Los estadounidenses salen a la calle a protestar porque no están de acuerdo con lo que han elegido. Les dieron la oportunidad de votar entre dos funestas opciones y después de discutir cuál era la menos tóxica sin ponerse de acuerdo en el resultado, fueron a las urnas y, como suele ocurrir, ganó la que menos votos obtuvo.
Es frecuente en el mundo que, tras unas elecciones, el perdedor y sus votantes rechacen los resultados por fraudulentos… pero en Estados Unidos nadie protesta por eso. Nadie denuncia que haya habido fraude electoral (si acaso el que ganó y antes de las elecciones), no se alega que haya habido compra de votos, alteración de censos, financiamiento ilegal…
Las elecciones se han desarrollado como siempre, como toda la vida, entre los burros y los elefantes, con una enorme abstención de ciudadanos que no pasan por las urnas porque hace muchos años que ya no creen en ellas. Las elecciones han sido las mismas que siempre se disputan los rojiazules y los azulirrojos, como las que hicieron presidentes a George.W. Bush, aquel alcohólico conocido que había arruinado todas las empresas de las que fuera gerente y que, ya presidente, a punto estuvo de morir inhalando “galletas Prezzler” por no llevarse de los consejos de su madre, antes de asolar Oriente Medio dando continuidad a la obra de su padre, también presidente, buscando armas que nunca existieron; a Ronald Reagan, el mismo que devastara Centroamérica, invadiera Grenada, siempre entre carcajadas, buscando nuez moscada para que no faltara tan puntual ingrediente en el Día de Acción de Gracias, y que cuando se aburría declaraba la guerra a la Unión Soviética solo por gastar una broma; a R. Nixon, que prometió poner fin a la guerra de Vietnam y arrojó sobre aquella pequeña patria más bombas que todas las lanzadas durante la segunda guerra mundial para acabar siendo destituido por mentir, el menor de sus delitos y el más común de todos los inquilinos de la Casa Blanca; a Lyndon Jhonson, otro gestor de la guerra en el mundo que heredó el cargo tras el magnicidio de Kennedy y que si hubiera contado a Shakespeare como contemporáneo el dramaturgo inglés nunca hubiera escrito Macbeth; a Harry Truman, el mismo que afirmara: “la libertad es el derecho de escoger a las personas que tendrán la libertad de limitárnosla”, responsable de haber lanzado las únicas dos bombas nucleares en la historia de la humanidad y en cuya lápida aún puede leerse: “hizo lo que debía”; a Theodore Roosevelt, acomplejado niño convertido en boxeador primero y después en presidente, que públicamente llamaba a su pene “Jumbo” por su gran tamaño y rendimiento y que afirmaba que “ningún triunfo es más supremo que el glorioso triunfo de la guerra” lo que valió el Nobel de la Paz; a William McKinley que no tuvo noche en la que no se le apareciera Dios y le iluminara sobre los países que debía saquear, cómo hacerlo y porqué: “Yo caminaba por la Casa Blanca, noche tras noche hasta medianoche y no siento vergüenza al reconocer que más de una noche he caído de rodillas y he suplicado luz al Todopoderoso y una noche recibí su orientación: que no debemos devolver las Filipinas a España lo que sería cobarde y deshonroso, tampoco a Francia ni a Alemania lo que sería un mal negocio, que no debemos dejárselas a los filipinos porque no están preparados para gobernarse y sería caótico, y que no tenemos otra alternativa que recoger a todos los filipinos y educarlos y civilizarlos y cristianizarlos y por la gracia de Dios hacer lo que podamos por ellos como prójimos por los que Cristo también murió… y entonces volví a la cama y dormí profundamente”….
Cito algunos para no entretenerme con otros presidentes que para recuperar la popularidad que perdían sosteniendo “relaciones impropias” con becarias, recurrían a desencadenar “bombardeos de rutina” sobre Irak, que así era que llamaba Bill Clinton a las miles de vidas que se cobraba el que se hicieran públicos sus escarceos sexuales, o presidentes que compaginaron el cargo con el tráfico de esclavos, comprando y vendiendo negros, como George Washington, Thomas Jefferson, James Madison, James Monroe, Zachary Taylor o Ulises S.Grant, entre otros impresentables que, como ya he dicho alguna vez, han coincidido en enarbolar la violencia como conducta, la tortura como terapia, el crimen como oficio, la guerra como negocio y para los que siempre hay un Nobel de la Paz.
Miles de ciudadanos estadounidenses están saliendo a las calles a protestar porque no les gusta lo
que han votado, porque no aceptan su propia elección. Algo falla en los Estados Unidos pero no es
Donald Trump. Ese triste machista y racista payaso solo es la consecuencia.
(Euskal presoak-euskal herrira)