Tema recurrente el de la infancia, tanto como la preocupación que todo el mundo manifiesta al respecto de una infancia que, cada día que pasa, es menos ingenua y soñadora y más parecida a nosotros mismos. Algo hay, sin embargo, de hipócrita virtud en nuestra inquietud porque esa infancia sólo es el reflejo de lo que nosotros somos, de la sociedad que hemos construido o a la que nos hemos adaptado. Una sociedad que nos enseña a simular, no a ser; que nos instruye para que acumulemos, no para que compartamos; que nos entrena para que compitamos, no para que participemos; que nos adiestra para el triunfo, no para la vida.
Quienes comenzaron poniéndose nuestros zapatos para jugar y terminaron calzándose nuestras ideas para vivir, son la mejor referencia de una familia, de una escuela y de una sociedad que en lugar de educar, adoctrina; en vez de sugerir, ordena; e incapaz de corregir, castiga.
Por ello nuestro asombro cuando advertimos que los resultados de tanta incapacidad se vuelven contra nosotros y nos cuestionan su fracaso que es, sobre todo, el nuestro.
Los educamos en el miedo y nos sobresalta su timidez; los educamos en el desorden y nos alarma su dispersión; los educamos en el engaño y nos asombran sus mentiras; los educamos en la intolerancia y nos desconcierta su violencia.
(Preso politikoak aske)