Al coronel Fernández Domínguez

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¡Qué tentación colgaros en un mástil

y destinaros a saludar auroras!

¡Qué tentación elevaros al rango

del más insigne padre de la patria,

declararos cantar de los cantares,

investiros de prócer y de santo!

 

¡Qué tentación alzaros a la gloria

de otro ilustre varón en los altares,

coronaros de sándalos y lauros

más allá de la luz y de las sombras

donde guarda la historia sus alardes

y no pueda emplazarte la memoria!

 

 

Pero no, coronel, te quiero al lado,

palmatoria del sueño que aún llamea

por algunas acérrimas trincheras

en el pueblo que llevas de la mano.

 

Pero no, coronel, que yo te amo

como campana que repique el cielo

de ese beso de abril, de cualquier beso,

de carne y hueso urdido y entregado.