Contraviniendo toda clase de principios y acuerdos, y al margen de cualquier atisbo de sensatez y razón, Jerusalén se convierte en la capital del Estado de Israel con la venía de Estados Unidos y a pesar de lo que diga el mundo. En el funeral de la vergüenza acompaña al cadáver la Unión Europea que, como es habitual, no va a poder contener su indignada histriónica aflicción.
¿Qué puede hacer Europa para evitar esta nueva infamia? Nada. Lo que acostumbra. Rogar mesura para que la respuesta del régimen sionista, que será el agredido desde que los grandes medios hagan su trabajo, guarde la proporción debida y, aunque en Palestina la vida se cotiza a la baja, no provoque más muertos de lo deseable.
La Unión Europea ya hace años que hizo sus deberes convirtiendo, de hecho, a ese Estado genocida en otro miembro más de su selecto club con quien mantiene estrechos acuerdos militares, industriales, agrícolas, universitarios, culturales, policiales, de todo tipo. Hasta en lo deportivo Israel es ya miembro de la “Champions” y de la “Europa Ligue” de fútbol, y de todos los torneos europeos de baloncesto. El próximo Giro de Italia arrancará, precisamente, en Jerusalén.
A la Unión Europea solo le cabe hacer lo que mejor hace: teatro. Podrá alegarse que la obra es una mierda, que el texto es indecente y el elenco impresentable, pero es la obra que más años lleva en cartelera (70 años), resolución tras resolución desde 1947, y el gran público sigue tragándose la función y creyendo que Europa la compuso Beethoven.
(Euskal presoak-euskal herrira)