Después de veinte siglos
de abrir y cerrar puertas,
de haber perdido todas las victorias,
cuando ya no hay altar
ante el que arrepentirse
ni Dios que nos absuelva,
cada día más cerca del infierno.
Después de tantos besos
sepultados
entre la conveniencia y lo posible,
de haber honrado culpas y culpados,
de no saber de quién
es el entierro.
Después de cien esquinas
deambulando
sin distinguir qué sombra es la que anda,
sin entender qué propios son los pasos,
mientras tejen su hiel las circunstancias
que hemos ido prohijando con esmero,
con piadosa bondad
de desalmado,
con gozosa virtud
de carnicero.
Después de tantos versos
cancelados,
de haber rendido sueños y zapatos,
cuando ya la memoria es un señuelo
contra el que van a ahogarse
las nostalgias,
ancladas en los pliegues de unos labios,
cada noche más lejos del encuentro.
Después de haber urdido
excusas y ademanes
engolada la rúbrica y la pose
para no contrariar a los espejos,
cuando vivir pasa a ser un oficio
y hacen turno los muertos
en el cielo.
Después de tantos gritos
clausurados
por reformas al credo
originario
mientras pierden enteros
las vergüenzas
y se cotiza el alma en los mercados
¡Enhorabuena!
lo hemos conseguido…
ya no tenemos nada que aprender.