Votos en negro

¿Es admisible que un Estado como el español, el más corrupto de Europa según sondeos europeos, pueda gestionar elecciones desmintiendo su corrupta naturaleza? ¿Es creíble que una banda de delincuentes constituida en Estado y que no ha dejado ileso un solo artículo del Código Penal vaya a abstenerse del delito electoral? ¿Es aceptable que un partido que se ha financiado ilegalmente pueda pretender como válidos los votos que alega como propios cuando el propio Ministerio del Interior admite “errores” en los censos y 9 de cada 10 ciudadanos de los casi dos millones que residen en el extranjero siguen sin poder votar? ¿Es casual que Fernández Díaz, el más mendaz de todos los ministros no obstante la reñida competencia, el mismo que se jacta de haber ganado la guerra que ha perdido o de haber arruinado la sanidad catalana, capaz de fabular intrigas contra adversarios políticos y ni siquiera responder por ello, y que según confiesa cuenta con un ángel de la guarda que le ayuda a aparcar el coche, esté a cargo de la pulcritud y la decencia que se le supone a un proceso electoral? ¿Es posible imaginar que quienes han sentado cátedra en toda suerte de tramas delictivas, en cajas B o en dinero en negro, vayan a tener algún pudor para no disponer, también, de urnas B o votos en negro?

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El alcalde de Arrigorriaga

¡Ah, qué tiempos aquellos años de mi mocedad! No había excursión ni cena en la que en algún momento no se cantara aquello de: “El alcalde de Arrigorriaga tiene mucha ilustración (bis) y sabe tocar el txistu y un poquito el acordeón. También toca pandereta y se llama Pantaleón…” Después venía el estribillo. Mientras se repetía el nombre del alcalde, a silábicos golpes nos levantábamos y nos sentábamos en el asiento… “panta-león panta-león panta-león panta-león panta-león panta-león pantaleooooon…”.

De aquel glorioso alcalde solo ha quedado la segunda parte de su nombre, y es que es un león quien hoy dirige la alcaldía de Arrigorriaga que ya no toca el txistu, ni el acordeón, ni la pandereta, ni se llama Pantaleón. Hoy se llama Asier Albizua y se dedica a tocar los órganos de sus vecinos.

Tampoco practica aquello de sentarse y levantarse. Albizua se sentó y lo único que ha levantado es su salario. Eso sí, solo un 44%. De ganar 45 mil euros ahora se levanta 65 mil gracias al apoyo de su partido, el PNV, y de sus socios del PSOE. Y todo “para garantizar la gobernabilidad de las instituciones vascas”. Su pueblo, que no se sabe la canción, tampoco el estribillo, ha ido al pleno del ayuntamiento a entonar nuevas estrofas: que si sinvergüenza, que si chorizo… Me gustaba más Pantaleón.

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Los tres tiempos del PSOE

Primero dejó de ser obrero. El clandestino Isidoro ya fungía de presidente González y “La Internacional” pasó a ser un recuerdo; la república un sueño prescrito; y el derecho a la autodeterminación de los pueblos, una mala palabra. Las chaquetas de pana con coderas de cuero se transformaron en trajes de lino con corbatas de seda, las 50 razones para abandonar la OTAN en otras tantas razones para presidirla y el “no a la guerra” adecuaba sus principios en bélicas aventuras en Iraq y los Balcanes. Se cerraba la oficina saharaui en Madrid y se abrían cuentas secretas en Suiza. Cuba pasaba a ser una pesadilla; Pinochet un exceso inoportuno y el imperialismo un concepto desfasado.

Después dejó de ser socialista. El presidente González ya fungía de Señor X. El “estado de derecho también se defendía desde las cloacas” porque “lo mismo daba que el gato fuera blanco o negro, lo que importaba era que cazara ratones”. Los residuos de vergüenza que quedaban eran blanqueados en cal viva y a nombre del progreso que mentían se recortaban libertades y derechos.

Ahora tampoco es un partido. Si acaso un tumulto de varones y sultanas, un penoso revoltillo de tarjetas, mordidas y ambiciones.

El PSOE ya es solo una… cofradía. Eso sí, española.

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