La llamada oposición venezolana no quiere elecciones. Entre otras razones porque ya las tiene. El calendario electoral venezolano, de acuerdo a la constitución venezolana, tiene previstas elecciones el próximo año. En consecuencia, la oposición venezolana lo que tendría que hacer es prepararse para que sus argumentos venzan en las urnas. El problema es que los tenidos como opositores no quieren elecciones sino ganarlas, y les consta que los votos viven dándoles la espalda en pulcros e irreprochables procesos electorales que han contado con la supervisión de observadores internacionales y de las propias Naciones Unidas.
La llamada oposición venezolana tampoco quiere democracia. Entre otras razones porque ya la disfruta. Y la mayor demostración de que es así la tenemos en la propia existencia de esa oposición, manifestándose en las calles, con representación en las instituciones, que controla la mayoría de los grandes medios de comunicación y cuenta con el respaldo del gobierno de los Estados Unidos, Europa y algunas países latinoamericanos. No hay más que ver las referencias democráticas a las que aspira esa oposición para constatar que se oculta detrás de tanta infame retórica: la Chile de Pinochet, el narcoestado en que se ha convertido México, la fosa común conocida como Colombia, el prostíbulo centroamericano…
La llamada oposición venezolana tampoco quiere la paz. Lo demuestra con la organización de constantes y violentas algaradas, colocación de barricadas ardiendo en las calles, saqueo de comercios, destrucción de mobiliario urbano, ataques a la policía y el asesinato de buena parte de los 50 venezolanos que hasta la fecha han perdido la vida tras casi dos meses de terrorismo urbano. Lo demuestra igualmente con su invocación a un golpe de Estado, a una sublevación militar, a la intervención de un ejército extranjero que provoque una guerra terrible de la que, debieran tenerlo en cuenta, nadie va a salir ileso.
La llamada oposición venezolana tampoco quiere desarrollo. A ello se debe la permanente actitud de sabotaje que viene ejerciendo desde hace años, acaparando alimentos para generar su escasez y responsabilizar al gobierno de la carestía o estimulando la especulación, la fuga de divisas y cuantas acciones puedan contribuir a desestabilizar la revolución bolivariana.
La llamada oposición venezolana tampoco quiere futuro. Lo que busca es hacer retroceder el país al pasado siglo, a los muchos años en que unas cuantas privilegiadas familias, y la de Capriles era una de ellas, saqueó el erario público a través de los presidentes que fueron alternando en el gobierno de la hambruna y la miseria general, fuese Pérez Jiménez, Rafael Caldera, Herrera Campins, Jaime Lusinchi o Carlos Andrés Pérez, responsable del asesinato de un millar de venezolanos cuando ese pueblo se negó a resignarse. Por ello fue que, precisamente, ese pueblo descubrió a Chávez y levantó su revolución bolivariana que, pese a todas las dificultades, hostilidades, campañas de descrédito, amenazas, en muchísimo menos tiempo del que invirtió esa vieja oposición en arruinarla, ha conseguido reducir a la mitad el hambre y la miseria del país como reconocía la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura; o terminar con el analfabetismo en Venezuela, como declaraba en el 2005 la UNESCO; o ampliar la seguridad social de millones de venezolanos y llevar la gratuidad a la salud y a la educación convirtiendo a Venezuela, según reconocía la UNESCO, en el quinto país del mundo con mayor matriculación universitaria, creando 42 universidades, la Compañía Nacional de Danza, la Red Nacional de Salas de Cine Comunitarias, el Centro Nacional del Disco, el Sistema Nacional de Orquestas y Coros juveniles e infantiles; o construyendo más de un millón y medio de viviendas; multiplicando la cobertura sanitaria, con hospitales, dispensarios…
La llamada oposición venezolana tampoco quiere a Venezuela. Lo que busca esa recua de oligarcas y grandes burgueses es recuperar el negocio al que confundían con la patria y que el pueblo y las urnas le quitaron de las manos.
(euskal presoak-euskal herrira)