Una pregunta

Yo soy el primero en celebrar que el día haya madrugado entre campanas repicando glorias, fuegos artificiales y banderas y suelta de palomas y comparsas y bailes regionales y vistosos desfiles de carrozas, pero tengo una pregunta que quiero me contesten.
Y que conste que me parece muy bien que, a su llegada a Madrid, haya sido paseada la selección española de fútbol por la capital del reino ante el clamor de un eufórico pueblo y recibida en la Moncloa, y en la Casa Real por sus altezas, y hasta en el parlamento, pero tengo una pregunta que ansía una respuesta.
Y también comparto la feliz idea de que, en los próximos días, los integrantes de la balompédica epopeya sean agasajados como bien se merecen por todos y cada uno de los ayuntamientos y homenajeados por sus autoridades y declarados hijos predilectos de su ciudad natal, pero tengo una pregunta que me quema los labios.
Y estoy de acuerdo en que en las próximas semanas no haya otra portada, otra noticia, reportaje o tema de conversación que no celebre el título mundial, y que, así tengan que prescindir de sus merecidas vacaciones, puedan nuestros insignes campeones firmar autógrafos en las filas del INEM entre la millonaria selección de parados, visitar cárceles y hospitales, centros de jubilados, clubes de hipotecados e, incluso, trasladarse a esos confines del mundo donde tropas españolas desarrollan humanitarias y pacíficas misiones para fundirse en un agradecido abrazo con tantos seguidores de la roja, pero tengo una pregunta que necesito hacer.
¿Cuándo es que empieza el próximo mundial?

La reina y su amuleto

Oigo y leo en los medios de comunicación que la reina Sofía ha vuelto a llevar la suerte a la selección española de fútbol. Con su habitual y espontánea naturalidad, Doña Sofía, además de convertirse en el infalible talismán del combinado nacional, tuvo tiempo en Durban de disfrutar con el juego de la roja y, como cualquier español de los muchos que se echaron a la calle, mostrarse entusiasmada por una victoria que, de alguna manera, también se debe a su presencia, a esa suerte de amuleto que representa, reiteran los medios, la reina española.
Lo que no acabo de entender es dónde estaba la reina y su amuleto cuando Francia eliminó a España en el mundial de Alemania del 2006, dónde estaba la reina y su amuleto cuando Corea del Sur dejó fuera a España en el mundial asiático del 2002, dónde estaba la reina y su amuleto cuando España fue eliminada en el mundial de Francia de 1998, dónde estaba la reina y su amuleto cuando Italia derrotó a España en el mundial de Estados Unidos en 1994, dónde estaba la reina y su amuleto cuando Yugoslavia eliminó a España en el mundial de Italia de 1990…dónde estuvo la reina todos los mundiales anteriores.
Y, sobre todo, me pregunto ¿por qué su graciosa majestad no acompaña también a la selección española de parados en las filas del INEM? ¿No podría Doña Sofía aposentar su real presencia y amuleto en las cárceles, audiencias y comisarías de su reino a ver si su amuleto es capaz de ganar el partido a la tortura y a los malos tratos? ¿Podría la reina española ceder su reputado talismán a la selección española de jubilados por si acaso pueda su concurso rescatar sus perdidas prestaciones y años? ¿Sería posible, cuando sus compromisos con la suerte de la selección de fútbol se lo permitan, que disponga sus saberes y amuletos a favor de la selección de trabajadores despedidos?

¿Y si gana Holanda?

España es favorita de cara a la final del Mundial de Fútbol por el juego que ha hecho, por la calidad de su selección, por la inferioridad de su enemigo pero… ¿y si gana Holanda?
¿Han pensado los grandes medios de comunicación, empeñados en inflar hasta el paroxismo el rancio y alienante espíritu nacional de un pueblo asolado por el desempleo, la corrupción de su clase política y la desconfianza, las consecuencias de que el sueño les estalle en la cara?
¿Han pensado los medios cuales puedan ser las consecuencias de tanto energúmeno exaltado que, de repente, el próximo domingo por la noche, sea expulsado de su sueño a patadas?
No es un secreto que hay gente interesada en que el balón virtual esconda las miserias reales de una sociedad aletargada que, por no tener, carece hasta de respuestas. Tampoco sería la primera vez en que un éxito deportivo disimula por un tiempo todas las lacras sociales que asfixian este estado y, en ese sentido, se comprende que a los intereses de quienes administran el mercado, el mundial de fútbol les sirva de coartada para que el espejo nacional nos siga mintiendo su respuesta. Durante algunos días y gracias al fútbol, como reconocía uno de los cuatro millones de parados, su desesperanza no será tan ingrata, tan insoportable. Conforme pase la resaca, la cruda realidad volverá a hacerse presente pero ya para entonces, al margen del tiempo que se haya ganado, otra oportuna ración de pan y circo podrá sedar la ira que vaya despertando.
Así hubiera sido, se ganara o perdiera la final pendiente, si los medios se hubieran conformado con ello, pero no ha sido así y, esta vez, han ido más lejos. No se han limitado a entretener al pueblo con el más habitual de todos los recursos. Han querido afirmar su engañosa identidad transformando una vulgar pelota en la quintaesencia de su ramplón nacionalismo, han insistido hasta el aburrimiento en convertir a cualquier pobre idiota en otro Hernán Cortés en tránsito a la gloria, han llenado de gritos y banderas españolas todos los canales y portadas. Casi es imposible no sintonizar una cadena en la que no aparezca un exaltado botellón vociferando españas…y si lo hace desde el País Vasco o Catalunya tanto mejor. Compiten los medios por ver quien acumula más bufidos nacionales, quien retransmite más vehementes alaridos, más exultantes expresiones de zafio españolismo.
No se han conformado con aumentar las dosis de alienación imprescindibles para que el rebaño bale de contento y siga confiando en el pastor, ahora le han aportado una enseña roja y gualda, un renovado destino de unidad en lo universal para que nunca el sol vuelva a ponerse en ella, en la nueva reserva espiritual de Occidente.
¿Y si gana Holanda?
¿Han pensado los medios cómo conducirán su frustración los derrotados si la sorpresa salta y el balón no entra?
Cámaras y micrófonos han dado licencia a miles de eufóricos descerebrados para que exalten su alcohólico patriotismo, bandera en ristre, en todos los espacios públicos que los ayuntamientos han habilitado para tal fin pero, ¿retransmitirán también su desesperación si el sueño deviene en pesadilla?
Ni siquiera me parece sensato en las presentes circunstancias festejar el espejismo de una victoria por más años que ésta se haya negado, caso de que termine ganando España, pero aún más insensata temo la ebria catarsis nacional que han promovido medios de comunicación y autoridades si Holanda gana.
Y al fin y al cabo, el balón es redondo, la suerte un acertijo y el árbitro es humano.

