El protocolo

De la mano del coronavirus se extienden por el mundo otras infecciones que, no siendo tan apocalípticas, llegan a ser insoportables.

Una de las más contagiosas es el protocovirus 20, virus que provoca que la persona infectada, sometida a través de los grandes medios de comunicación a dosis diarias, incorpore a su vida el protocolo con tanta constancia e intensidad que el virus termina volviéndose imprescindible. Y el protocovirus amenaza convertirse en pandemia. Esta mañana, en la panadería de Jon, un café negro ha resultado cortado por no seguir el protocolo, y todas las farolas de la plaza están llenas de anuncios ofreciendo cursos de inglés, zumba y protocolo.

A diferencia del “Manual de Instrucciones” el protocolo tiene un punto de distinción que lo convierte en viral sostenido y sustentable y hay protocolos para todo. Hacer una tortilla exige un protocolo que dispone que para batir los huevos, primero hay que romperlos y lavarse las manos antes y después. En el fútbol, el protocolo ha resuelto que los jugadores no se den la mano al inicio del partido. Después, si quieren, que tosan, escupan y se estrujen y morreen por el suelo cuando marquen y que se laven las manos antes y después, como se las lava discretamente el cura durante la eucaristía y se las lavan los Pilatos en las urnas enterrando sus votos en los vertederos.

Temo que a esta columna le falta protocolo… y perejil.

(Preso politikoak aske)

El carnaval que nunca acaba

Hablo del cotidiano, del carnaval de todos los días, de las comparsas de banqueros predicando contra el mal de la usura y el desahucio; de los patrones denunciando la codicia del lucro y las muertes que se cobra el infortunio; de las comparsas de machos censurando su asesina violencia.

Tal vez no sea una fiesta a la que estemos todos invitados pero el carnaval sigue su curso y bailan los dementes que administran la cordura que queda, los olvidos que ponderan la luz de la memoria, baila el verdugo que impugna la tortura y los canallas que ensalzan la virtud.

Bailan las comparsas que festejan de nuevo el milagro de los panes y peces, baila la paz aunque pierda la guerra, baila la muerte que alardea de ser humanitaria, bailan los fulleros que creen imprescindible el respeto a las reglas, baila la impunidad sobre la alfombra roja a la salida de cualquier audiencia.

Bailan los demócratas debidamente homologados negociando el riesgo de las urnas, ajustando provechos y despachos, conviniendo si solos o en manada, concertando a quién debe sumarse, a quién debe excluirse, qué fiscal nos pueda afinar el caso, qué tribunal nos logre garantizar el fraude.

La ambición se disfraza de estirpe, la sangre de basura, el crimen de accidente, y el carnaval sigue su curso bailando por la calle.