Condoleezza Rice

No había nada en el mundo, con la sola excepción de la verdad, que escapara a su control, ni siquiera su presidente. Ella era, al fin y al cabo, quien le daba permiso para ir al excusado.
No había nada que se moviera en Iraq  que ella ignorase o disimulara, nada que pasara en Afganistán que la sorprendiera.
Profesional brillante, discreta y concienzuda, no tenía por costumbre dejar un cabo suelto. Dicen que nunca dormía y que, cuando lo hacía, revisaba las agendas de la paz y la guerra del día que aún no era y, meticulosa en su trabajo, ponía hora a la vida y a la muerte que sería.
¡Si lo hubiera sabido Nueva Orleáns mientras se ahogaba…! Pero, a esa hora, en la que el presidente seguía de vacaciones, Condoleezza, en Nueva York,  se compraba zapatos.

(Texto: Koldo/ Gráfica: Mercader)

Aute

Posiblemente, una de las características más notables de estos tiempos que nos han tocado en suerte sea su capacidad para devaluar todo lo que toca y lo que nombra. Los medios de comunicación se ocupan de que así sea.
Si los grandes conceptos cotizaran en bolsa, hoy lo harían a la baja. El problema, en cualquier caso, viene de lejos. Ya Enrique Santos Discépolo lo cantaba el pasado siglo en un inolvidable cambalache: “cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón”.
Hoy, cualquiera es un artista. De tanto aupar a tantos botarates sin alma y desalmados con botas, de tanto homologarlos como extraordinarios, de complacerlos como excepcionales, de titularlos como artistas, acaban sus escribanos , finalmente, quedándose sin palabras, sin adjetivos… además de sin vergüenza, cuando la página en blanco demanda, por ejemplo, la presencia de Aute.
Discreto hasta de sombra, del arte sólo le ha interesado el arte como expresión de vida. Ni el escenario le ha llevado el juicio, ni las portadas le han robado el sueño.
Luis Eduardo Aute, músico, pintor, escritor, director de cine, es uno de los más versátiles creadores del siglo que se fue y del que camina y, para su suerte, no depende del esmero que demuestren los cronistas urdiendo parabienes y lisonjas a la hora de celebrar su obra, sino de una hoja de servicios al arte tan documentada, coherente y hermosa, que ningún mezquino silencio escondería.

(Texto: Koldo/Gráfica: Mercader)