Cadáver elocuente

Cuando el mes de junio pasado Rafaela Rueda Contreras subió al estrado del tribunal de justicia para declarar contra su marido, al que acusaba de haberla insultado, amenazado con una escopeta de caza y agredido, no fue convincente.
Así lo determinó el titular del Juzgado de lo Penal 6 de Granada, en el Estado español, que absolvió al acusado por la “insuficiente credibilidad” que a su juicio desprendía el testimonio de la mujer.
En su sentencia, el juez Ernesto Carlos Manzano determinó que un hematoma en el brazo de Rafaela Rueda, cuyo origen no había quedado “suficientemente esclarecido” no podía ser causa de condena de J.H.F. de 67 años, “con independencia del escaso grado de credibilidad” que había aportado la demandante.
Y eso no era todo. Su señoría también destacó en la sentencia las “significativas contradicciones e incoherencias” de Rafaela Rueda. Si en la denuncia la mujer achacaba a los celos la agresión de su marido, que ya le había advertido que “si no sería para él no sería para nadie”, en el juicio atribuyó la misma a su interés por echarla de su casa. Al juez Manzano también le llamó la atención que la denunciante “paradójicamente, continuó habitando la vivienda después de la supuesta agresión”.
A juzgar por la sentencia y al margen de las citadas observaciones, lo que más pesó en el convencimiento del juez del “escaso grado de credibilidad” de Rafael Rueda, fue su «excesiva parquedad y escasísima pasión y grado de convicción”.
Ignoro si Rafaela también había sido adiestrada en el silencio, si desde niña había aprendido a tolerar abusos y agresiones, si aquel pobre hematoma que presentara en el juicio como prueba había sido el primero, si también había escuchado los paternales llamados a la prudencia, si alguna vez un cura le había recordado la virtud del perdón y del arrepentimiento, si tenía donde ir… En cualquier caso, sus alegatos en defensa de su amenazada vida al juez le parecieron excesivamente parcos, muy poco convincentes. Rafaela ni siquiera había demostrado pasión en su denuncia.
Días más tarde de que el juez Manzano absolviera al acusado, Rafaela era asesinada a golpes de azada, presuntamente, por su marido, otra vez detenido y a la espera de juicio, ya no por amenazas contra una mujer parca y poco apasionada y convincente, sino por asesinato de un elocuente cadáver.

Tiempos de paradojas

Y no hay como asomarse a los grandes medios de comunicación para advertirlas, que nunca faltan a la cita, una detrás de otra, todos los días.
Es así que uno se entera de que los banqueros, una vez persignados, predican contra el mal de la usura; los ricos amonestan la culpa del dinero, repudian los patronos la codicia del lucro y renuncian los obreros al derecho a la huelga.
Los demócratas, debidamente homologados y perpetradas todas las condenas, hablan y negocian los riesgos de las urnas; los olvidos ponderan el fin de la memoria y exhortan los verdugos a evitar la tortura.
Los inversores soplan en la Bolsa la voz de los rumores; los evasores, desde su feliz anonimato, manifiestan su visceral rechazo a los delitos y paraísos fiscales; los impunes se quejan de las culpas sin cargos, los mafiosos denuncian la impúdica extorsión, y hasta los obscenos se erigen en censores de las siempre inmorales y ajenas conductas.
Son las sangrantes paradojas que la infame crónica diaria nos invita a conocer y reiterar hasta la náusea.
Los embozados policías promueven el respeto a los perdidos derechos; claman los militares contra el fin de las guerras y lo propio hacen los narcos previniendo la adicción; los jueces evacuan nacionales sentencias para que cuanto más indisoluble se torne la unidad de sus fallos más se diversifiquen los menguados estatutos que sancionan y sus bien retribuidas togas, y hasta son los demonios los primeros en denostar las llamas del infierno, como avisan los perros del miedo de la rabia y delatan los cuchillos el filo de sus hojas.
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