La madre y El Corte Inglés

No hay elogio para una madre que se tenga por mayor muestra de respeto hacia ella que ese cruel reconocimiento de que “mi madre es una mujer entregada a su familia, una mujer de su casa»,
Junto al cumplido tampoco falta la puntilla porque, gracias a ello, a que “mi madre es una mujer que no pisa la calle”, es que el «amor» perdura… “toda la vida juntos” y como asegura el cartel con que El Corte Inglés celebró el Día de la Madre, una mujer que ni siquiera se queja, “ciento por ciento madre”.
Es perverso confinar a la madre a sus “oficios” pero aún es más cruel celebrarle la clausura, las mil quinientas paredes de cemento y ladrillo que apagan las voces y encierran los pasos, por donde sólo pasa el tiempo y en las que los relojes únicamente marcan la espera. Si acaso, queda la ventana del consuelo, siempre que no se abuse del derecho, y el encuentro fugaz con la vecina mientras se tienden al sol los desahogos.

Al otro lado del muro y del cartel está la gente paseando por la calle, la juventud doblando las esquinas, las aulas, los estudios, el autobús de línea, la música en los bares, las monedas rodando por las manos, el corre-corre del taller y la oficina, los encuentros y las despedidas, eso que hemos dado en llamar vida y que, gracias a Dios y a nuestro cálido elogio, nunca perturba el sueño de las madres ni amenaza tampoco su virtud.

(Preso politikoak aske)

¡No pares… sigue, sigue!

No forma parte de la agenda política. Si acaso, se la puede encontrar como inquietud en algunos partidos o como conferencia en algunos escaparates. Tampoco vamos a hallarla en ninguna de las respuestas a esas puntuales encuestas que hacen los gobiernos para saber nuestras preocupaciones porque, obviamente, no preocupa a nadie. Y tampoco la vamos a descubrir en esos medios de comunicación donde su ausencia también es costumbre. Solo cuando es tragedia se convierte en noticia.

El cambio climático o, lo que es lo mismo, ese tránsito inexorable en el que andamos camino de la mierda como común destino del género humano, no va a sentarse a negociar un nuevo acuerdo, ni a convenir un reajuste de los plazos… pero seguimos tocando el violín en la cubierta del barco aunque, a diferencia de la orquesta del Titanic, sin enterarnos de que nos vamos a pique, de que estamos naufragando. Lo nuestro no es estoicismo sino ignorancia y cretinismo.

Mientras tanto podemos seguir celebrando, como lo han hecho todos los grandes medios días atrás, las ventajas que supone para el comercio mundial el progresivo deshielo en el Ártico que nos va a permitir crear nuevas rutas, más rápidas y seguras por el Polo Norte. Ni siquiera el clima y sus veleidosos cambios va a poder con el progreso. Lo aplaudía ABC: “El derretimiento del hielo en el Ártico abre una nueva ruta comercial”. El País se sumaba al festejo y hasta precisaba los aplausos: “El cambio climático abre una nueva ruta comercial para China”. La Razón copiaba el titular: “El deshielo del Ártico abre una nueva ruta comercial” y El Economista también lo celebraba aunque puntualizando que “si bien la situación es alarmante para los ecologistas, -que se jodan esos pringaos- los buques que transportan gas lo ven como una oportunidad porque al aumentar la temperatura se derrite la capa de hielo que antes les impedía entrar en la zona”. Gracias a ello, apunta, se economiza tiempo y recursos. “El Ártico se abre al comercio global”.

Me pregunto a qué esperamos para ayudar al cambio climático a deshelar el otro polo y abrir nuevas rutas comerciales por el Antártico, o crear nuevas rutas deportivas que hagan posible el rally Dakar-Groenlandia a través de los polos. ¿Hasta cuándo el progreso humano debe esperar a que se tracen nuevas rutas comerciales por el Himalaya, por el Mato Grosso o el Mar Muerto?

Y sí, es verdad, qué pena lo de los osos.

(Preso politikoak aske)