Un club de canallas

La industria militar quiere ampliar el negocio. Su “pelotazo” llegará con una tercera guerra. Tal vez ya sepan que el planeta no tiene arreglo porque sería inexplicable tanta estúpida y perversa ambición. Mientras tanto se aceleran los trámites y Suecia y Finlandia rompen su tradicional neutralidad. Van a ser admitidas en el selecto club de canallas del Atlántico Norte. Hay un problema. Debe ser por unanimidad y un canalla no quiere. Se ordena que se arregle de inmediato. Se arregla. Los nórdicos ponen en manos de Turquía a los refugiados kurdos y Turquía y Europa saluda a dos nuevos miembros.

Antes, otro miembro del club y anfitrión en la última cumbre de canallas, se desdice de todas sus palabras y compromisos y revende el Sahara a Marruecos a cambio de que el entrañable amigo del rey y de España, amén de otros favores, se olvide de momento de Ceuta y Melilla. La orden llegó por teléfono y había que arreglarlo aunque se enojara Argelia. El club de canallas custodiará a partir de ahora la parte trasera del local.

En el paradigma “americano”, abortar se convierte en delito, se extiende el creacionismo en las escuelas, se pide anular las bodas no “naturales”, prohibir los anticonceptivos, se rompen los pocos compromisos contra el cambio climático…

Si alguna vez creí en Europa, la verdad es que pensaba en otra cosa. La función de un Estado no puede ser ladrar. A no ser que sea un perro, en cuyo caso está en su naturaleza.

(Preso politokoak aske)