¡Ay, si la hubiera abierto!

 

En tierras de conejos los campeadores siempre son montaraces y, lo que es peor, frecuentes. Basta que se mueva en el aire una brizna de juicio, un soplo de cordura, basta media neurona suelta para que vuelva a echarse a la mar la armada invencible y los tercios de Flandes a galope tendido hagan temblar de nuevo al mundo… “a por ellos oé… a por ellos oé”.

En el mercado de divisas nacional español solo el coraje está al alza y no hay página en su historia capaz de conmoverse ante otra virtud que no sea el valor. Pero no el valor de la palabra sino el del exabrupto, no el valor de la verdad sino el de la infamia, no el valor de la justicia sino el de “mis cojones”, sacrosanto argumento de quien nunca tuvo nada que aportar que no fueran sus mentados atributos. La bragueta convertida en estandarte, en enseña patria… “yo soy español, español, español… yo soy español, español, español”.

Los novios de la muerte, a mayor gloria de Dios y de España, sacuden sus mantillas y se arrancan por bulerías, que a “donde no llega un español con la punta de los dedos, llega con la punta de su acero… y Santiago y cierra España.”

¿Y si la hubiera abierto? ¡Ay, si la hubiera abierto! España no sería España.

(Euskal presoak-euskal herrira/ Llibertat presos politics)