Los dueños del equipo y del negocio, cuando supieron que solo jugaban once, decidieron limitar la plantilla a esos once jugadores ahorrando gastos y multiplicando beneficios. Cuando se rompió el tobillo el delantero centro y se produjo la primera baja, se le pidió al otro punta que se desdoblara en el ataque, que hiciera horas extra. Había que sacrificarse por bien de todos, por bien del equipo y, al lesionarse el punta que quedaba, se les pidió a los del medio campo que doblaran sus turnos. Se requería un esfuerzo extra que compensara las bajas. Más tarde vino la expulsión del lateral derecho y se dispuso entonces una defensa de tres durante las jornadas en que cumpliera su sanción pero, justo cuando el expulsado se reincorporaba al equipo, las desgracias nunca vienen solas, recayeron de sus lesiones musculares un centrocampista y el portero por lo que el lateral que quedaba tuvo que ponerse los guantes. Solo quedaban cuatro jugadores disponibles que, además de vender las entradas, lavar sus uniformes y limpiar los vestuarios, encima tenían que tratar de ganar el juego cuando, de improviso, llegó la pandemia, la excusa perfecta para que los dueños del negocio justificaran su pésima gestión y resultados. Y no, no estoy hablando del negocio del fútbol, aunque lo parezca, sino de negocio de las residencias de mayores.
(Preso politikoak aske)