La infancia

La ingenuidad es, probablemente, el rasgo más sobresaliente de una infancia que, cuando la perdemos, nos condena a treinta años y un día de adultez. De ahí nuestra inquietud al advertir que cada vez es menos soñadora y más parecida a nosotros mismos. Algo hay, sin embargo, de hipócrita virtud en nuestra temor porque esa infancia sólo es el reflejo de lo que somos, de la sociedad a la que nos hemos adaptado y que nos enseña a simular, no a ser; que nos instruye para que acumulemos, no para que compartamos; que nos entrena para que compitamos, no para que participemos; que nos adiestra para el triunfo, no para la vida. Los que crecimos sin respuestas ahora tampoco aceptamos preguntas. Los educamos en el miedo y nos sobresalta su timidez; los educamos en el desorden y nos alarma su dispersión; los educamos en el engaño y nos sorprenden sus mentiras; los educamos en la intolerancia y nos desconcierta su violencia. Quienes comenzaron poniéndose nuestros zapatos para jugar y han terminado calzándose nuestras ideas para vivir, son la mejor referencia de una familia, de una escuela y de una sociedad que en lugar de educar, adoctrina; que en vez de sugerir, ordena; y que, incapaz de corregir, castiga.

(Euskal presoak-euskal herrira/Llibertat presos politics/Altsasukoak aske)