Que no quiero que venga



Cuando
llaman a tu puerta lo cortés sería levantarse, dejar en lo que
estabas encima de la mesa, rendir sin aspavientos los cerrojos,
echarse a un lado y franquearle el paso a la dama de negro que, a fin
de cuentas, casi estoy por decir que se la espera y que ella y yo
sabemos, demora que agradezco, que viene con retraso.



Lo cortés sería darle la bienvenida, invitarla a entrar, convidarla a
una taza, sólo son unos minutos… ¿Café? Y ella, que ha perdido
la cuenta de las otras veces en que aceptó el retardo, que ahora
también se sienta y elogia mi pequeña cafetera roja mientras
aguardamos a que el agua hierva y yo le cuento que fue un regalo de
mi hija Irene, que vive en Barcelona… ¿Azúcar?


La verdad es que, dadas las circunstancias, ni sé ni me importa un carajo lo
que pueda ser la cortesía, ni tampoco porqué yo
tendría
que
ser más cortés de lo que ya lo soy, así que no, mejor no me
levanto cuando llamen a la puerta,
ni dejo lo que andaba encima de la mesa, ni
descorro el pestillo, ni le franqueo el paso a la dama de mierda
que, probablemente, también es un caballero, en fin, que me declaro
en huelga, que no quiero saberla, que se vaya de largo, que de largo
se pierda, que si la muerte viene, que no quiero que venga.



(Preso
politikoak aske)














Puro teatro

En televisión, la credibilidad de una noticia depende, en buena medida, de la gestualidad a la que recurra quien nos informa porque, al margen del propio criterio de la ciudadanía a la hora de valorar la noticia, que muchas veces ni es propio ni sirve como criterio, la credibilidad la aporta el mayor o menor rigor dramático con que aquella se proponga. Las pausas que se tome, las maneras de quien se ocupa de mecer la noticia en la pantalla determinan su comprensión.

El problema es que, ya no de un día para otro sino, incluso, el mismo día y a la misma hora y noticia, la misma locutora que comenzara elevando discretamente el tono al trasladar, por ejemplo, una advertencia de Joe Biden a Netanyahu por los tantos niños y niñas muertas en sus constantes bombardeos sobre Gaza, debe terminar la noticia con el aviso de Biden a Netanyahu de que ya le ha mandado las bombas solicitadas, y hacerlo sin inmutarse, sin un simple carraspeo que sirva de disculpa.

La locución no solo requiere buena voz, precisa también esos recursos gestuales que lo mismo sirven para repudiar una certeza que para celebrar una patraña, mientras desde la pantalla se fingen asombros y se arquean dudas. La locución exige teatro, puro teatro que cantaría La Lupe.

(Preso politikoak aske)

Sin sonrojarse

No son analistas políticos ni forman parte de los informativos de canal alguno, pero improvisan sus arengas en tascas en las que, sin sonrojarse, surtidos de tragos y entre los aplausos de los parroquianos, brindan por la guerra preventiva e insisten en que Europa debe seguir armándose porque la única manera de derrotar a Rusia y su inminente ataque es adelantarse. Los hay que, al despedirse, hasta se van del hemiciclo con una culta cita latina del tipo de “si vis pacem, para bellum”.

Las tascas, por fortuna, no gozan de credibilidad alguna. De ahí la necesidad de trasladar los análisis políticos, serios y rigurosos, a estudios de televisión, así como la encomienda de su objetividad a prestigiosos analistas titulados, salidos de las academias, que no de las tascas, y cuya ecuanimidad les permita, sin sonrojarse, brindar por la guerra preventiva e insistir en que hay que seguir armándose porque la única manera de derrotar a Rusia y su inminente ataque a Europa es adelantarse.

De la cita latina para el cierre del análisis ya se ocuparán figuras de la talla de Hillary Clinton cuando, sobre los escombros en los que van a convertir al mundo, repita entre risas y junto a sus socios europeos e israelíes aquello de “we came, we saw, he died”.

(Preso politikoak aske)