Una buena y otra mala

Pilar es euskaldun, católica hasta la médula y, sobre todo, clasista. Odia todo lo que se mueva a su alrededor y tenga vida. No soporta a los perros, pero aún menos tolera a los niños. Cada vez más cerca del centenar de años, desprecia hasta el aborrecimiento a esa masa de brutos ignorantes incapaces de emocionarse con Chaikovski. Y nada le repugna tanto como ver que los mismos que se aburren con Tosca celebran alborozados dos huevos fritos. Y aún más si se acompañan de patatas. Aunque es consciente de que atenta contra los más humanos principios cristianos que hace suyos, no soporta tener que compartir sus días y sus noches con quienes no valoran la importancia de colocar el cuchillo y la cuchara a la derecha del comensal y que además ignoran las razones por las que el tenedor debe estar a la izquierda.

Por circunstancias de la vida Pilar vive en una residencia de ancianos rodeada de todos esos patanes que desdeña y con los que, encima, debe compartir mesa y pasillos.

Tal vez porque me piense diferente, más parecido a ella, soy el único a quien confía sus congojas buscando mi consuelo, pero ayer, cuando insistió en despotricar contra tantos compañeros de infortunio, me encontró en horas bajas y no quise acompañarla.

-Pilar, te tengo dos noticias, una mala y otra buena. La mala es que en el cielo, cuando te llegue la hora, vas a tener que seguir compartiendo mesa y pasillo con todos esos ordinarios colegas que desprecias.

-¿Y la buena? -quiso saber Pilar.

-La buena es que no hay cielo.