El boricua se dio la vuelta, descubrió al dominicano y escupió al cielo denunciando a gritos: ¡Los dominicanos nos están invadiendo!
El dominicano giró sobre sus pasos, reconoció al haitiano y, ofuscado, delató la compañía: ¡Los haitianos nos están invadiendo!
El haitiano también se dio la vuelta pero no encontró a nadie tras de sí.
Pasaron los años y el boricua, al advertir al dominicano a sus espaldas, desenvainó lengua y espantos y masculló su ira: ¡Malditos negros!
El dominicano sorprendió al haitiano y, como si hubiera extraviado la razón, enarboló miedos y engaños y rezongó su furia: ¡Malditos negros!
El haitiano también se dio la vuelta pero no encontró a nadie tras de sí.
Todavía ayer, el boricua que buscaba un culpable que explicara su suerte mejor que su fracaso, vio al dominicano y clamó indignado: ¡Hatajo de vagos!
El dominicano que también requería un responsable de su infortunio detrás de su destino halló al haitiano y gritó irritado: ¡Hatajo de vagos!
El haitiano también se dio la vuelta pero no encontró a nadie tras de sí.
Y así dicen que ha sido hasta que un día que todavía no ha llegado, boricuas, dominicanos y haitianos cuando se den la vuelta solo encuentren reflejadas sus alargadas sombras y no sepan distinguir unas de otras.
(Preso politikoak aske)