juntos una maravillosa y fraterna contaminación.
Tal y como lo cantara Pedro Guerra que, sin saberlo, se convirtió hace ya unos cuantos años en un precursor de la contaminación compartida, hoy más que nunca es necesario aquel “contamíname, mézclate conmigo, que bajo mi rama tendrás abrigo”.
Y ese ansiado y contagioso encuentro, no tiene porqué ser a través de Facebook o por medio de un mensaje al móvil. Mejor en la calle y a pecho descubierto (esto es una metáfora) o en la plaza del pueblo, de 12 a 1 del día, por ejemplo, y mejor el domingo, que es fiesta… todavía.
Basta con que nos encontremos, con que nos demos la mano, intercambiemos un beso, un abrazo, una palabra, para que todas y todos acabemos contagiados y la contaminación desaparezca. Y sólo hace falta ponerle fecha y hora a ese contagioso encuentro.
Quedará entonces la feliz idea común, el sueño compartido, de un mundo mejor que, además de posible, es imprescindible.
Día: 4 de mayo de 2011
Lo único que no sabemos
Supongamos que, como bien se felicita Dick Cheney, “el programa de interrogatorios” de Guantánamo condujo a la captura del líder de Al Qaeda” obviando la inhumana tortura que exculpa el eufemismo de “programa de interrogatorios” y sustituyendo la captura por asesinato. Hasta en esos casos, dado que el fin justifica los medios, la tortura preventiva da resultados.
Supongamos que, como apunta Eric Holder, fiscal general estadounidense, las acciones fueron “legales, legítimas y adecuadas a cada manera”, para no desvariar en presuntos conceptos como “soberanía” o “derecho internacional”. En cualquier caso, el fin justifica los medios y la violación preventiva es una necesidad.
Supongamos que, como afirma el propio presidente Obama, “se ha hecho justicia”, para no perdernos en absurdas disquisiciones sobre si hubiera sido conveniente enviar un contingente de jueces, fiscales y abogados, armados de togas y birretes. También en ese caso el fin justifica los medios y el asesinato preventivo resulta inevitable.
Supongamos que, como bien repiten los grandes medios de comunicación, “el terrorismo ha sido descabezado”, para no dejar que nos perturben esos otros titulares que “desatan la alerta mundial”. El fin justifica los medios, como los medios justifican el fin de la mentira, y la mentira preventiva es la única verdad.
Supongamos que, como escribiera el guionista del film, “la lucha fue encarnizada aunque no se opuso resistencia”, “la mansión estaba muy fortificada aunque no se encontraron armas”, “Ben Laden usaba usaba a su mujer como escudo aunque no la usaba”… para que las menudencias en el guión no interfieran con el fin que justifica la película y en el que la guerra preventiva es imprescindible.
Por que el fin era que Obama, cuyo descrédito seguía en aumento, volviera a ser aclamado en las calles estadounidenses; que el pueblo estadounidense, cada día más abatido por la crisis, recuperase la confianza en su gobierno y sistema; que el mundo terminara de saber que la “justicia” estadounidense, aunque tarde, siempre te alcanza; que los países árabes entendieran la conveniencia de no variar el rumbo; que podamos todos dormir sin sobresaltos, sin fantasmas que nos ronden ni villanos que perturben nuestra paz, porque el Imperio vela por nosotros.
Ya todo lo sabemos sobre la “operación quirúrgica” que ha abatido a “Gerónimo” en otra nueva odisea al amanecer, y que ha merecido uno de los más grandes despliegues informativos que se recuerden, así como los más encendidos elogios de presidentes europeos y demás colonias. Lo sabemos todo, desde que “existía un 60% de probabilidades de que se tratara de Ben Laden”, como afirmara Obama, hasta que el “tipo de mansión en la que se escondía hablaba de la naturaleza del fugitivo”, según el asesor estadounidense Brennan.
Lo que aún se ignora es a qué pobre infeliz arrojaron al mar.