Lo siento por los sordos, y ojalá que no se enfaden conmigo por esta columna de hoy. No es nada personal pero me veo en la obligación de denunciar que son los sordos quienes más contribuyen a propagar el coronavirus.
Cuando le preguntas cualquier cosa a un sordo, como no oye bien, tiene que acercarse más y más y mucho más allá de lo recomendable, que viene siendo alrededor de dos metros, y como a pesar de acercarse tanto no oye lo que le dices porque está sordo y tiene que acercarse más y más y mucho más allá de lo prudente, que algunos dicen que metro y medio es suficiente, pues la conversación empieza a ser, como poco, inoportuna y hasta me atrevería a asegurar que peligrosa. No hay forma de mantener a raya a un sordo empeñado en oír. Ni siquiera un repentino estornudo que frene su avance o un paraguas que marque la distancia pero, finalmente, consigues que te oiga, o eso es lo que crees, y el sordo responde a tu pregunta pero lo hace bajito, muy bajito, tal vez para mortificarte, y entonces es uno el que se acerca más y más y más allá de lo debido, a un par de palmos, como si yo fuera el sordo o tuviera la obligación de oírlo, y uno se acerca más y más y mucho más allá de cualquier distancia, hasta que mi oreja queda al alcance de su boca y, a bocajarro, me deletrea su respuesta…
-¿Corona… qué?
(Preso politikoak aske)