Chaplin

Charles Chaplin, cuyas películas debieran proyectarse por decreto en todas las escuelas y residencias de ancianos, decía que “solo soy, solo sigo siendo una sola cosa: un payaso. Eso me pone en un plano más alto que cualquier político”.

En razón a su modestia, supongo, Chaplin no quiso hacer sangre, que bien pudo explayarse y afirmar, por ejemplo, que un payaso también está en un plano más alto que un rey, que una corte de supremos magistrados o que el general más laureado, que el de payaso es uno de esos pocos oficios imprescindibles sin el que la vida perdería su sentido. Chaplin también decía que el día que no sonríes es un día que pierdes.

Pero los tiempos cambian y con ellos, tal vez porque nunca han disfrutado a Chaplin, todos esos ilustres citados que han proscrito la risa y los payasos y son quienes, ahora, de payasada en payasada, dirigen la triste comedia. Inviolables payasos de sangre azul que representan la bufonada de que “nadie está por encima de la ley”; honorables payasos de sangre cobre que aprecian regocijo en la violación de una manada; y el Cid Campeador en alpargatas y sin sangre que cabalga por los campos de España al bufido de: ¡A mi la legión!

Como payasos también son una mierda y no hacen ni puta gracia. Si no fuera por Chaplin yo habría perdido muchos días, demasiados, porque estos nuevos payasos no dan ni para sonrisa. Tampoco para mueca. Solo dan asco.

(Euskal presoak-euskal herrira/Llibertat presos politics/Altsasukoak aske)