Si el Estado español en lugar de amenazas esgrimiera razones o, simplemente, fuera sensato, discretamente sensato, no se preocuparía tanto de impedir que Catalunya decida ese destino al que tiene derecho, que Catalunya ha de ser independiente antes o después, sino de hacer lo posible por construir, desde ahora mismo, una armoniosa relación de futuro con quien, le guste o le disguste, acabará siendo su vecino. A falta de cordura, al Estado español le bastaría tener eso que algunos llaman altura de miras o visión de futuro para, en vez de prodigar coces y exabruptos, consentir que Catalunya ejerza el mismo derecho a decidir que el Estado español se atribuye para sí mismo y en representación de las naciones de las que se apropia.
Ni siquiera tendría que buscar en las hemerotecas un modelo de convivencia más afortunado que el que su intolerancia provoca porque el ejemplo escocés, entre otros, queda tan próximo que con la memoria sería suficiente para saber qué hacer.
Lamentablemente, aquella vieja máxima del poeta español Antonio Machado de que nueve de cada diez españoles usan la cabeza para embestir, no solo sigue vigente en toda su crudeza sino que cada día resulta más difícil reconocer esa excepción pensante que distinguía Machado.
(euskal presoak-euskal herrira)