Nuestro progreso

Nuestro progreso

No hay progreso que merezca tal nombre si no responde a la condición de procurar la felicidad de los seres humanos, si no sirve para conducir nuestras conductas y relaciones por caminos de respeto y dignidad.

Los tiempos que corren, sin embargo, son una patética demostración de que el progreso que disfrutamos no ha servido para transformarnos en personas más íntegras, más solidarias, más felices.

Muy al contrario, vivimos atrapados en el miedo, en un miedo que nos embosca de frente, descarnado y abierto, como se disfraza de cautela o se calza el respeto como excusa o la sensatez como pretexto. Y así aprendemos a callarnos para que otros hablen por nosotros, y resignamos la voz y la palabra para que puedan otros respirar con nuestro aliento.

Por eso cada día son más extremas las medidas de seguridad con las que nos aislamos; por ello la calle ha dejado de ser un lugar de encuentro para convertirse en un inevitable riesgo que hay que afrontar de la mejor manera; por ello multiplicamos candados, verjas y vigilantes.

Vivimos cautivos de nuestras supuestas libertades, presos de nuestras carencias, y esclavos de nuestros bienes, cada vez más solos y atrapados en el triste dispendio de una vida que nos ha ido dejando sin alas y sin sueños.

Corriendo siempre para llegar antes que el otro a ninguna parte. Sin tiempo ni espacios para vernos.

De tanto aparentar lo que no somos ya ni siquiera somos lo que aparentamos.

Gracias al progreso en que vivimos podemos matarnos antes y agonizar más tiempo.

Algún día, las ratas que nos sobrevivan, heredarán nuestro progreso.

(Preso politikoak aske)

Luis Almagro

Así como existe el Salón de la Fama como homenaje a aquellos beisbolistas destacados, yo dispongo de un Salón de la Inmundicia en el que nomino a políticos, evidentemente, inmundos.

Algunos son elegidos una vez terminan su ejercicio político, como colofón a su carrera pero, hay otros, que ni siquiera necesitan jubilarse para obtener su merecido lugar en el citado salón. Este es el caso de Luis Almagro, secretario general de la OEA, y uno de los más ilustres sinvergüenzas del escaparate americano de la delincuencia y el crimen. Todo un “inmortal” del cabildeo y el lambonismo este pelotero que comenzó siendo abogado y tras algunos años de lucro como embajador uruguayo en China fue nombrado canciller por el presidente José Mujica. Almagro, sin embargo, aspiraba a más. No se había pasado la vida bajando la cerviz para conformarse con un simple ministerio. Sabía cómo cabildear favores y en qué embajada. Cinco años más tarde irrumpía en las Grandes Ligas como lanzador derecho para ganar recientemente su segundo “Cy Young” siendo renovado en el cargo. Nadie maneja la infamia como él.

Luis Almagro sólo está a la espera de que se cree algún nuevo salón de desperdicios porque, en contra de lo que yo pensaba, todavía a su abdomen le caben más medallas, a sus bolsillos más prebendas y a su trasero más patadas. (Preso politikoak aske)